La Boda

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Aquella mañana de diciembre el sepulturero hizo su ronda de costumbre y fue cuando halló la perturbadora escena del crimen: la tumba de aquel hombre de trágico final había sido profanada la noche anterior, el cemento y la tierra se confundían con los pedazos de madera de la urna no tan podrida por el paso del tiempo y los caprichos de la naturaleza. Lo que era peor: los restos no se encontraba donde deberían estar.


La policía investigó sin mucha fortuna durante dos días, los periódicos y noticieros cubrieron la noticia y asociaron los hechos a cualquier cosa y así otros sucesos fueron tomando mas relevancia, incluso la policía local busco con menos esfuerzo.

La noche en que fue perturbado el descanso eterno de aquella osamenta fría, se cumplía exactamente un año de su muerte. Tanta coincidencia daba a la gente quizás escalofríos. En un viaje nocturno, junto a su novia de toda la vida y a solo semanas para casarse, con la felicidad fugándose por cada poro de sus jóvenes seres, el auto se precipito por un despeñadero, volcó y dejó inconciente a los 2 desafortunados tripulantes. Ella despertó, y según declaró en aquel momento, solo vio un auto muy destrozado y mucha sangre. Perdió el conocimiento. En el hospital recibió la trágica y última noticia de su lucidez: su prometido había muerto.

La tumba fue brutalmente destrozada, tanto, que no parecía obra de ser humano alguno.

Al cuarto día, después de mucho interrogatorio y perseguir pistas que no llegaban a nada, después de visitar a la familia mas cercana, amigos del difunto, incluso a los visitantes del cementerio, la infructuosa búsqueda no daba respuesta coherente, mas, el último lugar fue el que reveló por fin el destino impensable – aunque no tan absurdo-, de aquella infortunada colección de huesos.

En esa casa el silencio era sepulcral, horrible y helado, llamaron inútilmente a alguien que nunca respondió, decidieron entrar, al parecer todo estaba en su sitio, todo perfecto, menos en el cuarto principal. La imagen quizás horrorosa seguramente removió las entrañas de los mas débiles de estomago: acostado, rígido e inerte, pero muy elegantemente vestido se encontraba la osamenta; a su lado derecho y sobre un pequeño cojín de terciopelo carmesí, dos anillos de matrimonio y, al otro costado del novio se encontraba la recién casada, con una sonrisa hermosa, descansando al fin para siempre.

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