Peso pluma

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El fin se acerca decía con euforia a los transeúntes de la primera hora del día, luego se retorcía en una carcajada que le hacía olvidar su soledad. La gente apertrechada, como sardinas en lata, abordaban los autobuses con dirección a sus respectivos empleos. Lo miraban con espasmo y también en muchos casos hasta asco. Pero no era para menos, con unos andrajos que habrían de espantar la plaga de las cosechas. Perucho, el viejo vagabundo del Boulevard de Sabana Grande, ya llevaba una generosa cantidad de años recorriendo esa zona de la capital.

Con su característica barba hasta ya bien comenzado el pecho y sus lentes, que lo hacían ver como un tipo bien próximo a la lectura, unos zapatos bien gastados, una camisa de bolsillos y un morral en el que cargaba un verdadero universo de artefactos. Entre la fauna que adorna el interior de su morral se encuentra: un guante de boxeo, una peluca de carnaval, una revista que habla sobre el ingenioso método de las células madres, un peine, y una fotografía de la que en alguna época fue su novia. Perucho, no dejaba en paz a los transeúntes con sus representaciones de una pelea de boxeo. La gente perdía interés al relato, cuando de pronto se le veía tendido en el suelo, hasta que se levantaba estrepitosamente y gritaba que había sido knockout voluntario. Los fines de semana cuando había mayor incidencia de niños en el Boulevard, se acomodaba su peluca y hacia las veces de un payaso amigable para incomodidad de los niños que salían llorando asustados y buscando los brazos de sus padres. No le importaba en lo absoluto las burlas o el rechazo de los niños, cada día era una carcajada que el ganaba.

Sabana grande lucia tan desolado por las noches, cuando los bares de turno y los billares obligaban a marcharse a los rezagados. Por esas horas de profundo silencio, Perucho, buscaba en su morral la fotografía de su antigua novia, una chica de larga cabellera, con ojos grandes y sonrisa tierna que dejaba escapar un halo de tristeza. Al reverso de la misma, volvía a leer en voz baja la dedicatoria que le hizo Lorena en aquella ocasión del año 1982:

-No sabes cómo voy a extrañarte cuando te vayas de viaje a pelear por el título de peso ligero a México. Toda mi humanidad estará contando las horas frente a la ventana, frente a la puerta, frente al reloj. Porque la verdad, tu ausencia me pone en graves aprietos. Sin llenarte de tanta palabrería, y contando las horas a partir de este momento, se despide con un sabor agridulce en los labios.

Tu querida Lorena-

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