Un día de represión

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De las formas de protesta que hemos llevado a cabo en estos cuatro meses la que más me gusta es marchar. Yo no tengo idea de cómo armar una barricada, ni tengo estómago para decirle a alguien que el paso está cerrado y no puede seguir su camino. Como puedo trabajar desde casa cuando hay paro no existe diferencia para mí con respecto a un día normal.
En cambio en una marcha me siento útil, puedo caminar con gente afín y protestar contra la dictadura de manera pacífica pero contundente. Por eso cuando la MUD convocó a una marcha después de casi un mes sin ir a ninguna lo vi como una oportunidad de volver a la calle y expresar mi rechazo a esa estafa llamada constituyente.
Hice planes con mi gran amiga y compañera de marchas para salir. Luego de almorzar, casi hora y media después de la convocatoria, decidimos acercarnos hasta Santa Fe donde nos encontramos con la caminata. Era un grupo pequeño, en su mayoría personas mayores y muchachos jóvenes como ha sido la tónica de todas las protestas a las que he asistido.
Ange y yo nos vimos desanimados ante la cantidad de gente, en especial porque recordábamos la magnitud de otras concentraciones a las que hemos ido durante todo este ciclo de protestas. Intenté no desanimarme más pensando en que al menos yo estaba haciendo lo correcto, aunque confieso que me hubiese gustado multiplicarme para hacer más bulto.
Veníamos hablando de la situación. Bromeando con que no habíamos visto a nadie «famoso» en la manifestación como solíamos ver al principio, hasta ese momento sólo nos habíamos cruzado con el diputado Requesens. En esas estábamos cuando escuchamos las dos palabras más temidas en todas las protestas a las que he ido: ¡Ahí vienen! ¡Ahí vienen!
Es difícil describir el escalofrío que producen esas dos palabras. El temor que te recorre al no saber a ciencia cierta de dónde vienen y dónde estarás en el momento que nos alcancen. El instinto es correr, huir lo más lejos posible mientras escuchas como disparan, los gritos de la gente, el sonido que hace al caer la bomba.
No habíamos recorrido ni siquiera un kilómetro cuando llegaron. Conté ocho motos con dos matones de la PNB cada una. Con sólo verlos ya corrimos. Subimos por un pequeño cerro hacia la calle que comunica San Román con Santa Rosa. Nunca los había visto tan cerca a pesar de haber tenido que huir no pocas veces de ellos. Al principio alcanzaba a irme antes que empezara la represión, luego comenzaba al llegar y hoy ni siquiera pudimos arrancar cuando empezaron a disparar.
Los tenía tan cerca que podía ver sus rostros. Alcancé a ver la risa que les producía vernos huir a unos y la saña con la que disparaban otros. Siempre en horizontal. Estaba tan cerca que podía distinguir el sonido de las bombas del de los perdigones. A lo lejos vi a una señora caer y ser levantada por los muchachos. Vi a un chico gritarles hijos de puta con todo lo que tenía y lanzarles una piedra a los salvajes represores. Vi la indignación de todos los que estábamos marchando y la solidaridad de la gente, la que te ofrece una mano, la que te pregunta en medio del caos cómo estás.
También vi al diputado Requesens ayudando a una muchacha a subir donde estábamos así como al diputado Juan Andrés Mejía con los ojos hinchados por el gas preguntarle a todos los muchachos si estaban bien y si había algún herido. Me tomo un segundo para expresar mi admiración por ellos dos que han estado en todas las marchas a las que he ido, hablando y motivando a la gente.
Correr por tu vida es una sensación extraña, es una sensación de adrenalina que se apodera de ti. En ese tiempo que dura la carrera estás pendiente de todo. Del que está a tu lado. De quien te acompaña, que no se caiga, que no le pase nada, cuáles son los puntos de huida y si hay chance que se aparezcan «las brujas» por otro lado.
Supongo que esos agentes estarán orgullosos de haber hecho correr a gente desarmada, de disparar bombas dentro de los edificios, de meterle un perdigonazo en la nuca a un señor mayor que con dolor nos decía él iba a seguir luchando, de haber hecho caer una monja al suelo o de algún otro de los 10 heridos que hubo en la zona.
El terror que producen los cuerpos represivos sólo es comparable con el asco que dan. Nunca entenderé qué motiva a una persona a querer trabajar reprimiendo a la gente y luego recuerdo que ellos mismos son los que roban, secuestran, trafican, contrabandean y otro montón de cosas. Ese es el nivel y el estatus que da hoy en día ser parte de la guardia o de la policía, así, con minúsculas como su dignidad.
En ese momento mientras corría en busca de resguardo tuve un momento de claridad absurda. Entendí que así nos quería la dictadura, desanimados, divididos, peleando entre nosotros. Nos quieren desmovilizar y desmotivar. Necesitan reprimir y deprimir porque ese es el terreno en que ellos se mueven. Nos quieren sumisos como a principios de año. Quieren que nos quedemos en casa y que no votemos más.
Si mañana llaman a otra marcha con toda seguridad volvería. Y si hay que votar, se vota también. Llevamos más de 120 días en la calle y vamos a tener que aceptar que vamos a tragar mucha mierda antes de que se vayan. También habrá que aceptar alianzas incómodas como con la Fiscal y ese nebuloso grupo de personas denominadas el chavismo critico. Solos no podemos. O es todos juntos o nos jodemos para siempre. También está la posibilidad real y latente de que perdamos. Esto no es una película, los malos ganan en la vida real.
La pelea es en muchos frentes y tanto la dirigencia como la gente va a tener que aprender a comer chicle y caminar al mismo tiempo. Aunque no me gusta citarlo, así como Chávez dijo en su momento que candelita que se prende, candelita que se apaga tenemos también que verlo así. Si plantean elecciones, vamos. Habrá que buscar una forma de compatibilizar la calle con las elecciones. Si enfrentamos su bluff los ponemos en la posición de tener que o aceptar los resultados o suspenderlas como ocurrió el año pasado.
Ellos fingen que no les importa estar aislados pero eso es mentira. Ellos tampoco pueden solos. Pero no vamos a votar porque vayamos a defender espacios. Con 8 alcaldes presos, 2 gobernadores inhabilitados y la Asamblea prácticamente anulada está claro que no tenemos la fuerza para defender esos espacios de la gente que tiene las pistolas.
El 30 de julio se demostró de qué lado está el ejército. Así que tampoco podemos esperar una solución por ahí (y si me preguntan, mejor, no quisiera deberle nada a esa gentuza). Lo que sí podemos defender es el voto como lo hemos hecho en tantas ocasiones.
La dirigencia no tiene por qué explicar cada cosa que hace pero tampoco se puede presentar con la arrogancia de estos días del carcamal Ramos Allup que para todo lo que dice valorar el voto no es capaz de medirse en su propio partido. A esos líderes ya se les pasará factura pero no podrá ser a costa nuestra. Hay que obligar a la dictadura a meter presos a los gobernadores electos, a que sigan perdiendo legitimidad como ha pasado en estos meses. Parece poco pero que hayan tantos países que no reconozcan a la ANC es un logro sin precedentes para los que buscamos la democracia.
No sé si ganaremos al final, en un día que a veces se ve cerca y otras veces se ve lejano pero sí sé que debemos seguir marchando, protestando, firmando, denunciando, escracheando, en definitiva seguir luchando porque este país se ha vuelto invivible.
En todo el país, en los sitios donde he sido feliz la dictadura ha dejado su marca de sangre y humo. En todos los sitios donde alguna vez viví, donde pasé mis vacaciones, las calles de Caracas donde me enamoré y me despeché, en todas ellas ahora hay un muerto, un herido, una foto imborrable del salvajismo. Esto es lo que me motiva a seguir en la calle, recuperar lo que nos robaron, así nunca volvamos a ser los mismos. Ellos nos quieren en casa esperando la muerte y al menos yo, no les daré el gusto.

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