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Venezuela vista desde lejos

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Venezuela vista desde lejos

Mi nombre es Michelin Rodríguez, soy diseñador gráfico, pintor muralista y cocinero; nací y crecí en Venezuela, vivo en Galicia desde hace 12 años, no me fui de mi país por razones políticas ni económicas, creí haber nacido como ciudadano libre en 1982, y libre, tomé la decisión de irme a vivir a otro sitio a los 18 años, conservo fuertes nexos con mi país de origen, casi toda mi familia incluida mi madre están allí, el contacto es continuo y los lazos son fuertes. Surgió la oportunidad de expresar mi opinión y es esta:
Creo que la situación actual en Venezuela en realidad no es tan actual como parece, son las consecuencias lógicas de un proceso histórico que viene desde las guerras de Independencia y las posteriores guerras federales que azotaron al país después de la gesta libertadora.

Una nación que, sin desmerecer a sus próceres, está fundada en base a los principios del más puro y primitivo caudillismo populista que, maneja al Estado, al país y a sus recursos (incluídos los ciudadanos) como si de un hato o hacienda particular se tratara, nombrando de administradores, mayorales, capataces y encargados de bodega a los más fieles y aduladores compadrotes de faena. Veintitrés han sido los presidentes militares que se han rotado el poder en Venezuela desde que ésta consiguiera proclamar la I República en 1811, más de 146 años en total en contraposición con solo 56 años de representación civil en la presidencia del Estado. Este caudillismo tropical que parecía moribundo y sacó del letargo puntofijista de la IV Republica el legítimo expresidente y ex golpista militar Hugo Chávez Frías (en 1992 intentó derrocar el gobierno de Carlos Andrés Pérez que, como dato curioso, conviene recordar que fue vicepresidente de la Internacional Socialista)para, después de un indulto político concedido por el entonces presidente Rafael Caldera, arrasar en la urnas obteniendo el segundo mayor porcentaje de ventaja electoral en la historia de Venezuela, cosa fácilmente explicable si tomamos en cuenta la decadencia política y el descontento popular que existía entonces en el país, aunadas al inusual carisma de su persona. Después de sufrir un golpe de Estado en 2002 y ser repuesto por una coalición cívico/militar, y resistir un paro petrolero y empresarial de dos meses en 2004, este personaje que parece sacado del realismo mágico de García Márquez, se perpetuó en el poder unificando al Estado y al gobierno bajo una sola maquinaria de poder bien engrasada con la renta petrolera, a través de un proceso de unificación de los partidos políticos que apoyaban su proceso aglutinándolos a todos bajo las siglas P.S.U.V,(Partido Socialista Unido de Venezuela) sirviendo de paso este proceso para apartar y señalar cualquier disidencia o punto de vista que no vaya directamente alineada a los intereses y doctrinas de los dirigentes del llamado “proceso revolucionario bolivariano” convirtiendo muchas veces a simpatizantes en militantes y a militantes en rehenes con síndrome de Estocolmo. Con una nueva república, la V, fundada en 1999 vía congreso constituyente, que de nuevo reposa sobre los ya desgastados y agotados hombros de Bolívar, el nuevo jefe de Estado empieza a acumular cada vez más cuotas de poder a través de leyes habilitantes hechas a medida en un gobierno marcadamente personalista con formas más cercanas a las de un gobernante autoritario castrense, que a las de un presidente democrático civil.
Tradicionalmente y con independencia del color y orientación política de quien haya ostentado el poder en Miraflores, la demagogia bolivariana ha sido siempre usada como elemento aglutinador, alimento moral y combustible de alto octanaje para encender el ego y el orgullo patrio, también para conformar y consolidar la identidad del venezolano como tal. Pero esta vez es diferente, el apropiamiento y la monopolización del uso de la iconografía nacional como marca oficial de la revolución y el partido, unidos a la verborrea demagoga
sobrela5tarepublica antiimperialista, a la exclusión selectiva y a la doble moral con que arengan algunos dirigentes, han servido a grandes rasgos, como buenos elementos propagandísticos para señalar al discrepante (aun siguiendo éste una tendencia ideológica y política considerada de izquierda) como traidor a la patria, un infiltrado del fascismo, mezclando a opositores y a discrepantes e indiferentes en un mismo y único saco; y el adepto incondicional, el que obedece, repite y no pregunta, es señalado como un patriota, un defensor de la revolución, originando la creación virtual de dos bandos: por un lado los patriotas revolucionarios, los hijos de Bolívar, llamados a heredar la patria y por el otro los escuálidos, majunches o fascistas pitiyanquis destinados por la providencia a someter a la patria a los designios imperialistas del vecino del norte según el discurso oficial. La creación de este clima propició en la realidad social diaria una fuerte confrontación y una profunda división en la sociedad venezolana, donde debería haber debate convergente, solo se fomentó la divergencia y el reproche. Pero mientras se promovía la conciencia de clase, paralelamente los mismos azuzadores creaban una nueva oligarquía nepótica, la denominada boliburguesía, reduciendo el concepto de lucha de clases a una mera sustitución de los actores, pero manteniendo el statu-quo, en palabras del propio ministro de Educación Héctor Rodríguez: «no es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarlas a la clase media y que pretendan ser escuálidos», este tipo de chantaje ideológico sólo deja en evidencia que la mentalidad del sistema actual necesita pobres a los pobres, no miserables como para que no participen, pero tampoco clase media como para que se puedan emancipar del tutelaje rentista y clientelar del Estado; para así convertirlos en militantes de facto, unos por necesidad, otros por conveniencia y algunos por convicción.
El eterno discurso paternalista de un futuro mejor y la impresión de que se vive en un eterno proceso para alcanzar la utopía chavista cae por sí mismo al percatarnos de que, según el discurso oficial de los albores del chavismo, ya se debería haber entrado en ese, sino utópico estado, por lo menos si en dicho futuro mejor. Pero la realidad nos evidencia lo contrario, se puede decir con absoluta certeza que en Venezuela por lo menos y para ser generosos, desde el 2010 el futuro no ha sido mejor, ha sido cada vez peor, la inestabilidad política, económica y social continua que se vive en el país desde hace unos cuantos años hablan de ello confirmando que ese futuro mejor lo que ha traído es el nefasto presente que se vive a día de hoy. Siendo el quinto país exportador de crudo del mundo y el primero en reservas, habiendo gozado de una cotización favorable en los precios de crudo sin precedentes y controlando los medios de producción a través del control cambiario de la moneda, la realidad es que a día de hoy después de 17 años ostentando el poder y superado el paro petrolero del 2004, la inflación es de las más altas del mundo rondando el 56,3% con una escasez de productos básicos de casi un 30 % según cifras del Banco Central de Venezuela. Una nueva devaluación del 88% devalúa también el valor del trabajo de un venezolano, devaluación que solo va destinada a que el aparato gubernamental perciba más liquidez de Bsf por cada petrodólar ingresado para poder seguir engrasando la máquina propagandística y la suicida política de subsidios que castra la productividad y el emprendimiento de la empresa nacional fomentando la mediocridad y el inmovilismo, todo esto maquillado bajo el epígrafe de «gasto social»; es la tercera devaluación desde que Chávez accedió al poder en 1999 sin contar con la eliminación de tres ceros en el valor facial cuando se convirtió a Bolívar Fuerte. Pero no es solo una cuestión meramente económica; según datos oficiales hay 39 homicidios por cada 100 mil habitantes, 79 según el Observatorio Venezolano de la Violencia, las cifras son irreconciliables, pero de cualquier forma la tasa de criminalidad sigue siendo extremadamente excesiva (según la O.N.U más de 10 por cada 100.00 se considera epidemia) situación injustificable solo con el pretexto de los «antivalores» que difunden el capitalismo y los medios de comunicación. Un gobierno con un discurso fuertemente soberanista pero que se ve obligado a importar prácticamente todo lo que consume deja en entredicho su capacidad para llevar acabo satisfactoriamente la gestión de la renta petrolera, dedicando gran parte de ésta a afianzar su influencia política en la región a base de dádivas económicas a los gobiernos amigos del aparato estado/gobierno y a mantener bien engrasada toda una maquinaria electoral con un apoyo popular fuertemente menguado( como quedó comprobado en las últimas elecciones presidenciales que dieron como ganador a Maduro con el más mínimo margen de ventaja de la historia del país), en vez de promover una efectiva productividad nacional encaminada a conseguir la prometida soberanía alimentaria, económica y política de la patria. Lo que en su día se proclamó como una revolución con gran entusiasmo y apoyo popular masivo, se ha ido transformando en un perpetuo, tedioso y obsoleto proceso con un sistema burocrático cada vez más intrincado, clientelista e incompetente. Desde la nacionalización petrolera llevada a cabo en 1976, durante el chavismo el proceso más bien se ha revertido, apareciendo empresas mixtas que han supuesto la entrada al sector petrolero de la estadounidense Chevron o la española Repsol, los constantes rumores acerca de la injerencia cubana en instituciones venezolanas, rumores justificados por la actitud y declaraciones del presidente de la República y por la clara influencia política e ideológica que ejerce en la agenda nacional, las exorbitadas deudas injustificables en tiempos de bonanza petrolera contraídas con China que ya duplican las menguadas reservas nacionales o las supuestas negociaciones para instalar bases militares rusas en territorio venezolano que aunque desmentidas por el gobierno de Maduro, según el Ministro de Defensa ruso Serguei Shoigú ya están en pleno proceso, parecen que encaminan a todo lo contrario y cada vez se pierde más cuota de soberanía, contradiciendo la retórica nacionalista del gobierno. Existen algunos datos positivos como la mayor alfabetización, la virtual disminución de la pobreza crítica o la inclusión en el sistema de los sectores más desfavorecidos (siempre a cambio de militancia incondicional y acérrima), pero no son cosas que se le deban aplaudir ni agradecer a ningún gobierno, es su función y su única razón y justificación de existencia.
Creo que la situación actual del venezolano es como la del caballo que vive persiguiendo la zanahoria atada a un anzuelo que lleva el jinete que lo monta, gran parte de la sociedad venezolana, que hoy está en la calle es una sociedad que vive añorando el pasado, y esperanzando el futuro para poder sobrevivir en el presente. Esto ha sido siempre una constante en la historia de Venezuela, para una población fuertemente estratificada y altamente clasista, la historia de Venezuela bien podría describirse como un perpetuo estado de incertidumbre, mezclado con esperanza, ilusión, miedo y nostalgia, siempre a la expectativa de lo que traerá el nuevo caudillo cuando entre en Caracas y tome el Capitolio para “poner las vainas en su sitio”……………………………………………………
Michelin Rodríguez,  Abril 2014

1 Comentario

  1. un artículo genial, muy bien explicado todo el complejo panorama venezolano, que es heredero de un pasado que supone un lastre….

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