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¿Qué murió hoy en Venezuela?

1954 - 2013
1954 – 2013

Hace una hora Nicolás Maduro, Vicepresidente de la República, anunció la muerte de Hugo Chávez; según sus palabras, fallecido a las 4:25 pm de hoy, 05 de marzo de 2013. El mismo día en que se conmemoraba el sesenta aniversario de la muerte de Stalin, por cierto.

¿Qué ha muerto hoy en Venezuela? El caudillo que durante catorce largos y dolorosos años gobernó la vida de los venezolanos, tanto de quienes lo apoyan como de quienes sistemáticamente lo hemos rechazado.

Y sólo eso. Lo demás sigue intacto.

Una de las cosas que más impresionaba durante los últimos meses en Venezuela era darse cuenta de que el país parecía no tocar fondo nunca, que no importara el tamaño del golpe contra la institucionalidad que se diera por parte del gobierno que desde hace meses encabezaba Nicolás Maduro, Vicepresidente no electo por nadie, y a quién el propio Hugo Chávez designó, en su última aparición pública, como su sucesor. No había límites, las leyes podían violarse a placer sin que hubiera reacción alguna. ¿Por qué los venezolanos no reaccionan?, se preguntaban muchos.

La respuesta que maceraba en mi cabeza todo el tiempo era la misma: Nadie reacciona porque nadie siente que aquí esté pasando algo excepcional. Los episodios que vivimos los últimos días tuvieron mucho de grotesco, pero muy poco de extraordinarios en la larga lista de improvisaciones y abusos de poder sobre los que se han fundado todos los gobiernos en Venezuela. Los venezolanos no reaccionan ante las violaciones a la constitución y la ley, ante el atropello y el abuso, porque en Venezuela nunca hemos tenido instituciones, leyes o República a la cual rindamos respeto. Es como si existiera una idea extendida en todo el país de que nuestro estado natural es la ilegalidad, la viveza y el abuso. O como decía mi mamá cuando justificaba su apoyo a Carlos Andrés Pérez durante su segundo mandato: “Él ya robó, así que no volverá a hacerlo”.

Las únicas cosas de la que nos ufanamos los venezolanos cuando definimos nuestra identidad nacional siempre son las mismas: las maravillas naturales sobre la que vivimos, El Ávila, El Salto Ángel, Los Tepuyes, Las Montañas de los Andes. También hablamos de la comida o la música, de nuestro carácter alegre, de nuestras rumbas, de nuestras mujeres. No citamos nuestras instituciones ni nuestra ciudadanía, no hablamos de nuestra educación ni de nuestra democracia, no nos enorgullecemos de la ciudadana convivencia que hemos labrado, porque en el fondo si siempre andamos endilgándole a El Ávila nuestro orgullo es porque sabemos que lo mejor de Venezuela nos lo dio la naturaleza y no lo hemos construido los venezolanos. No existe casi nada hecho por nosotros que podamos citar como elemento cohesionador de nuestra nacionalidad.

Y por eso hemos vivido tres meses de ilegalidades de todo tipo, de un gobierno prácticamente de facto, de una violación constante a la constitución y las leyes sin que se dé mayor reacción, más allá de la modesta (y no por eso menos valerosa) reacción de los estudiantes en Caracas. No nos sorprende la falta de institucionalidad porque no podemos extrañar un país civilizado y democrático que nunca hemos sido. Esa es, por cierto, la razón por la cual cuando Hugo Chávez ejecutó su cruel golpe de estado en 1992, muchos lo aplaudieron, y no sólo hablo del pueblo llano, también hasta quienes fundaron el sistema democrático, quienes prefirieron cabalgar sobre el golpe con tal de seguir en el poder. ¿O es que ya olvidaron que fue Rafael Caldera el primero que convirtió la tropelía golpista en una historia épica y la usó para su beneficio?

Ahora, el anuncio de la muerte de Hugo Chávez, se da en un clima de calma tan grande que asusta. Fue sólo la oficialización de una noticia que los venezolanos ya sabíamos (hubiera ocurrido realmente o no) desde hace mucho.

No voy a entrar en este artículo a especular sobre si de verdad Chávez murió hace un par de horas o si llevaba muerto muchos días y lo anunciaron ahorita. Centrémonos en algo: el miedo.

Creo que es legítimo temer en este momento por lo que viene a continuación. En un país donde las institucionalidad ha sido un chiste de mal gusto para todos, incluyendo para una ciudadanía que parece justificar y ver con normalidad, cuando no con anomia, los abusos del poder, da miedo que el destino del país esté en manos de una casta militar que hace horas anunciaba, junto con una ridícula teoría conspirativa según la cual el cáncer que acabó con la vida del Presidente fue “inoculado” por los norteamericanos, anunciaba, también, que “el pueblo” estaría dispuesto a “tomar la justicia por su propia mano” si fuera necesario. La presencia de los herederos de Lina Ron a las puertas de Globovisión parecía anunciar lo peor y confirmar la sospecha de que luego de la muerte de Hugo Chávez vendría para Venezuela una escalada de violencia.

Es como si el refrán aquel se hubiera hecho realidad al revés: se murió el perro y ahora en vez de terminar, comenzaría la rabia.

Y es que en todo este proceso de depauperación de la salud del Presidente, quienes detentan el control del petro-estado venezolano no han hecho ningún esfuerzo, ninguno, por cohesionar al país o tratar de reconciliarlo. Al contrario, hasta el último día el chavismo vio la enfermedad del Presidente como una amenaza. Incluso la sanación del Presidente se nos ofrecía como una revancha contra todos: “No se confunda, Majunches, Chávez se va a curar y los va a seguir jodidendo a todos”, fue el mensaje oficial durante las últimas semanas.

Es legítimo, por tanto, estar muy temeroso de que la camarilla “cívico-militar” que hoy detenta el poder ejecute en los próximos días, actos de venganza, cacería de brujas y persecución contra los venezolanos. Sobre todo porque e las uniones cívico-militares, lo militar termina imponiéndose.

Si algo dejó en claro el ejercicio del poder chavista durante estos catorce años fue el desprecio que sienten por palabras como “entendimiento”, “diálogo”, “comprensión”, “piedad”. Incluso, el último acto del chavismo fue negarle a otro enfermo, Iván Simonovis, una medida humanitaria, a pesar de estar muy grave, y sin importarle el dolor que su hija, una chica de quince años que imploró al poder un poco de humanidad, haya sufrido de ver a su papá muriendo lentamente.

El chavismo se despide del poder dejándole a Venezuela una generación dividida, con un amplio sector de los venezolanos viviendo en el exilio, con miles de muertos ocasionados por una violencia desatada que fue contemplada con indiferencia y hasta complacencia por el estado. Sus últimos días están marcados por un discurso belicoso y divisionista, que negó la piedad, negó el diálogo, negó cualquier posibilidad de tender un puente con quienes, desde hace mucho o poco tiempo, da igual, nos hemos opuesto a sus ejecutorias en el poder.

¿Eso quiere decir que esta es hora de venganzas? Para nada. Todo lo contrario, escribo estas líneas con el temor de quien no sabe que viene después de tanto odio sembrado en el corazón de un país pobre que ya de por sí venía arrastrando, desde muchos antes de Hugo Chávez, una profunda herida en su tejido social, roto y siempre a punto de perderse para siempre.

Espero que los días posteriores se impongan esa cierta convivencia y ese delgado hilo de cordura que hizo que en catorce años, a pesar de tanta mierda, chavistas y opositores no nos matáramos unos contra otros en las calles. Que así sea.

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