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Locos por los Votos: Elecciones de Comedia

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Locos por los Votos: Elecciones de Comedia


Si todos los políticos son hijos de la misma madre, Locos por los Votos puede servir de radiografía tragicómica del estado global de la democracia, desde la Estados Unidos de Obama hasta la Venezuela de la polarización.
A su modo, el largometraje le hace guiños a las elecciones regionales del 16 de diciembre, al estrenarse en la víspera de los últimos comicios del año. Mérito exclusivo de los distribuidores y exhibidores, capaces de realizar un trabajo adecuado de selección de su material para despertar ideas irónicas en el imaginario colectivo, siempre a la búsqueda de la rentabilidad del producto. Así fue con Tiempos de Dictadura en el marco del 7 de octubre.
El saldo superó con creces las expectativas de taquilla y crítica, al punto de compartir espacio con la película antes citada, originalmente titulada The Campaign. Es una lástima porque la cinta protagonizada por Will Ferrell no contó con el suficiente respaldo de los espectadores. A lo mejor su humor toca temas muy específicos y locales divorciados del gusto del público criollo. En otras ocasiones funciona el recurso de la evasión a través de la risa.
De repente, por el contrario, es un reflejo demasiado obvio de la realidad nacional y la gente prefiere refugiarse en el escape navideño de las compras nerviosas de fuegos de artificio. Sin ir muy lejos, el Inspector Rodríguez cuece su malvavisco asado en la pantalla, a la retaguardia de las recetas edulcoradas y recalentadas de El Conde del Guacharo. La audiencia les brinda apoyo, mientras los entendidos bajan los pulgares.
Al final es un negocio redondo, a no desestimar por su impronta en el desarrollo laboral de la industria venezolana, pero estéril al momento de sopesar su verdadero aporte conceptual.
Por ejemplo, en la comparación con Locos por los Votos, las piezas vernáculas del género salen perdiendo por paliza, amén de las trabas a la libertad de expresión, el pragmático silencio cómplice del gremio y el amordazamiento general a consecuencia de las tenazas de la Ley Resorte.
Sería divertido ver a Moncho Martínez y a Benjamín Rausseo en los papeles de los candidatos demagógicos de Will Ferrell y Zach Galifianakis, debatidos entre venderle el alma al diablo de la corrupción o plantarle cara a los problemas sociales de la república. El primero podría encarnar a un títere del PSUV, operado por la maquinaría del gobierno.
El segundo representaría las paradojas de las figuras de la oposición. Descubriríamos, como en la obra de referencia, una lectura satírica de las luchas intestinas y desiguales para aspirar a un cargo público. David enfrentaría a Goliat con su astucia y empeño.
En el medio, conoceríamos los entornos oscuros de los dos elegidos, tentados por los círculos del poder y las ofrendas de los señores de las sombras.
Aparte, The Campaign fungiría de molde para proyectar una adaptación contemporánea de nuestra guerra sucia, de corte asimétrico, fundamentada en los principios de la propaganda negra y el populismo reducido a la pornografía de la vida íntima. Para respetar el desenlace del film americano, concluiríamos en la consumación de un fraude técnico. Por fortuna, el tramposo de Locos por los Votos reconoce la estafa y cede su puesto al auténtico ganador. Un mea culpa solo posible en la ficción.
*Publicado originalmente en la columna «La Ventana Indiscreta» de «El Nacional».

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