ULTIMÁTUM

0
994

La vida de Nepomuceno Montiel era una colección de vergüenzas. Comenzando por su nombre, evidencia de su origen maracucho, la lista incluía la mayoría de “los accidentes” que conformaban su existencia:

  • La sangre colombiana de parte de su familia.
  • La incapacidad de ser buen estudiante como su hermano.
  • Su temperamento, inicialmente callado y tímido.
  • Su preferencia por la lectura en vez de los deportes.
  • El acné que sufrió cuando adolescente.
  • Las marcadas cicatrices que dicho acné dejó a su paso.
  • Su extrema delgadez.

En el tope de la lista, se encontraba lo que ya era un secreto a voces, esa verdad innombrable que, como suma de todas las vergüenzas, no se atrevía a enumerar. A Nepomuceno le gustaban los hombres. Era gay, pues.

En efecto, él pensaba que toda su vida se constituía de accidentes. Como lo leyó alguna vez, un accidente es “lo que sucede por casualidad o fortuitamente”. En su caso, las casualidades eran desafortunadas, porque casi todo había ocurrido en el sentido contrario de sus aspiraciones. Él no había pedido ser maracucho, él no quería tener sangre colombiana. De hecho, él quería ser otra persona, con otra familia y en otro universo. Esa era la dolorosa conclusión cada vez que pasaba revista a por qué se sentía tan miserable. Nada era cómo tenía que ser.

Esta turbulencia interna pasaba desapercibida para el mundo. Nadie se percataba del sufrimiento de Nepomuceno porque, a primera vista, era lo que podría llamarse una persona modelo. Es más, muchos lo encontraban simpático y atractivo, al menos en las primeras interacciones. Su vestir pulcro, sus buenos modales, su manera correcta de hacer las cosas. Si algo tenía Nepomuceno era lo de excelente trabajador.

El asunto es que, a medida que la gente se aproximaba, descubría que se adentraba en un laberinto lleno de vericuetos y callejones sin salida, de la que era expulsada, en algún punto, por conformar a los malos de la película. Específicamente, cualquiera que intentara intimar con Nepomuceno encontraba que:

  • Nico no era su nombre.
  • Su edad debía estar en algún punto alrededor de los 40.
  • No era caraqueño.
  • Su cara lo obsesionaba al punto de haberse hecho varios implantes (pómulos y barbilla, junto a un lijado de quijada), unas cuantas dermoabrasiones y continuos peelings de todo tipo.
  • La parálisis facial era resultado de alguna de esas operaciones y no de “otro accidente que pasó desapercibido”.
  • No era la persona tranquila y amable que se imaginaron al principio.

¿Qué es toda esta confusión? Resulta que Nepomuceno se convenció de poder revertir todas las injusticias que la habían tocado. Entonces:

  •  Trabajó con ahínco para eliminar su acento maracucho (y lo logró).
  • Empezó a decir que había nacido en Caracas y que toda su familia era de allá.
  • Consagró su tiempo libre al cultivo del cuerpo en un gimnasio. Era un flaco raya’o, muy bien definido, aunque sin culo (lo que no importaba porque, en todo caso, él era el “activo”).
  • Se cambió el nombre por Nicolás Martínez, diciendo que lo llamaban Nico.
  • Desde que cumplió 30 años, su edad se convirtió en un tema tabú y, a efectos de quienes conocía, tenía 29 años (de eso ya hace una década).

De manera general, las amistades y los romances empezaban bien. Sin embargo, era inevitable encontrarse, más pronto que tarde, con el conjunto de todas las cosas odiadas por Nepomuceno Montiel:

  • Su trabajo.
  • Los viejos por ser tan inútiles.
  • Los asiáticos por oler a ajo y ser tan cochinos.
  • Los amanerados por desprestigiar al gremio.
  • Los extranjeros por robarse los trabajos y escuchar música horrible.
  • La salsa, el merengue y la gaita por ser tan marginales.
  • La contaminación.
  • La estupidez latinoamericana.
  • La promiscuidad de los gays.
  • Australia por quedar tan lejos.
  • Canadá por ser tan frío.
  • Europa por ser xenofóbica y tener desempleo.
  • Estados Unidos por estar lleno de inmigrantes.
  • Asia por estar lleno de asiáticos.
  • África por estar lleno de africanos.

Hay que decir que Nepomuceno no era malo. Si bien todos terminaban concluyendo que era muy cruel y que estaba loco de perinola, lo cierto es que él era muy justo a la hora de repartir su odio. Nepomuceno Montiel se detestaba a sí mismo tanto como al resto de las cosas que no eran como debían ser. Hasta había pensado que, llegada la hora, debía quitarse la vida, no fuese a ser que terminara como uno de esos viejos fastidiosos que lo traían por la calle de la amargura. Él no sería como ellos. No incomodaría a otros (y a sí mismo) con su existencia.

Quizás ya se hubiese suicidado de saber que la gente estaba fastidiada por su obsesión con su acidez estomacal. Toda oportunidad era buena para recordar que todo le caía mal en el estómago, que era intenso, crónico y, aparentemente irremediable. Ya había visitado médicos generales, gastroenterólogos, homeópatas y hasta un oncólogo. Se había hecho todos los exámenes de rigor, pero aún no se daba con la causa de la gastritis.

  • No podía tomar bebidas alcohólicas.
  • No toleraba los lácteos.
  • No podía comer frituras.
  • No podía comer fuera de sus horas.
  • No debía comer entre comidas (salvo por meriendas frugales hechas en horas fijas).
  • No digería bien los alimentos altamente procesados.

Muchos a su alrededor pensaban que la cosa se relacionaba más con algo psicológico. Claro, nadie se atrevía a decírselo. Sólo un pretendiente que decidió no hacer caso a tanta manía, osó decirle que visitara a un psicólogo, que si la causa no era física, tal vez, era mental. Más vale que no. Nico (antes Nepomuceno) volcó su ira ante la insensibilidad del que de ahora en adelante sería su expareja. “¿Acaso tú no tienes problemas? ¡Te crees la gran cosa porque disfrutas tu trabajo! ¡Eres un engreído y te crees superior!”. Esas fueron las últimas palabras que le dirigió, antes de invitarlo a salir de su vida y olvidarse de que se habían conocido.

De nuevo solo, jurando que, de ser posible, cambiaría de orientación sexual. Estaba harto.

  • Estaba harto de ir a los saunas.
  • Estaba harto de tener que revisar los condones después de usarlos para estar completamente seguro de que no se habían roto.
  • Estaba harto de quienes montaban perfiles en los sitios gays de Internet sin fotos o con fotos falsas.
  • Estaba harto de encontrarse con gente podrida (es decir, personas con alguna infección de transmisión sexual).
  • Estaba harto de que le propusieran relaciones abiertas.
  • Estaba harto de tener que montar cachos a la pareja de turno por estar seguro de que él tenía derecho a alguien mejor.

En este estado de decepción profunda se encontraba cuando conoció a Eleazar. El chico se le aproximó en el gimnasio y como los otros, quedó prendado de ese cuerpo magro y musculoso. Empezaron a salir y a las dos semanas, Nico-Nepomuceno decidió ponerlo en los palitos. “Chamo, la cosa está funcionando, así que tengo que pedirte que, para que podamos pasar al siguiente nivel hagas algo con ese cuerpo fofo que tienes. Tú me caes muy bien, pero yo tengo derecho a tener una pareja con el cuerpo que yo quiero. Porque vamos a estar claros, si tu gozas mi cuerpo, ¿por qué yo no puedo gozar del tuyo?. Te doy un año para cambiar, si en ese tiempo no te acomodas, terminamos la relación”.

A Eleazar el trato le pareció justo, así que accedió a la exigencia que le proponían. Tenía un año para estar definido. Con ahínco y dedicación, estableció una rutina de pesas y una dieta muy estricta. Empezó a ensanchar la espalda y a engrosar los brazos. Estaba cambiando y eso lo hacía sentirse muy bien. Sin embargo, la relación con Nico-Nepo no mejoraba en la misma velocidad. Al contrario, él era más distante y en las últimas semanas ya ni siquiera se lo cogía (a eso se reducía su vida sexual al inicio). Seguro de sí mismo, Eleazar le exigió una explicación lógica a tanto rechazo. Nicolás Martínez/Nepomuceno Montiel con cara seria y tono grave le informó: “chamo, esto no está funcionando. No vas a alcanzar los objetivos planteados. Tu cabeza es muy grande y tu cuello muy corto y grueso. Además tienes un pequeño lomo en la espalda que de seguro se va a poner peor con los años. Por favor, sal de mi casa y no me vuelvas a llamar”.

Destrozado con la respuesta, Eleazar salió de la vida del personaje tan rápido como entró. A dos meses del incidente sigue muy triste, preguntándose qué fue lo que pasó. Nepomuceno Martínez, por su parte, está decepcionado de Eleazar, de los gays y del mundo. A la lista de sus achaques se ha sumado uno nuevo; rechinar los dientes mientras duerme. Aún no se da cuenta de que cualquier ultimátum es, en definitiva, sólo para él.

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here