Crónica de una imperialista limpia en Chavezuela

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Primera Parte: Llegada.

Mi última “Vuelta a la patria” merece echar el cuento, del que algunos se reirán, otros se identificarán y quizás a los que están deshojando la margarita de la inmigración les ayude a reflexionar y quedarse con la hojita que se adapte a sus deseos.

Empiezo por aclarar lo que significa, para mi, igual que para muchos ser una limpia en el imperio: aún cuando sobreviví la crisis hipotecaria y tengo un techo que aún le debo y pago religiosamente al Chaise Manjatan,  los carros que tengo en la casa, aunque son 3, tienen un promedio de 12 años de vida lo cual aquí es un horror (aunque son propios y no leased),  en mas de 5 años ninguno en la familia ha tenido un empleo que se pueda catalogar de estable o bien remunerado y mis hábitos consumistas se van al lado de la gente que recibe ayuda del gobierno: recorro todos los automercados de la zona en que vivo buscando las mejores ofertas, recorto y uso cupones, compro todo lo que sea “Buy one, get one free” y cuando el dinero escasea no dudo en adquirir productos tapa amarilla, que realmente no son muy distintos a los de marca. Esto explica mi asombro cuando recibo visita de allá y todos, aunque se quejen de la “situación” – cualquiera sea lo que el término implique –terminan comprándose el BB que les robarán y la ropa fina y de firma que le indicará a los choros que lo poseen.

Mi tragicómica historia incluye la enfermedad y muerte de mi mamá, algo que la cruel enfermedad que tenía, Alzheimer, había avisado hacía tiempo, por lo menos en lo que a mi concernía (aunque esto no explica los tres días de llanto por su deceso). Y si bien no quiero hacerlo tema central de esta historia, alrededor de este hecho fue que mi viaje se convirtió en algo digno de narrar. Cuando te vas y dejas atrás cosas como ir a un hospital público, tu nueva perspectiva, aunque sea modesta, choca aparatosamente con la realidad que pensabas no tendrías que volver a vivir jamás.

Llegué un viernes, y tan pronto como arribé a Maiquetía y gracias a la bondad de un amigo, solté las maletas y me dirigí directo al hospital Pérez Carreño. Mi primer encuentro con mi condición de limpia, me la dieron los médicos, quienes al momento de mi llegada, 2 p.m., no me quisieron atender para luego, al bajar de hospitalización según ellos a emergencia, indicarme “Ya venimos.” Pasadas 4 horas, la ecuación hospital público + personal médico + viernes en la tarde= embarque nos hizo concluir a mi papá y a mi que no volverían, igual que mi comandante piensa que no harán los opositores. Y créase o no, la gracia se repitió el sábado con los mismos autores y la misma imposibilidad de saber el estado de salud de mi mamá y las opciones de tratamiento. Solo el lunes descubrí que los desplantes del fin de semana eran un asunto de mistaken identity, ya que los médicos, los mismos, me recibieron todas sonrisas y explicaciones  cuando supieron que había aparecido “la hija de Miami.”

* Continuará…

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