panfletonegro

¿Yo soy La Vida Bohème? 2da parte.

El pasado sábado 22 de enero fue el cierre de la gira “La Contra” de La Vida Bohème, con una presentación al aire libre y gratuita en la plaza Alfredo Sadel. El día domingo, publiqué en este espacio una reseña de dicho concierto, además de hacer mención a los incidentes que acontecieron en la citada gira durante sus fechas en Maracay y Barquisimeto entre diciembre del año pasado y enero del corriente. En el hilo de comentarios de ese artículo surgió una discusión que, en principio, yo no había planteado en el texto. Un comentarista preguntaba el por qué de los símbolos de la banda, como la pintura, el nombre francés del grupo, el nombre también francés del club de fans, una bandera de Francia que ondeaba entre el público mientras sonaba el himno nacional, y sobre todo, las inquietantes intervenciones del vocalista Henry D’ Arthennay durante el show, las cuales servían de epígrafe al artículo en cuestión.

Siguiendo los interesantes comentarios allí escritos, me sorprendió encontrar algunas referencias que señalaban el carácter sectario del concierto. En Twitter, encontré algunos comentarios apuntalando que aquello parecía una celebración de la Iglesia Oración Fuerte al Espíritu Santo, y en la página de Facebook —que esta vez no censuró las críticas—de la banda había un comentario similar.

Esto me llevó a plantearme una pregunta que ahora comparto con ustedes ¿Tiene el rock nacional algún tipo de ideología identificable?, ¿la ha tenido alguna vez?

En un artículo publicado en esta revista hace tres año, MOD señalaba que desde la época de Los Darts, el rock nacional siempre ha asumido un discurso que no le corresponde.

Si buscamos las dos bandas venezolanas con más proyección y éxito durante los últimos 20 años, estas serían, sin duda: Caramelos de Cianuro y Los Amigos Invisibles. ¿Qué tienen en común estos dos grupos? El absoluto vacío de su propuesta.

Las canciones de Los Amigos Invisibles tratan sobre cuatro temas: sexo, fiestas, cultura pop venezolana y humor, de doble sentido y medio escatológico. Sus discos carecen de cualquier elemento crítico, político o social, y son perfectamente mercadeables. Por su parte, Caramelos de Cianuro sólo hablan de dos temas: desamor y sexo.

De ambas bandas, Los Invisibles salen mejor parados, porque Caramelos flaquea en la voz de su cantante, y especialmente, en las terribles composiciones. Mientras las canciones de Los Amigos suelen ser ingeniosas, Caramelos se muere en una farragosidad que da risa, y no precisamente porque intenten ser graciosos. Es imposible escuchar: “Hay que gente que dice que esa música es de gays/que lance la primera piedra el que nunca ha ido a un rave”, “me llaman la nena, la nana y la nona/me dicen que me veo más guapo en persona/me dicen Asier, Asier, Asier, atrapa mi brasierre”, “tu estrógeno/es adictivo es alucinógeno” sin cagarse de la risa.

Ese vacío conceptual ha hecho no sólo que sean las bandas más importantes de la escena venezolana en dos décadas, sino que su música se haya convertido en el emblema perfecto del rock nacional. Figuran en campañas publicitarias, telenovelas, etc. LAI distribuyó uno de sus discos en un combo con Movilnet, mientras CDC hizo lo mismo con una marca de refresco. Incluso, me atrevería a decir que Caramelos de Cianuro es la banda con más acuerdos publicitarios de Venezuela.

Nadie espera que Julio Briceño o Asier Cazalis den una declaración política o hagan algo sorprendente.

Alrededor de estas dos icónicas agrupaciones giró el resto del movimiento roquero nacional, propuestas relativamente pesadas como Agresión, Candy 66, Subsonus, La Cándida Virgen, Despuesdevieja y Liqüet. Las más comestibles tipo Tomates Fritos, Los Oceánicos, Los Mentas, La Nave, Los Gusanos, P-Zoom, Fauna Crepúscular, Wahala, Lucky y los Astrolabios, Papashanty Soundsystem, Sónica y Billy se Fue. Una onda electrónica, encabezada por Todossantos, Kp9000, Maseratti 2lts y hasta Mochuelo. Y algunos vagos intentos experimentales, en la línea de Metro Zubdivision.

Que de todas esas bandas sólo tres —Candy 66, Tomates Fritos y Los Mentas— tengan una presencia sólida en la actualidad, es un buen síntoma de lo efímera que es la movida roquera de los noventa y los dos mil.

Atravesando toda esta línea de tiempo está Desorden Público, la única agrupación sobreviviente de la época de Sentimiento Muerto y Zapato 3, si obviamos el intermitente trabajo de La Misma Gente. Desorden Público siempre mantuvo un claro discurso social y político en sus composiciones, utilizando simbología de izquierda y un discurso abiertamente antiglobalización. Horacio Blanco solía cantar con franelas del Che o de Fidel, y en sus canciones hablaba sobre la corrupción, la pobreza, la violencia, el imperialismo, los medios de comunicación y la religión.

Sin embargo, una vez llegado el actual gobierno al poder, ocurrió un fenómeno curioso: la banda se fue despolitizando a medida que el país se politizaba y polarizaba como nunca en la historia reciente. De cantar contra los políticos paralíticos, ahora Desorden Público hacía jingles para comerciales de salsa de tomate, y alcanzaba el primer lugar del record report —hecho inédito para la banda— con Gorilón, tal vez su canción más anodina y tonta.

Recientemente vimos un hecho peculiar, ante la polémica generada por su concierto en la UCV, Horacio Blanco emitió, a través de su cuenta Twitter, un comunicado en el qué, entre otras cosas, afirmaba que Desorden Público era una banda que “hemos sido contratados por otras tantas gobernaciones y alcaldías de todos los colores en toda Venezuela y sépanlo: muchísimas bandas hacen lo mismo”.

Paradójicamente, a Horacio Blanco se le puede ver siempre en los conciertos organizados por el gobierno y dando muestras de apoyo al Presidente; un cantante que se caracterizó por su rechazo al poder, ahora es utilizado por el poder para cazar el apoyo de la juventud.

El panorama actual del rock nacional luce contradictorio. Por una parte, hay una ebullición de bandas y eventos relacionados con el género que no puede despreciarse. Esto pude deberse, en primer lugar, al festival petrolero que nos ha inundado en los últimos años. Los venezolanos, como siempre, tenemos una situación peculiar: nos empobrecemos cada día más, pero nos volvemos más consumistas gracias a un estado que reparte a manos llenas. En un asunto cíclico de nuestra economía, cada época de bonanza petrolera viene acompañada de más empobrecimiento y más consumo histérico.

En segundo lugar, internet ha permitido el surgimiento de nuevas formas de intercambio de música y material multimedia. Myspace —ahora en terapia intensiva— sirvió para que muchas bandas venezolanas, sin disquera y sin apoyo por parte de los medios de difusión, convirtieran sus perfiles en dicha red social en un mecanismo de propagación de su material.

Y en tercer lugar, es imposible obviar el impulso artificial que le ha dado la Ley Resorte al rock local. A la sombra de esa ley surgió ese engendro llamado Neofolklore, motivado por la necesidad de cubrir la cuota obligatoria que las emisoras debían llenar, so pena de ser sancionadas.

Casi todas las bandas de la actualidad le deben mucho al rock inglés en su vertiente más indie, son herederas de NME. Tal vez la banda más arquetípica del nuevo rock venezolano sea Viniloversus.

Con una gran influencia de bandas como Arctic Monkeys, sus canciones no buscan expresar mayor cosa y sólo versan sobre el amor, el sexo y “vivencias de la juventud”, como ellos mismos suelen expresar en sus entrevistas.

Lo mismo puede decirse de otras bandas y solistas como Nana Cadavieco, El Arca de Noel, Skin, Charliepapa, Bajo Tierra, Agonía, Las Locuras de Tomasito, Los Humanoides, Los Mentas (que le deben muchísimo a la estética y concepto de Los Amigos Invisibles), Los Paranoias, Telegrama, Fordelucs, Kemawan, Alfombra Roja, Chumpi Lumpi, Los Mesoneros, Rawayana, Le Bronch, Los Telecasters, The Asbestos, Americania, Venezzea, etc.

Es aquí cuando leo las inquietudes de algunos de los comentaristas del post mencionado y de la página en Facebook de la banda, y honestamente, aunque entiendo mucho de lo que dicen, me parece que pecan de alarmistas. Señalan que lo ocurrido el sábado asemejaba una celebración de camisas negras o conversos de una secta satánica. Y a mi entender, no es así.

Veamos…

Abren el toque con el himno nacional, y muchos ni se lo saben. Cerca de la tarima ondea una bandera de Francia y una bandera blanca que dice La Resistanse, que puede hacer referencia a la obra Los Miserables o a la resistencia francesa contra los nazis. Luego, Henry saluda al público, los invita a tener un buen comportamiento porque la plaza está repleta y empujar podría causar problemas, agregando: “nosotros somos una nueva generación, ellos lo hicieron mal, ahora es nuestro tiempo”. Y comienza un concierto sobre el cual ya escribí. Con los pros y los contras, el balance, en el aspecto musical, es bueno.

Pero las inquietudes de los comentaristas vienen de las interacciones del vocalista con el público: “Yo no mataré. Yo venceré. Yo no estoy loco. Yo leeré. Yo perdonaré. Yo no olvidaré. Yo lucharé, el día llegará. Yo bailaré. Yo soy La Vida Bohème”, repetidas entre canciones por todos los asistentes, adolescentes la mayoría de ellos. O el cierre: “Esto no es una banda, es un puto ejército

En FB, las críticas vienen al concepto general de la banda. ¿Por qué La Resistanse?, ¿a qué se resisten? ¿Por qué tantas referencias a Francia, no sólo en los nombres, tanto del grupo como del club de fans, sino en los looks, que buscan imitar a los beats franceses de los sesenta?

Incluso, uno más alarmista, preguntaba: ¿La Vida Bohème ha participado en algún movimiento político o ha buscado cambiar las cosas en el país? ¿Están adoctrinando a sus seguidores?

Realmente, es común que los grupos de rock elaboren álbumes conceptuales, en cuyo contenido yace una crítica aguda a la sociedad, la política, la guerra o la religión; sin que ello implique que esos grupos deban convertirse en activistas políticos, o que deban aportar soluciones. El arte no aporta soluciones, el arte señala, critica, incomoda, pero realmente no cambia el estado de las cosas. De ahí viene su fortaleza y su debilidad. Por eso el arte como proyecto “antipoder” fracasa, pero también queda como evidencia cultural de una época, o de una situación particular.

Nuestra, la excelente primera placa de La Vida Bohème, es un disco pretendidamente conceptual. Escuchándolo con atención, se puede seguir la historia de un chico que inicia una fiesta en Radio Capital, tema que hace referencia a ‘candados y crestas’, las fiestas punk que se hacían en Caracas. A Radio Capital, la primera emisora venezolana que colocó rock nacional. Y en su coro, repiten gabba gabba hey, que evidentemente es una referencia al tema Pinhead de The Ramones.

Hay temas con leyendas políticas, cómo Nicaragua, que pareciera ser una metáfora de los trobadores que: “viajan sin rumbo, cantando canciones de falsa revolución”.

Hay canciones simplemente divertidas, cómo Danz.

Un escarceo romántico, en la excelente Flamingo.

Reivindicaciones del arte como forma de rebeldía, tanto en Nuestra: “No muerde/no calla/sin sangre no hay arte/nada ni nadie/de nada más”, como en I.P.O.S.T.E.L.: “Nuestro arte, nuestra arma/olvida todo lo que aprendiste/y vuelve a aprender/para olvidar otra vez”.

En otra canción, El Sentimiento ha Muerto, la letra es clara en torno hacia donde apunta la banda: “el sentimiento ha muerto/el sentimiento ha muerto/lo maté yo”.

Pero su concepto es débil, se empastela al momento de defenderlo en público. Basta que los propios fanáticos del grupo increpen a la banda en su Formspring, para que se vean los débiles hilos que sostienen la concepción de su música. ¿Qué es La Resistanse?, les pregunta alguien. “Es todo aquél que vea, oiga o sienta lo que estamos haciendo y todo aquel que se manifieste libremente”, responden vagamente.

Los chicos presentes el sábado en Las Mercedes repetían las frases de Henry sin analizarlas, y me atrevo a decir que sin darle mayor importancia

Algo similar le ocurre a Papashanty Soundsystem, grupo de reggae imposible de tomarse en serio con sus moralinas conservadores, muy similares a la de los fatales chicos de Dame Pa’a Matala, grupo ultraconservador y reaccionario de tendencia progubernamental.

También pasa algo parecido con Famasloop, grupo que pretende que sus canciones sean conceptuales. Aunque, sin duda, a Famasloop lo salva la utilización del humor, que a veces logra ser efectivo y autoparódico.

Si hiciéramos un análisis de la literatura o el cine venezolano, es casi seguro que encontraremos contradicciones similares. ¿O no? Igual en nuestra plástica o nuestra fotografía, y hasta en la imaginería que utilizan los movimientos políticos para hacer publicidad. Fue dramático ver que la única ocurrencia de una O.N.G. venezolana para estimular el voto, fue imitar una pésima cuña norteamericana.

Igualmente, podríamos tomar como ejemplo a un grupo extranjero como Calle 13, cuyo vocalista, que hace gala de un gran compromiso social, no para de contradecirse.

¿Recuerdan el incidente de los Premios MTV Video Music Awards Latinoamérica 2010? No se me olvida la estúpida reacción de los venezolanos cuando Residente salió con una franela que decía: “Chávez nominado a Mejor Artista Pop”. Todos se preguntaban si la franela era a favor o en contra del Presidente.

Calle 13 está bien con Univisión y con los cubanos miameros que lo consagraron con innumerables Grammys Latinos. Está bien con la oposición venezolana, la cual llena sus conciertos pagos cuando vienen a Venezuela, y también están de pláceme con el gobierno, que los ha traído en algunas ocasiones a tocar de gratis. Sus discos son producidos por Sony Entertainment y distribuidos a nivel mundial, como cualquier otro grupo, mientras en sus letras y videos hacen referencias a luchas sociales y utilizan un discurso pretendidamente de izquierda. Calle 13 colabora con artistas “revolucionarios” tipo Bersuit Vergarabat, pero también canta con la inofensiva Nelly Furtado, o con la Shakira más corporativa.

Calle 13 tiene una innegable calidad musical, sus primeros tres discos son extraordinarios, pero cuando vamos al fondo de su discurso encontramos algo evidente: la rebeldía no es otra cosa que un estratagema para vender discos y satisfacer el desmesurado ego de Rene Pérez, Residente.

Esto no es otra cosa que un vacío conceptual enorme, la contracultura como negocio, la rebeldía despojada de cualquier contenido incómodo y reducida a mero entretenimiento para el mercado de los chicos ácidos e irreverentes.

Algo similar a lo que en Venezuela hace Ruffles, marca de papitas fritas, que reclutó a algunos “ácidos” blogueros del país y los encorsetó en una página en la que pueden ser irreverentes siguiendo un manual, ateniéndose a unas reglas. Se trata de una estrategia para colocar un producto en las mentes de los consumidores con corazón rebelde. Así, saca tu lado más ácido, es en verdad una página más dulce que el algodón de azúcar, una site para la irreverencia políticamente correcta, en la onda de MTV.

Es común enterarse de las dificultades del rock nacional, de los pocos espacios para tocar (en Valencia no existe un solo local); la obligación de tocar gratis que imponen algunos locales; la obligación de llenar el local que imponen otros, a riesgo de no ser invitado otra vez si no logran llenarlo; la ausencia de festivales o eventos; la dificultad para conseguir salas de ensayo; la necesidad que tienen los músicos de procurarse un “trabajo serio”, ante la imposibilidad de vivir de lo que hacen; el poco apoyo de las radios a propuestas no comestibles (un tema tan suave como Pobre Chico de Skin fue rechazado por algunas emisoras debido que no era radiable); y un larguísimo etcétera.

De esos temas que afectan a la movida no se habla en los medios que deberían. En la revista La Dosis usted no encontrará la menor mención a estos temas, en los reportajes que Todo en Domingo le dedica ocasionalmente al rock nacional, mucho menos.

Los medios alternativos (insertar ironía aquí) se dedican a promover una mitología del rock criollo según la cual las bandas venezolanas viven en un mundo que se parece mucho a Bervely Hills. Igualmente, es difícil escuchar a las bandas pronunciarse públicamente sobre esto. Ni la Liga del Rock, ni las bandas de manera particular quieren hablar del tema.

De hecho, en Código Venezuela, Daniel Esparza publicó un artículo, casi como respuesta a las dos duras reseñas que se hicieron en panfletonegro sobre el FNB 2010. En dicho artículo, Esparza hablaba de las dificultades de las bandas locales para tocar y para sostenerse en el tiempo. Pero quien escuche una canción de cualquier banda venezolana, creerá que se dan vidas de rockstar, que su única preocupación es el amor y otras experiencias de la juventud, y que ser roquero en este país es algo chévere.

Nada más falso y alejado de la realidad.

Otra cosa, es cierto desprecio que muchas de estas bandas sienten por el contexto venezolano. No se me olvida cuando el vocalista de una banda caraqueña decía que le gustaba tocar música con bits electrónicos, porque así alejaba de sus toques a las wirchas y las monas.

En un toque de Viniloversus, al que asistí en Discovery Bar en noviembre del año pasado, la queja general de los asistentes, era que el local estaba muy lleno de niches y monos. Algunos grupos de Venezuela asumen un discurso un tanto racista y clasista y por eso sólo le llegan a un reducido público, enclaustrado en los locales del este de Caracas y otras zonas de clase media a nivel nacional.

Es bastante obvio que unas bandas que ni siquiera pueden ubicarse en su contexto, y saber dónde están paradas, mucho menos van a tener la consistencia de realizar trabajos conceptuales a la altura de obras maestras como Quadrophenia de The Who, Disintegration de The Cure, o The Wall de Pink Floyd. Ni siquiera al nivel de algunas joyas contemporáneas como Funeral de Arcade Fire, The Resistance de Muse, o los apocalípticos OK Computer de Radiohead y Year Zero de Nine Inch Nails.

Por eso el sábado escuchamos a La Vida Bohème hacer una versión excelente de un tema de Manu Chao. ¡De Manu Chao! Un cantautor de izquierda, simpatizante del gobierno venezolano, y que de hecho ha venido varias veces a Venezuela a tocar invitado por el régimen, siendo versionado por una banda que ha declarado públicamente su oposición al gobierno. Además, el tema versionado fue “Por El Suelo”, una canción que habla sobre la insensibilidad de las personas hacia la “pachamama”, en un concierto en que la utilización de pintura causó tantos daños en los ornatos de la plaza, que a media tarde, durante la prueba de sonido, Henry tuvo que exigir a los fans que dejaran de pintarse por solicitud de la alcaldía. Cosa que, por cierto, no ocurrió.

Más que neonazis programados para adorar a un líder, el sábado en la plaza Alfredo Sadel, había chamos siguiendo a la única banda venezolana que ha decidido trabajar un poco de contenido en su producción musical, y el comportamiento del público se deben a las contradicciones del grupo en sí, más que a algún perverso plan de programación neurolingüística.

Básicamente, era una banda que se tomaba demasiado en serio a sí misma, y un público que actuaba en consecuencia. Una excelente reseña de la bloguera Araya Goitia Leizaola, arroja luces al respecto.

El rock nacional tiene problemas para definirse, y de ahí que cuando una banda se arriesga a elaborar un concepto que se salga de lo típico, es bastante predecible que caerán en contradicciones de todo tipo.

Hay algunos atisbos de cambio. Fibonacci no sólo irrumpió sorpresivamente en el Festival Nuevas Bandas del año pasado, sino que recientemente, durante el estreno del videoclip que registra esta acción, la banda propuso cambiar los criterios que se utilizan para seleccionar las bandas participantes en dicho festival. Al parecer fueron escuchado y recibieron la promesa de que sus ideas serán consideradas. La Rotunda, en uno de sus temas, se burla de las bandas que pretenden tener éxito escudadas en la ley resorte.

Pero son señales débiles, creo que a la movida roquera venezolana le toca una discusión abierta de sus propias contradicciones, una definición más clara de conceptos si de verdad se quiere aprovechar esta ebullición de la que hablaba al principio. Lo contrario, es someterse a una muerte segura.

No es casual que de las bandas que mencioné en el noveno párrafo, el 90 % de ellas ya no existan.

Salir de la versión móvil