«Boyhood»: El hombre en busca de sentido

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En diferentes momentos de mi vida he preguntado por el sentido de todo. La intención y la amplitud de la pregunta han cambiado con los años y las circunstancias. En mi adolescencia pensaba mucho en la autoridad de los adultos y en la falta de libertad: ¿por qué tengo que hacer lo que me dicen? ¿Por qué tengo que ir al colegio? ¿Por qué todos hacemos lo mismo?

Cualquier cosa podía generar esa inquietud que me llevaba a cuestionar el mundo. No sucedía en momentos de reflexión en soledad, sino en instantes que formaban parte de la cotidianidad: una conversación con mi mamá mientras me llevaba al colegio, un video en Mtv, una materia aplazada, una fiesta con mis amigos, una película o un juego de computadora. Mi identidad y mi percepción general de las cosas fueron configurándose a través de esa interacción espontánea con los demás que te permite descubrirte a ti mismo, aunque no estés consciente de ello.

De alguna manera no son los grandes hitos de nuestras vidas los que definen quienes somos. La mente suele comprimir el pasado y organizarlo en eventos memorables que en retrospectiva elegimos como los más importantes. Pero si pudiéramos volver a ver lo que hemos vivido las sensaciones serían muy diferentes. Son las horas, una canción de los Beatles, los panqueques de los domingos, las carreras en bicicleta bajo la lluvia, el perfume de tu mamá, tu primera mudanza.

Cuando tienes edad para preguntar por qué hay algo en vez de nada y cuál es el sentido de la vida, ya has perdido la perspectiva en la complejidad de las cosas. La mayoría de nuestros días transcurren en una sucesión de hábitos y rutinas, pero son tantas las variaciones y sutilezas que hay en ellas, que siempre somos desbordados por la experiencia. Muchos de esos momentos son olvidados, a medida que envejecemos gran parte de la vida se va disolviendo en una mezcla de costumbre y perplejidad. Nos sentimos cansados y confundidos, aturdidos por la velocidad y la repetición. Al final de la historia, el hijo y el padre tienen las mismas preguntas sin responder, la apertura que los define es la búsqueda por el sentido, por ese propósito personal que debería conocer cada uno.

Ernesto Sábato escribió: “La vida es tan corta, y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo ya hay que morirse”. Aunque habrá quienes no estén de acuerdo con el genio argentino, el paso del tiempo se va convirtiendo en la renuncia a la respuesta, en el reconocimiento de la duda como un estado natural; el ser humano pregunta porque su alma es incertidumbre.

El mayor logro de ‘Boyhood’, la nueva película de Richard Linklater, es haber captado la naturaleza paradójica y elusiva de nuestras vidas. En lugar de intentar explicarla, se convierte en un espejo en el que nos examinamos a nosotros mismos. Es una meditación acerca de la condición humana, tan ambiciosa en concepto y escala técnica como íntima en su mirada sobre lo que significa crecer y encontrar la propia identidad. Las relaciones entre padres e hijos, entre amigos y hermanos; lo que queremos ser y lo que se espera de nosotros, el pasado y el futuro como transformación de lo que añoramos y la nostalgia por lo que hemos perdido.

La historia comienza y un niño mira al cielo lleno de asombro, reconoce al mundo como su hogar aunque le resulte tan extraño. Todavía no lo sabe, pero ya ha hecho su apuesta. El tiempo es horizonte y frontera de lo humano, la libertad es su posibilidad.

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