La Comunidad Terapéutica (crónica)

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Trabajo final del curso “Taller de Redacción de Crónicas”

LA COMUNIDAD TERAPÉUTICA

Era agosto de 1974 y recién había cumplido los 16 años. Era una persona completamente solitaria y me la pasaba encerrado en mi cuarto y acostado en mi cama haciendo nada. Sólo salía de mi cuarto al balcón del apartamento a fumarme un cigarro a escondidas. Tenía a cuestas la boleta escolar en rojo y estudiaba tercer año (noveno grado) en un colegio especial que era una quinta y a donde iban a estudiar los alumnos expulsados de otros colegios. Llevé tres materias a septiembre y pasé dos en reparación. Tenía un odio hacia la gente cuyo caldo de cultivo quizás hayan sido las burlas y rechazos acumulados en la educación primaria y los primeros años de bachillerato. Todo ello y mucho más fue considerado por mis padres como razones necesarias y suficientes para ser asistido por un psiquiatra, por lo que pasé de psiquiatra en psiquiatra (cuatro en total) hasta llegar a la consulta de uno que era encargado de una comunidad terapéutica. Era un psiquiatra algo original en relación con los anteriores, ya que le tendí la mano y no me la dio sino que me dijo con voz seca “pasa”. Al preguntarle por mi diagnóstico me dijo de manera áspera y enfática: “estás bien jodido, muchacho” y luego añadió: “quiero que conozcas un lugar nuevo para ti”. Me fui con mis padres en carro detrás del automóvil del psiquiatra a conocer lo que va a ser el sitio donde iba a estar internado: la comunidad terapéutica.

La comunidad terapéutica era una institución de carácter privado solo conocida por psiquiatras y algunos psicólogos, muy costosa en aquel entonces (cinco mil bolívares mensuales que al cambio de ahora serían quizás como veinte mil bolívares fuertes al mes y creo que me quedo corto) por lo que pocas personas tenían acceso a esa comunidad, aunque se hacían excepciones en forma de becas, pasantías o de gente patrocinada por otras instituciones u otros psiquiatras. Ella estaba destinada primordialmente a los pacientes con problemas de adicción a las drogas y a pacientes con problemas de carácter psíquico (muchas personas provenían de hospitales psiquiátricos).

La comunidad era de carácter mixto compuesta por más de treinta personas (siendo el límite de edad a partir de los 15 años) y se alojaba en una mansión alquilada ubicada en la urbanización Valle Arriba. Esas personas en su mayoría no podían salir a la calle y debían estar internas ejerciendo la convivencia “en familia”, carácter que conformaba el núcleo metódico de toda la terapia en esa comunidad. De hecho, los internos se llamaban entre ellos “hermanos” y “hermanas” y a la mansión se la decía “la casa”.

La casa tenía diez cuartos provistos de varias literas (entre dos y cuatro), una sala principal muy espaciosa y varias salas de menor tamaño. Todas las ventanas daban hacia los campos de golf del club Valle Arriba, haciendo el paisaje monótono. Sólo en la noche se veía a través de las ventanas traseras las luces encendidas de la Cota Mil asemejándola a un ciempiés luminoso. En la entrada había una sala de espera, y poco después un recinto con teléfono que parecía un mini bar con cuadernos empastados y carpetas, recinto al que llamábamos “departamento de comunicaciones”. La cocina de la casa era enorme y tenía un depósito de alimentos casi del tamaño de una habitación. El comedor era espacioso y tenía bastantes mesas de cuatro sillas cada una.

Toda persona en vísperas de ingresar a la comunidad hacía el contrato, expreso o tácito, de respetarlas las normas y obedecer a los terapeutas que allí trabajaban. Uno de los numerosos preceptos que había que cumplir para que la estadía en la casa resultase provechosa era esforzarse por ser natural no ocultando al nuestro “verdadero yo” a través del acto de aparentar y de fingir una imagen a nivel social, por lo que era obligatorio afeitarse si se tenía barba y bigote, no estaba permitido el uso del reloj ni de prendas que llamen la atención como los anillos, los anteojos oscuros, maquillaje, zarcillos, etc. Esos y otros objetos de uso personal como carteras, chicles, cigarros y peines se decomisaban al recién ingresado e iban a parar al closet de artículos decomisados, el cual estaba bajo llave. No se podía leer ya que era necesario (más bien de carácter obligatorio) estar en permanente comunicación con los demás miembros si se quería iniciar la transformación conducente al desarrollo pleno que, según aseguraban, permitiría resolver de manera permanente los problemas que inicialmente llevó a cada quien al psiquiatra. La mayoría estaba en la comunidad por consumo de drogas o presionados por la policía y su familia y eran pocos los que estaban por propia iniciativa y menos aún los que permanecían bajo propia voluntad.

Naturalmente, yo estaba obligado por mi familia y usualmente me la pasaba soñando con salirme de la casa e irme a un cafetín a fumarme un cigarrito y comerme un buen trozo de pastel acompañado de una taza de café con leche espumoso. Las tres normas cardinales de la comunidad eran no drogas, no sexo y no violencia y el que de alguna manera las infringiese estaba automáticamente expulsado. En mi ingreso, al ser considerado un caso difícil de adaptación y por no tener antecedentes de consumo de drogas, me permitieron durante el primer mes asistir solo durante el día y ser recogido por mis padres al anochecer. Como resultado de la dinámica de las actividades en la comunidad, llegaba muy cansado a mi casa y me iba directamente a la cama, cosa que no hubiese podido hacer de haberme quedado interno.

En la comunidad nos acostábamos a las diez y media de la noche y nos levantábamos a diez para las seis de la mañana. El sereno, residente por mucho tiempo y que era de sexo masculino, nos levantaba con una suave llamada y volvía a pasar hasta tres veces por si alguien se encontraba durmiendo todavía. Aquel que estuviese acostado todavía durante cinco minutos más no podía desayunar como sanción, durante diez minutos más no almorzaba y durante quince no cenaba. Yo aprendí rápido la lección y me paraba como un resorte. Cada quien tendía su cama al levantarse y hacía un oficio extra antes de ir a desayunar que podía ser barrer el cuarto, limpiar por encima un baño, etc.

El sereno, en su labor de despertar a la gente no podía entrar en los cuarto de las damas, por lo que tenía que pegar un grito después de tocar la puerta y si alguna se quedaba acostada lo reportaba una de las encargadas de mayor tiempo. En la comunidad no podía haber encubrimientos de ningún tipo ya que se daba por hecho que la conducta de las personas era de carácter autónomo, de la misma manera que como quien va a un gimnasio luego de haber pagado por ello. Aunque de manera subterránea siempre estaba presente el temor a las sanciones, que eran duras aunque soportables con mucho esfuerzo; sobre todo si se tiene la firme creencia que se dan en función de nuestro propio bien.

Al desayunar cada quien lavaba su plato y su vaso para luego sentarse en uno de los asientos cómodos de la sala principal llamados “puff” dispuestos en forma circular, mientras que varios asignados, con libreta y lápiz en mano, iban a supervisar los cuartos y los baños. Cualquier desajuste (cama mal tendida, pelos en un lavamanos, polvo en un estante, sucio en un piso, etc.) que encontrara la persona asignada lo anotaba en la libreta y se lo entregaba luego al terapeuta encargado de la reunión, disponiendo para ello de quince minutos. Mientras tanto, en la sala principal se iniciaba todas las mañanas la llamada “reunión de la mañana” con la lectura del “poema de la casa” del que solo recuerdo algo del principio: “Estamos aquí porque ya no tenemos donde escondernos de nosotros mismos. Hasta que no nos confrontemos en el espejo de los ojos de los demás…etc.”

El terapeuta encargado de la reunión leía la lista que los asignados de revisar el estado de los cuartos y baños le entregaba. La llamaban “la lista de las banderas” ya que “bandera” era la palabra que designaba una irregularidad que a su vez señalaba otra de carácter más profundo en la vida de la persona involucrada y no simplemente como un fallo en el desarrollo de la actividad. Por ejemplo, si a una persona a la que le tocaba limpiar algo se le encontraba un sucio donde limpió, entonces se le preguntaba en que pensaba o sentía mientras lo estaba limpiando. Esa persona por lo general respondía algo y sobre la respuesta que daba se le hacía otra pregunta. Y así se le preguntaba de manera sucesiva, a la vez que se reflexionaba sobre cada respuesta que daba para profundizar en su interioridad y efectuar la terapia que fuese necesaria. Había personas que hasta llegaban a llorar por las cosas que salían a flote. Aquellos que contestaban con la pregunta inicial con “no lo sé”, con “no volverá a pasar” o con “no me interesa”, que por lo general eran recién llegados, se los regañaba fuertemente con frases como “si no confías en nosotros y no colaboras con tu proceso de transformación, entonces, por qué estás en la casa” ya que se suponía que se estaba allí bajo la conciencia de querer transformar su vida y resolver sus problemas confiando en los miembros y terapeutas de la comunidad.

Esa actividad duraba hasta las diez de la mañana y luego, divididos en dos grupos, cada quien pasaba a efectuar labores de limpieza o de cocina. El grupo asignado para la cocina tenía que tener el almuerzo listo a las doce en punto. El grupo asignado para la limpieza no tenía esa presión aunque esa labor era para mí muy fatigosa. Había que barrer y coletear las inmensas salas de arriba, de abajo y el comedor con sus mesas. Se tenía la teoría terapéutica de que a través del trabajo físico se podía desarrollar el “sentimiento de pertenencia” hacia los objetos sobre los que se ejercía ese trabajo.

En conjunción con esa teoría también estaba otra que señalaba que el contacto físico entre las personas, amparado bajo la estricta norma de “no sexo” para evitar consecuencias posteriores, liberaría en cada cual el sentimiento de “amor” que, se supone, es una capacidad que todo el mundo tiene albergado en su ser original. Esa teoría estaba avalada por pruebas hechas por los estudiosos del comportamiento animal (etólogos) en laboratorios de psicología experimental con simios en Estados Unidos, país de donde provenía todo el andamiaje teórico y práctico de la comunidad terapéutica.
De acorde con esa teoría, la ausencia de contacto físico en toda persona (y animales mamíferos también) seca su espina dorsal, volviendo a los animales agresivos y ariscos entre ellos y a las personas las vuelve incapaces de amar. Creo que es una teoría fácil de aceptar pero difícil de entender y más todavía si se le añade el factor sexo. Por ello era casi normativo que con frecuencia los miembros se pidieran abrazos entre ellos, siendo la manera formal de hacerlo el decirle a la otra persona “necesito tu amor”. La persona aludida no podía negarse so pena de verse en grandes problemas dentro de la comunidad. Yo detestaba esa práctica, así como el trabajo diario, la disciplina constante y casi todas las actividades llevadas a cabo dentro de esa comunidad.

Pero tenía que someterme, no me quedaba otra ya que lo que me esperaba fuera de la comunidad podía incluir la expulsión de mi casa. Al decirle a mi mamá el día anterior a mi ingreso permanente que no quería entrar se puso a llorar, a lo que le dije sin chistar que no se preocupe porque yo me comprometía a permanecer en la comunidad.

Los desayunos y almuerzos eran copiosos y bien hechos, por lo que se comía bien y de una manera saludable. No se podía tomar café porque era considerado una droga. Tampoco se podía fumar. Los medicamentos los administraba el psiquiatra a través de los terapeutas. Existía el status adquirido ya sea por méritos o por el tiempo acumulado dentro de la estadía en la comunidad y acompañado al status de cada quien estaban los privilegios a los que en consecuencia se tenía derecho a disfrutar. Durante la semana cada quien anotaba algo que le gustase hacer o tener en una lista llamada “de privilegios” que se leía los domingos. Los deseos iban desde comerse una hamburguesa con merengada del Tropi Burguer de las Mercedes, salir al cine con derecho a fumarse un cigarro y tomarse un café… hasta tener uno de los “tres grandes” que solo las personas de fase superior podían acceder: el privilegio de salir de la comunidad a cualquier lugar de Caracas sin acompañante que hiciera el control y vigilancia, el privilegio de socializar (que iba desde hablar con gente que no fuese de la comunidad, ya que estaba prohibido, hasta poder tener una relación de pareja sin sexo) y el privilegio de tener sexo (que no fuese a través de la prostitución).

A pesar de que la pedagogía que estaba detrás del asunto de los privilegios era que “las cosas en la vida hay que ganárselas” y que “a mayor status, mayores dificultades y responsabilidades y por consiguiente más privilegios” yo odiaba esa cuestión de los privilegios y el status porque como adolescente que era, me parecía autoritario en vista de que el privilegio pedido en la lista ya venía aprobado o negado por los terapeutas que en privado se reunían para ello antes del evento familiar. Cuando el privilegio era de difícil asignación, se hacía votación entre todos los integrantes de la comunidad a través de levantar la mano. Aun así me seguía pareciendo autoritario. Por eso solo llegué a pedir un privilegio que nunca nadie pidió que era poder leer y me lo negaron en todas las ocasiones. Así mismo yo rechazaba las propuestas de tener status que con el correr del tiempo los terapeutas me hacían.

Para dirigirse a un terapeuta había que hacerlo a través de la “cadena de comando” que iba desde el jefe más cercano pasando por varios status hasta finalmente llegar al terapeuta. Las salidas al médico o al dentista eran un problema si no se tenía uno de los grandes privilegios, que era socializar, porque se tenía que ir acompañado de alguien con tiempo y status dentro de la comunidad, quien ejercía la vigilancia sobre uno y se encargaba de interactuar con la gente en la calle, ya que estaba prohibido hablar con la gente de afuera de la comunidad hasta para dar la hora. Una de las razones de la vigilancia continua era que la persona se podía escapar y de hecho han sido muchas las personas que han intentado escaparse de la comunidad escalando la pared del jardín, pero nadie lo ha conseguido porque lo atrapan antes de llegar al antiguo Tolón de las Mercedes. Más fácil era hacerse expulsar y muchos lo han conseguido: uno de ellos, de 24 años, me dijo antes de irse que no aguantaba la disciplina de la casa. Pero a otros, entre los que me incluyo, les han descubierto la intención y en mi caso de nada me ha servido decir que “ya no quiero estar más en esa terapia” porque de nada más ver a mi papá luego de ser llamado a mi casa me retractaba.

Luego de almorzar había como más de media hora de receso para la digestión y nos podíamos sentar en los cómodos puff (algunos se quedaban dormidos y eran regañados) pero nadie se podía acostar en su cama a menos que estuviese enfermo. Luego de ese lapso había que estar en actividad, haciendo algo y era necesario que cada quien hablase durante el día, ya sea que esté trabajando o descansando, todo lo que pudiese acerca de sí mismo y de sus emociones con otras personas con el fin de que se tuviese alguna idea sobre cómo iniciar el proceso de cambio en cada cual y a eso lo llamaban “compartir”. Yo eso lo veía como asfixiante y siempre prefería estar solo pero, aparte de que no estaba permitido, siempre había alguien que me decía que eso era una actitud egoísta y que debía compartir con los demás acerca de mí para poder aprovechar los beneficios que nos podía brindar nuestra estadía en la casa. Yo le tenía temor a darme abrazos con las muchachas o “hermanas” porque al ser muy guapas y atractivas me hacían sufrir y casi siempre había “hermanos” observando y si notaban alguna erección o me pasaba de los cinco segundos entonces la comunidad me podía imponer una fuerte sanción (lavar todos los platos de la familia en cada comida, lavar la ropa de toda la familia a mano, ayuno y encierro solitario, etc.). Tampoco quería verme involucrado en problemas de envidia o celos que con frecuencia se daban en el ambiente. Se tenía la teoría psicoterapéutica de que se puede abrazar a una mujer sin sentir nada hacia ella si se es de espíritu recto porque “más vale un pene torcido en una mente recta que un pene recto en una mente torcida”.

Yo duré tres años en el “proceso de convertirme en persona” ya que mis deseos de desarrollarme dentro de la comunidad eran casi nulos por lo que nuca me dieron de alta.
Más bien fue el destino el que me dio “de alta” cuando en Julio de 1977 la comunidad tuvo que cerrar debido a problemas financieros. De las personas con las que conviví durante ese tiempo no volví a saber más hasta que se inventó Facebook. Aquellos joviales muchachos y muchachas que en aquel entonces me veían como un tipo enchapado a la antigua ahora son damas y caballeros casados e incluso abuelos y abuelas, todos ellos excelentes personas en la actualidad.

Ha sido muchísimo lo que he tenido que dejar por fuera para que este escrito pueda ser una crónica y aun así creo haberme extendido bastante. Quizás la comunidad haya sido un buen entrenamiento para afrontar una vida que hasta ahora ha demostrado no dar tregua alguna.

1 Comentario

  1. No comprendo como alguien aguanta eso. En esa edad me hubiesen metido a esa casa y seguro que seria ahora el asesino en serie mas famoso de Venezuela, quizas me los hubiese comido mientras leyera «el ser y la nada» de Satre
    Seria una lectura muy acertada.
    Que represión tan arrecha

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