Dinosaurios en Caracas

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Quien haya visitado, alguna vez, la emblemática urbanización Miranda, sabrá que, en sus aires templados, se refugia una paz que, a pesar de estar incrustada en la caótica capital, brinda un oxígeno renovador en los pulmones de quien la respire. Esta zona, ubicada entre las proximidades de Petare y la autopista Gran Mariscal de Ayacucho, guarda, aunque poca gente lo sabe, uno de los secretos mejor conservados en la historia venezolana.

Una construcción abandonada, “decora” parte de la entrada de la avenida Este. La armazón de concreto, destinada, en principio, a ser un colegio; reposa, negruzca y mohosa, en medio de malezas y enredaderas. Una pequeña y extraña escultura está atornillada a una de las vigas matrices. Tiene forma de pequeño dinosaurio jorobado y de cortos brazos, con la mirada atenta y vigilante, como una esfinge en miniatura que, en medio de la obscuridad nocturna, es sólo una silueta más, una sombra.

La colocación, sin embargo, de la pequeña estatuilla, no es, en ningún modo, fortuita o casual. En el año 2005, Roberto Mayeu, uno de los ingenieros responsables de la obra, al momento en el que evaluaba la elevación del terreno y la comparaba con los planos topográficos, notó extraños relieves, de cierta simetría, estampados en la corteza. Sin prestar atención  al descubrimiento, el proyecto continuó hasta que, tres días después, obreros y albañiles notificaron la aparición de nuevas y más figuras que, en distintas tonalidades de grises y marrones, lucían petrificadas en el suelo.

Ascanio Rivas, director de la rama paleontológica del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), fue el encargado de comandar y encauzar las excavaciones y exploraciones que, con un hermetismo total, que tenía por objeto evadir a la prensa y a la opinión pública a fin de que los “curiosos” no entorpeciesen las labores, dieron, como resultado, la confirmación de una ruta de icnitas (huellas fosilizadas) que, además de la Urbanización Miranda, cubre ciertos sectores baldíos ubicados en Terrazas del Ávila e, incluso, en el Marqués. La alcaldía mayor, con el beneplácito de la alcaldía del municipio Sucre, prohibió, mediante decretos de catastro, el levantamiento de cualquier tipo de estructura, habitable u ornamental, en las denominadas “zonas caraqueñas de interés prehistórico”.

En las cartas de relación y códices inherentes a las sociedades precolombinas venezolanas (incluidos sus encuentros con los primeros conquistadores) se pueden hallar referencias directas e indirectas acerca de las observaciones y tratamientos que las tribus y los caciques guardaban con las pisadas mesozoicas. Como es natural suponer, la conclusión dada por los indígenas tenía bases y fundamentos estrictamente mitológicos. Eran atribuidas a Odo’sha, demonio del ensueño, quien deambulaba clavando espinas a quienes desoyeran sus advertencias. En las “Epístolas de la defensa del territorio de la América”, el historiador Guardiano Mänsen atribuye estas palabras al cacique Tamanaco (líder de los Mariches, quienes, en sus dominios, contaban con la actual ruta de las icnitas): “El innombrable, quien ha dibujado sus pies en la tierra, se ha materializado en forma de extranjeros que nos matan. Es el momento de la batalla verdadera”.

Teóricos y especialistas (aunque aún no están permitidas las declaraciones oficiales) afirman que, en el este de Caracas, todas las condiciones están dadas para que, con las herramientas y los cuidados suficientes (que requieren inversiones cuantiosas que el país no puede permitirse en estos momentos de zozobra), se puedan revelar auténticas joyas invaluables en forma de restos de un jurásico que, quizás, nos obsequie un pasado fresco (valga la paradoja) y la posibilidad de un dinosaurio totalmente innovador y autóctono.

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