Brecha en el Silencio: Precious según La Villa del Cine

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Ayer intenté ir a ver una de las obras del Festival Internacional de Teatro de Caracas, pero no pude, la ciudad no me permitió llegar a Petare a la hora prevista. Sin embargo, no perdí la tarde, ya que pude ver en el Unicentro El Márquez, Brecha en el Silencio. Muchas ganas tenía de ver esta película, desde su estreno en el Festival de Cine Venezolano de Mérida había escuchado toda clase de comentarios elogiosos para la ópera prima de los hermanos Rodríguez. Decían que era la mejor película de La Villa del Cine, que se trataba de un filme «diferente», e incluso algunos la catalogaban de obra maestra. Pocos disentían y señalaban la exageración en tales apreciaciones. Luego de verla, no entiendo por qué tanto entusiasmo.

Estoy de acuerdo con quienes dicen que sobre el cine nacional a veces se impone un prejuicio injusto que niega cualquier mérito y que reduce toda nuestra cinematogafía a un largo camino de desaciertos, pero también es verdad que existe otro prejuicio, el de quienes aducen que nuestro cine sólo ha tratado una temática en particular (la relacionada con el barrio y la pobreza) y entonces celebran y aplauden cualquier cinta que aparentemente sea «distinta» y «artística».

Esto no es cierto, desde el mismo momento en que nuestra cinematografia empezó, hubo y hay directores empeñados en hacer cine de todo tipo. En nuestra cinematografía tenemos a Clemente de la Cerda y sus dramas sociales sobre delincuentes juveniles, pero también tenemos la obra del intimista Franco Rubartelli, del alegórico Diego Risquez, de los experimentales Julio Neri y Jacobo Penzo, del a veces intimista y a veces costumbrista Alfredo Anzola, por sólo nombrar algunos. Sin embargo, a pesar de esto, cada cierto tiempo surge una nueva oleada de emoción porque por fin hay cine «de autor» en Venezuela. Alexis Correia escribió una vez que el gran problema de los cineastas jóvenes venezolanos es que no se reconocía como parte de una tradición, por eso juran estar innovando y siempre están descubriendo al agua tibia.

Luego de ver Brecha en el Silencio (2013, Luis Alejandro Rodríguez y Andrés Eduardo Rodríguez) entiendo que el prejuicio no ha sido superado y que estamos dispuestos a aplaudir cualquier cosa enmascarada como cine de autor, bajo la excusa de que es algo «distinto». Vale decir que el tema tratado en esta película ya había sido tocado con anterioridad por César Bolívar, con mucha mejor fortuna, en su cinta de 1982, Más Allá del Silencio (disponible completa en Youtube). Nada malo tiene esto por supuesto, ya que el cine repite sus temáticas de manera constante, pero no me lo vendan como «la primera película sobre personas con discapacidad», porque no es cierto. Del mismo modo el intento de crear una narrativa privada de la pobreza, es decir, una historia sobre personas pobres pero enfocada en el drama personal y no en el drama social, ha sido una constante de nuestro cine. La última película en hacerlo fue Los Pájaros se van con la Muerte (2011, Thaelman Urguelles), cinta con la que Brecha en el Silencio guarda no pocos puntos en común. Sólo que donde Urguelles se iba por lo fantástico, los hermanos Rodríguez optan por el drama.

La historia nos muestra a Ana (Vanessa di Quattro) una chica de 19 años que sufre de sordera y vive en un hogar humilde con su mamá (Juliana Cuervos), su hermana mayor (Caremily Artígas), su hermano menor (Jonathan Pimentel) y su padrastro (Rubén León). En la familia es prácticamente una sirvienta, sólo la utilizan para cocinar y atender a sus hermanos. Mientras su indiferente madre le roba el sueldo que gana como costurera en una empresa textil, su padrastro abusa sexualmente de ella. La película acierta al mostrarnos el mundo silente de Ana. En ocasiones la cámara se vuelve subjetiva y el diseño de sonido (gran acierto) ayuda a que sintamos el aislamiento de la protagonista, quién no entiende mucho de lo que le rodea y siempre vive con un extrañamiento y cierta resignación ante los abusos sufridos.

Lamentablemente esto se pierde al poco rato de avanzada la película, cuando los directores siguen un camino similar a de la cinta norteamericana Precious: una infinita sucesión de vejámenes que acosarán a la protagonista de forma un tanto amarillista. Al igual que en las películas de Lars Von Trier, la mujer en esta historia cumple el papel de víctima absoluta de la opresión del mundo. Si en Dogville todos se aprovechaban de la bondad de la protagonista, en ésta cinta la discapacidad auditiva de Ana la coloca en desventaja frente a todos, incluso sus hermanos (los únicos personajes relativamente buenos de la película), quienes a pesar de no maltratarla, sí la utilizan y abusan de ella, incluso se sugiere que el niño la desea sexualmente y que quiere seguir los pasos de su padrastro abusador.

Los hermanos Rodríguez buscan un camino que celebro: dejar de lado los diálogos para expresarse en imágenes. Sin duda uno de los problemas del cine venezolano es ése: la sobre-explicación de todos los argumentos de una película a través de diálogos redundantes. Me pasó recientemente con Azul y no Tan Rosa, la ópera prima de Miguel Ferrari, que luego de una interesante primera parte, se desinflaba con una inexplicable coda en la que una serie de subtramas innecesarias remarcaban el mensaje de la película, aún cuando el mismo ya estaba bastante claro durante su lograda primera hora. Aquella película terminaba con un discurso didáctico y aleccionador en voz de Hilda Abrahamz, quién nos decía qué conclusión sacar de lo que acabábamos de ver. Aquí es digno de celebrarse la ausencia de esas declaraciones de principios, el detrimento de la palabra en beneficio de la imagen. Pero la estética de los hermanos Rodríguez no es lo suficientemente madura y poderosa. Al contrario, muchos momentos producen risas involuntarias, muchas imágenes lejos de ser expresionistas resultan tragicómicas, como los momentos en que el hermano menor se levanta sonámbulo, que generan no pocas carcajadas en la sala; o cuando se quiere remarcar la crueldad del padrastro, con primeros planos y tomas en contrapicado que más que generar repulsión recuerdan algunos de los peores vicios de los unitarios televisivos que estuvieron muy de moda en Venezuela durante los años noventa. El gran problema, en definitiva, es que los hermanos Rodríguez se dan aire de grandes autores y deben forzar mucho su estética, quieren impactar y desagradar a juro, quieren conmover a base de efectismos y no con la fuerza dramática que la historia ya tiene por sí misma. En muchos momentos sentí que terminaban haciendo un cine formalista y mecánico. Tan mal planificado que termina aburriendo y causando risas involuntarias.

De igual modo, los actores no ayudan. Rubén León está encasillado en el mismo papel de macho venezolano bebedor de cerveza y abusador de mujeres desde su participación en Cheila: Una Casa pa’ Maíta, hace poco lo vimos en el mismo papel en la película de Ferrari. Aquí lleva un poco más allá su rol al encarnar a este despiadado personaje con su registro habitual. Del mismo modo, Juliana Cuervos encarna otro estereotipo, el de la mujer venezolana que a cambio de un marido que le provea de sexo, está dispuesta a dejar que abusen de sus hijas y que la chuleen. La actriz no resulta creíble y en muchas escenas, como aquella en la que le arroja unos platos a la protagonista, se nota forzada. Mejor fortuna corre el elenco joven, tanto Jonathan Pimentel como Caremily Artigas, aportan un poco de naturalidad en un film tan mecánico. Sin duda lo mejor de la película es su protagonista, Vanessa Di Quiattro realiza una esforzada actuación, digna de todos los elogios que ha recibido. Incluso me impresionó algo, y disculpen que citen una anécdota personal: he tenido contacto con personas sordas, y también con personas sordas abusadas. Una de las características de estas personas es que van adquiriendo una gestualidad diferente, mientras que los sordos normales suelen ser excesivamente gestuales y mueven mucho las manos, los sordos que han sido víctimas de algún abuso suelen caminar cabizbajos, frotan sus manos y se sientan mirado al suelo. Me impresionó mucho que la actuación de Di Quattro es así, expresa con sus gestos y formas el abuso del que ha sido víctima. En tal sentido es una lástima que una actuación tan lograda sea vea inserta en este festival de sufrimiento kitsch que es la cinta de los Rodríguez.

En definitiva, Brecha en el Silencio viene a confirmar algo que ha sido una constante en nuestro cine reciente: el de películas que en apariencia vienen a representar un refrescamiento a nuestra industria, pero que al final terminan hundiéndose en su vacío, sus pretensiones, y sus inconsistencias. En contrapartida, la semana pasada vi otro film venezolano, El Yaque: Pueblo de Campeones (2013, Javier Chuecos), un documental sencillo, sin ánimos de hablar de los «grandes temas de la vida», una cinta encantadoramente incorrecta en la que unos chamos rumberos, bebedores y con pocas intenciones de venderse como héroes nacionales que triunfan en el exterior a lo Dudamel, terminaron conmoviéndome con su amor por el Wind Surf y sus simples ganas de vivir haciendo lo que les gusta y ser reconocidos en su país por ello. Al final, el cine es eso: buena historias que nos conmueven y nos dejan pensando luego de haberlas visto. Prefiero mil veces ese cine a estas chorradas pretendidamente autorales.

5 Comentarios

  1. ¿Podrías hablar más acerca de la construcción del guión? ¿De la dramaturgia en sí? Gracias.

  2. La dramaturgia es plana, lo que no necesariamente es algo malo, puesto que muchos directores utilizan una dramaturgia plana (Wong Kar Wai, por ejemplo, es bastante plano en algunas de sus películas). El problema es que en esta película la historia es plana y está mal contada.

  3. Pues la verdad, para describirte como escritor «reconocido» en Sacven (juraba que eran títulos que se daban a gente como Borges, Cortázar o a nuestro Sánchez Rugeles que va por la 5° reedición de una de sus novelas, pero bueno, así está el país), creo que tu argumento respecto a la fallas de guión (que en todo caso es lo que compete a un «escritor» analizar) no dice mucho.

    ¿Cuál es la premisa de Precious y cual la de Brecha en el Silencio? Realmente tienen que ver o te refieres más bien al tratamiento. ¿Por qué es plana la dramaturgia? ¿No hay transformaciones en sus personajes o no cumple con las reglas del género? ¿Por qué está mal contada? ¿Acaso no tiene suspenso? ¿Acaso no cumple con la estructura clásica u otras? ¿En caso de no cumplir con la estructura aristotélica es eso negativo en el cine de autor? Lo pregunto porque quiero saber si vale la pena verla. Me pregunto también si has visto algunas de las Óperas Primas que han ganado en Berlín o Cannes tales como «El Custodio» o «la Ciénaga». Digo, sólo por establecer referencias, ya que «Precious» se las tira de Indie y es mega establishment. Sobre todo por el mensaje. ¿Es así «Brecha en el silencio»? ¿Su final apunta a que aunque el Estado te joda al final te consuela con un chequecito de pensión?

    Lo siguiente es una nimiedad pero tengo mis dudas: ¿»El Marqués» del Unicentro no va más bien con «s» y no con «z»?.

    Saludos.

  4. A mí no me pareció una mala película del todo, aunque comparto que está sobrevalorada solo por el tema que toca. A mí lo que me incomodó, y por lo general me incomoda de muchas de estas películas, es que al final la solución solo es la huida. Sí, es válido, no todos los finales tienen por qué ser reconfortantes, felices y justos, pero a veces siento que es el único final propuesto. La huida.

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