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Danzando en la rueda casino

«El baile es como el amor, es mejor hacerlo que hablarlo»
Rafael Bassi Labarrera (Foro: Jazz al sur. www.yahoo.com)

Después de escribir y hacer el amor, me encanta bailar. Por eso, a cada tanto me encuentro en eventos de música, baile o me inscribo en talleres de danza. Fue así como participé en uno de salsa “modalidad rueda casino”.

Su historia dice que nace en Cuba y es una formación de varias parejas que guiadas por un líder hacen figuras y cambios, en una rueda. Su origen está en la Contradanza francesa que en el siglo XVIII estaba de moda y gustaba mucho en los bailes de sociedad. Era una forma de bailar la música cubana, originada en el Oeste habanero, en 1950. Las parejas de baile se agrupaban en forma de círculo realizando los pasos al mismo tiempo, como en una coreografía, y atentas a la señal del guía para hacer las vueltas y los cambios. Surge de los llamados «Té bailables» donde éstas creaban ingeniosas composiciones con el ritmo más pegado que era el Chachachá. Era un estilo exclusivo de los miembros de los Casinos. Por eso, a esa forma tan diferente de bailar la música cubana, se le llamó «Casino» y a sus bailadores «Casineros». Usa las bases del Son pero más electrizado y modernizado por los matices que el mundo conoce como salsa. Fue tanto el éxito de estos bailadores que los músicos tuvieron que empezar a cambiar su repertorio de Chachachá y Mambo para trabajar más con las bases del Son. En esta modalidad el baile nace primero que la música o el ritmo con que se ejecuta. La música para bailarlo puede que sea el Son que se escuchó en 1920 o que contenga sus bases, pero el que se confunde con la Guaracha es distinto. Por eso para poder diferenciarlos en 1960 se popularizó como Casino .

Los pasos básicos son “pa´rriba”, “pa´bajo” y “guapea”: éste último consiste en iniciar con el pie derecho atrás (las mujeres) y el izquierdo (los hombres) con una cuenta y al cantar el cinco se hace un toque leve con la mano izquierda de las mujeres en la mano derecha de los hombres, mientras el pie izquierdo de las mujeres está adelante, al unísono con el pie derecho de ellos; en otras escuelas se le llama “espejo” porque la persona hace una representación exacta de lo que está haciendo la otra. Los otros dos pasos (“pa´bajo” y “pa´rriba”) dirigen, la danza, hacia esos lugares. Si se dominan adecuadamente estas tres andanzas, lo que sigue (que es bastante complejo) se puede aprender con relativa facilidad. Por supuesto, se asimila con rapidez si se tienen conocimientos de salsa o se maneja ritmo y armonía musical. Si se tienen dos pies izquierdos y el oído en la nariz sería conveniente comenzar con algo más sencillo. Esta práctica requiere pericia. Como ya se dijo, la música para bailar la rueda casino es el son montuno. Eso puede resultar sorprendente o desalentador para los que nos gusta bailar escuchando a los reconocidos Santa Rosa, Celia Cruz, Marc Anthony o Rey Ruiz, para nombrar sólo algunos. Pero bailar y su contento nos viene en la sangre y nos acomodamos al son.

El guía grita: ⎯¡¡Muchachos vamos al medio. A bailar!!⎯. Y cada cual se jala a alguno (a) y empieza el bochinche. La posición de entrada es con el extremo del pie derecho en punta (mujeres) y el izquierdo (los hombres) en igual posición. La mano izquierda de las mujeres toma la derecha de los hombres apuntando hacia el piso. De allí se inicia en un pa´rriba y comienzan las figuras: un cachito (el hombre hace una figura, se separa de su pareja y pasa a la otra mujer); cachito hasta la tuya (donde el hombre suelta a su pareja y debe avanzar bailando hasta encontrarla de nuevo, después de dar una vuelta completa, lo que se convierte en dos ruedas girando en forma contraria y a ritmo hasta que se coincide con la pareja); mata la cucaracha y la chiripa son patadas fuertes en el piso o unas palmadas abajo y al unísono; y puede seguir “dile que no”, “enchufla”, “adiós”, “pelota uno, dos y tres”; figuras mucho más complejas que requieren verdadera coordinación. Y esto sólo en el taller básico: los avanzados son más espinosos y necesitan más destreza.

El instructor comentaba, al grupo, que la salsa es el único lugar donde el hombre es el que manda y la mujer se deja guiar. Las chicas siempre hacíamos alguna manifestación capciosa e irónica pero a la vuelta de los días (y de la rueda) resultó que el comentario era fidedigno. En los casos en que el hombre bailaba y lo hacía bien la chica sólo se dejaba llevar y el asunto salía a las mil maravillas. Cuando tocaba un chico que no había enganchado el paso, lo que ocurría era que una se perdía y lo hacía muy mal, cosa que se notaba muy fea desde afuera.

Todas estas vivencias y enseñanzas me hicieron pensar en varias cosas: danzar la vida es un trabajo de mucha coordinación; estar acá y sentirse bien o a gusto requiere afinar el oído para ir al ritmo de la música íntima que se escucha y no perder el paso de lo que está pasando en el interior, para hacer la figura en lo externo. Cuando se tiene el ritmo y se conocen los pasos bailar (en la vida, en la rueda o en el bailoteo) se hace sencillo y fácil. Perderlo significa volver a prestar atención y recuperar el paso. A veces esto se hace difícil porque: no se escucha, no se está atento o no se sabe dejarse llevar por la música y distraída (o) se vuela en vez de bailar o se vaga perdida (o). En una oportunidad no me salía un paso y la instructora me dijo, “solo báilalo” y eso hizo que la figura saliera cómodamente. Al danzar no hay que discurrir, sólo sentir la música con el cuerpo, vibrar y dejarse fluir al ritmo que toque la vida en un momento determinado. Seguir girando con ella.

Mientras practicaba los pasos de la rueda casino aprendía otras cosas: esta modalidad es en pareja y eso me permitió bailar, de nuevo, en brazos de un hombre (cosa que no ocurre en la bailoterapia) comprendí, también, que hay muchos varones agradables practicando ésta modalidad y por último, lo increíblemente fácil, que era para mí, pasar de los brazos de un chico, a los de otro con la misma sencilla diversión. Me encantaba saludar a todo el que llegaba a mis brazos con una sonrisa y lo despedía con la misma singularidad. Confirmé que cada hombre tiene una energía diferente y eso se muestra en su forma de bailar: hay unos poderosos y fuertes, otros más calmos pero con igual capacidad; bajos, altos y medianos; con unos me sentía segura de que el paso iba a resultar y que el giro con él iba a ser un rato fantástico y con otros tenía que estar muy atenta para no perder el hilo de la música, con aquellos me podía dejar llevar con exagerada calma y con los otros tenía que estar muy segura de los pasos a dar… en fin como es en la vida, pero esta vez, dentro de la rueda casino. Aprendí también que me tocaba acomodarme a la figura que me atañía en ese momento, ya fuera un varón altísimo o uno tan bajo, que no me daba chance de hacer el paso y comprendí que eso me costaba mucho al principio; después, con la práctica y el conocerse las cosas resultaron más fáciles. A los amigos que les gusto, esto puede sonar atrevido y generarles desconfianza por mostrar a una mujer de fácil y ligera conducta. Pueden pensar lo que quieran. Sólo los valientes y verdaderos amigos saben realmente quien soy. Y: no dudan; no juzgan; no cuestionan.

Asumí que todo tiene un ritmo de danza: la vida, los otros y yo; y que nos sentimos a gusto cuando las cadencias son similares y hay rechazo cuando son diferentes. Sé que no descubrí el agua tibia. Lo sorprendente fue el alcance físico que tuve de esto. Surgió en mi una comprensión muy profunda: ahora puedo entender porque a veces no doy entrada (fácilmente) a alguien en mi existencia. Puedo notar en sus palabras, acciones u omisiones el ritmo con en el que viene danzando, en su rueda de vida, y comprender si su compás es similar al mío o sencillamente esta bailando otra cosa que no es mi paso actual. También sé si voy a disfrutar del baile con este chico o sólo voy ha ser regañada (hasta el exceso) por no asumirlo perfectamente o como él quiere que lo haga, quitándole a todo el asunto la delicia del “sólo-disfrute”, porque se ve que no es una unión de iguales sino la de un profesor y una alumna pero sin “escuela”. Esto tiñe el asunto con un tinte aburrido y es un error en el que se suele caer. Ahora, respaldo el malestar, arrugando mi nariz y boca haciendo seña de que “eso no va”: si seguimos danzando juntos nos pisamos o caemos y lo peor que puede haber en el mundo es bailar con alguien que te pisa los pies. También se nota, en los primeros pasos, quien tiene un ritmo parecido al propio y con quien es fácil dejarse conducir cuando emite la sensación segura de que todo va estar bien, porque al llevar el mando sabe lo que esta haciendo y una se puede relajar. No soy machista y tampoco feminista. Pero me gusta, que en la relación, cada cual asuma su rol y lo disfrute. Pero de esto disertaré en la siguiente oportunidad. Comprendí, igualmente, que de tanto bailar sola se me ha olvidado lo que es danzar con otro: es más un compartir y dejarse llevar que estar en un solitario disfrute de la música. Esto fue perturbador. Aún me cuesta gozar de la música, dejar que me inunde y además saborear el estar en brazos de él: es como varias cosas al mismo tiempo y todas deliciosas. Como en el sexo. En una soledad escogida, como la propia, se crece en la comprensión íntima de una misma, en el gusto por lo propio y en la sapiencia interior pero se oxida la capacidad de relajarse con el otro o se olvida el cómo dejar salir la espontaneidad propia, en compañía. Con cada encuentro me toca re-aprender a ser yo misma, con el otro, al igual que en soledad. Tropiezo con ese paso: me quedo un compás fuera de ritmo y hasta que no tomo el paso, de nuevo, la figura no me sale bien.

A cada tanto me vuelvo muy seria, la sonrisa se me desdibuja del rostro y empiezo a ver sólo problemas, gruñendo amargamente, por todo lo que ocurre. En ese momento me doy cuenta que ha llegado la hora de volver a bailar. En la forma que sea y del modo que surja, me compete danzar. Es una de las pocas cosas que me aligera la mirada, me hace sonreír a solas cuando voy en un metro plagado de mal humor y es mi arma secreta para diluir la amargura que se me pega en esta loca ciudad. “Casualmente” la vida me lo hace sencillo y llego a donde hay alguien con ganas de enseñar y un ánimo divertido que vuelve el asunto una verdadera fiesta. Aprender, un nuevo paso, es sólo otro reto divertido que disfruto en medio de un bochinche, risa y festividad. Bailar, moverse al ritmo, sentir el cuerpo vibrando a la cadencia de un son es electrizante, permite derrochar adrenalina por doquier y hace olvidar las penas. Cuando la música se mete por la piel, bailar es sólo la manifestación coherente de una experiencia. No es más complejo que eso.

Mi padre fue mi primer maestro de baile. Se dio a la tarea de enseñarnos (a mi hermana y a mí) los distintos tipos de música. Cuando éramos pequeñas siempre había música de jazz, salsa, venezolana y hasta clásica sonando en nuestro hogar. Después, contando los nueve o diez años, empezó a enseñarnos con constancia y disciplina los diferentes ritmos en cada festejo que se organizaba: y eran muchos porque a papá le gusta la fiesta. Así fue que a los doce ya habíamos perdido ese miedo escénico que impide, a la mayoría de las personas, disfrutar del baile. Nos había inculcado el ritmo, el son y la actitud para cada pieza. Hoy día es disfrutar, alegremente, lo que él enseñó.

Para cualquier otra información sobre Salsa al estilo casino y sus cursos pueden hablar con el Corresponsal Local Gustavo Farías: gustavofarias@salsapower.com; ó al 0412-556.93.39;

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