panfletonegro

Por el medio de la calle 2011: sin espejos que traspasar

Por el medio de la calle 2011, buen plan, fui con poco entusiasmo, podríamos decir que me llevaron. Les debo confesar que yo fui, principalmente, para estrenarme mi franela de Panfletonegro, porque soy una fiebrua sin remedio.

Hablando de la franela. Pillen

(El diseñador de color 23 o acababa de ir al odontólogo y se les pasó la mano con la anestesia, o el pana tiene que cambiar de jibaro urgente. Podríamos más o menos entender esa genialidad si no me hubiese explicado, pero estoy bastante segura de que lo hice, con mímica y todo. En fin, no digan después que no les advertí. Como se supone, no me cobraron y que para que hiciera las franelas con ellos, y dicho esto, no me tiré al piso a reír porque yo soy una dama)

Lo que les cuenta John Manuel en su artículo es verídico: ninguno de los dos quería escribir la reseña del evento, no íbamos pendiente, ¿Fastidio? Puede ser. Pero una vez más, como sucede con otros eventos, Por el medio de la calle 2011 (si se va un pelo más allá) nos revela como sociedad y se pueden hacer otras lecturas.

Estamos hablando de la peor edición del evento hasta ahora. Un gran concierto con varias tarimas, una que otra atracción por aquí y por allá, el mismo mercado de diseño sin sorpresas, todo muy accesorio, todo muy desconectado, todo muy sin esencia. El protagonista de este sábado fue otro, fue el venezolano sentado en el diván exorcizando sus carencias, sin entender muy bien qué hace por ahí, divagando en círculos.

Mantengo la opinión que expresé en mi reseña de Por el medio de la calle de 2009: Ya el solo nombre del festival muestra uno de los problemas más graves de la sociedad venezolana. Esa relación disfuncional que tenemos con nuestras ciudades, ese no ser los dignos usuarios de los espacios públicos que por derecho nos pertenecen, por factores como la inseguridad, la verdadera dueña de nuestra ciudad. Entonces, algo tan normal en otros países, como lo es caminar por la calle, con los panas, en la noche, en Venezuela es un festival que se hace una vez al año.

Pero lo que más me impresionó de esta edición fue la euforia de la gente, una vibra muy rara que sólo puedo describir como cuando sacas a un animal que ha estado mucho tiempo en cautiverio. Como que el solo hecho de estar ahí, caminando por el medio de la calle, fuese un desafío al orden establecido, una transgresión.

Mientras tratábamos de cruzar de una estación a la otra, ya entrada la noche, nos encontramos, sin quererlo, atrapados en una salvaje olla de ska. Perdimos el control de nuestros movimientos, la multitud trataba de expulsarnos forzadamente. Una vez salimos de allí, y recuperamos el aire, mi prima buscó su blackberry y ya no estaba. En un lapsus, o tal vez porque no pudo, ese gesto tan caraqueño de apretarse fuertemente la cartera contra el cuerpo y ponerla adelante no se pudo concretar, la cartera terminó en su espalda y ese descuido, el cual no nos podemos permitir, le costó su teléfono.

Pasado esto, mi legendario buen humor a prueba de balas se fue por el caño. Porque sí, porque qué ladilla pana, nos vamos, ya no quiero estar por el medio de la calle.

Le relataba lo sucedido a D, (quien a pesar de su pesimismo nunca lo abandona la lucidez) y con una estupenda metáfora, él terminó de poner en palabra algo que yo no lograba concretar para redondear la idea: Como las raíces de un árbol que rompen la calle, como la grama que nace en las divisiones de la acera, reclamando su territorio, el robo del celular de mi prima, fue la realidad venezolana reclamando su territorio en medio de la ficción que nos montó por El medio de la calle. Como que ¡Mosca! Pon los pies sobre la tierra, we are not in Kansas anymore…

Esto tampoco es una crítica, es mi perplejidad ante el profundo coma del cual no terminamos de despertar.

Salir de la versión móvil