Un perro llamado Fidel

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“De la fantasía con la que sueñas hemos venido con las carnes abiertas, las cicatrices en el rostro y el dolor latente por los que allá quedaron”

Anónimo

 

Cuando Carlitos cumplió sus seis años y pasó a primer grado desde el kínder su padre Genaro se alegró porque lo único que había pedido de regalo era un perro. A esa edad los hijos de sus amigos y vecinos pedían costosos juegos electrónicos, celulares, reproductores MP3 y cualquier otra porquería que la tecnología había inventado o renovado para la fecha. Aunque a Genaro nunca le había gustado la idea de tener una mascota en casa lo del perro le venía como anillo al dedo porque la perra que le cuidaba el taller al compadre Lucho había tenido recientemente siete cachorros y quería salir de ellos aunque fuese regalándolos dado que para negociarlos el animal no tenia pedigrí ni en lo mas lejano de sus generaciones. Una caja de cervezas resolvería el asunto el sábado siguiente y en la tarde, a parte de la pea, Genaro traía cargado como a un bebe al cachorro.

– Se llama Fidel – le dijo a Carlitos, que entre la emoción y la sorpresa de haber recibido el regalo sin mayores negativas comenzó a llamarlo Fido.

– Fido No! Carajo. Fidel!, Fidel se llama el perro. Tiene que ser bravo y guerrero!

 

Aunque Carlitos se asusto ese día, lo siguió llamando Fido cuando su padre no estaba en casa, bien por su trabajo de taxista o porque mataba el tiempo libre en el taller de Lucho conversando y jugando dominó con el mismo grupo que sagradamente viernes y sábado se reunía con ese propósito y el de comentar cualquier tema que iba desde el baseball hasta de la ponchada economía del país que desde hacia bastante tiempo no veía una bola.

 

En lugar de bravo y fiero, Fidel mas bien salió zalamero y hasta chantajista. Detrás de Julia se la pasaba todo el tiempo en el que Carlitos estaba en la escuela, lamiéndole las piernas y con unos quejidos bajos, tan solo para que le pasaran la mano por la cabeza o por la espalda. Cuando llegaba Carlitos hacia la fiesta con ladridos y correteos por la casa y cuando llegaba Genaro bajaba la cabeza y las orejas y se iba detrás de él para echarse a su lado cuando se sentaba a ver la tele. A la hora de acostarse todo el mundo, ladraba desde la ventana hacia la escalera del barrio, para que se asomaran y luego lo callaran con algo de comida.

 

Genaro dejaba su carro estacionado al frente del taller de Lucho por las noches debido a que su rancho se encontraba unos cien metros mas arriba de una de las escalinatas del cerro de San Agustín. Nunca le había sucedido nada ya que en el barrio todos se conocían. Pero cuando comenzó la escasez de alimentos, medicinas y de repuestos y los ladrones comenzaron a reproducirse en enjambres armados y salvajes, lo primero que le volaron al carro fue la batería.

 

Genaro tuvo que sacar del ya mermado presupuesto familiar el dinero para hacer la larga fila y comprar una batería nueva, pagarle algo al empleado de la venta de repuestos para que el negocio se resolviera en un sólo día y perder las horas de trabajo que tanto necesitaba. Cuando llegó al taller para arreglar su auto. El viejo malibú de los ochenta ya estaba montado en bloques de concreto pues ya le habían robado las cuatro bien rodadas llantas y de paso le habían reventado los vidrios. Por poco no pierde los dedos de los pies cuando soltó la batería que cayó sobre el asfalto y se agarraba la cabeza con las dos manos.

 

Lucho le ofreció a Genaro un trabajito en el taller mientras pudiese resolver para arreglar o comprar otro carro.

– No va a ser mucho pero en algo ayuda – Le dijo Lucho.

 

Al llegar a su casa Genaro le dijo a Julia.

– Te tengo una buena y una mala. Cual quieres que te cuente primero?

– La mala y luego la buena! – Respondió.

– Desmantelaron el carro y la buena es que el compadre Lucho me dio trabajo.

 

La buena no pareció gustarle mucho a Julia, porque desde el taller siempre venia con unos tragos en la cabeza. Pero no había otra opción.

 

Con el tiempo la situación no fue mejorando para nada. Con el bajo salario y la escasez las discusiones familiares se hicieron cada vez mas frecuentes. Fido acompañaba a Julia y a Carlitos a hacer las filas para comprar el pan y los alimentos en abasto de los chinos. Las porciones se reducían en la mesa y para Fidel las cosas no pintaban mejor. Era bien cuesta arriba conseguir comida para perros y si se conseguía era bastante costosa. Todos habían rebajado ya alguna talla en la ropa, pero lo de Carlitos era mas preocupante dado que recibieron una nota de la maestra, ya del quinto grado, por el peso que había perdido el alumno. Un día se percató Julia que Carlitos se guardaba parte de la porción de su comida para dársela a Fidel que también empezaba a mostrar por sus flancos las curvas de las costillas.

 

Esa noche la decisión de Genaro fue tajante y le dijo a Julia:

– Tenemos que salir del perro –

 

No serian los primeros ni los últimos en tirar las mascotas a la calle por no poder mantenerlas.

 

Al día siguiente Genaro le preguntó a su compadre si podía hacerle otro favor. Y Lucho entendió perfectamente el problema. Se llevaron a Fidel en uno de los carros que tenían en el taller unos 30 kilómetros fuera de Caracas donde la ciudad iba mermando en caseríos cada vez mas ralos. En unos de los desvíos, en una vía no asfaltada., bajaron, le pusieron algo de comida y agua y Fidel, con los ojos alargados de tristeza o del ayuno, los vio alejarse hasta perderse en el polvo levantado.

 

Cuando Carlitos llegó de la escuela Julia le dijo que el perro se había escapado. Que había pasado una perra callejera maluca y se había ido junto a otros perros detrás de ella. Carlitos lloró como nunca lo había hecho. No salía ni del asombro ni de la tristeza y en los días siguientes el tiempo libre se la pasaba sentado entre las rejas de hierro de la ventana viendo por las escaleras para ver regresar a Fido.

 

Desde el mismo momento en que fue abandonado Fidel, luego de haber comido y bebido lo que le habían dejado, comenzó a caminar y a desandar los giros y senderos a velocidad variable que lo habían alejado de Carlitos. Por las noches lo sorprendía un frio que no conocía. Se cobijaba por las alcantarillas o en los montones de basura que conseguía a los lados de las carreteras. Cuando lo sorprendía la oscuridad se guiaba por las tímidas estrellas que veía detrás del manto de luz de la ciudad y como cuadrúpedo navegante seguía hasta que las temperaturas lo obligaban a buscar improvisados refugios. Se alimento de carroñas y tuvo que pelear varias veces con gatos y otros de su misma especie para sobrevivir. Cuando llego a las orillas de la ciudad vio los topes de unos rascacielos que se miraban desde la ventana de su otrora hogar. Y siguió andando. Desde los basureros de la urbe lo espantaba una nueva especie que hurgaba para conseguir alimento. Gente en mayor numero que animales destrozaba las bolsas en las calles y revisaban por cualquier objeto comestible o mendigaban por las esquinas.

 

Diez días le costo a Fidel llegar hasta la escalinata por donde antes acompañaba a Julia y a Carlitos a las compras. Al llegar a la esquina miró a la ventana de la casa, pero ya era irreconocible. Extremamente delgado, con llagas de sarna por todo el cuerpo y cubierto de polvo y hollín de smog. Sus patas temblaban y sus ojos eran como dos cuencas vacías donde apenas dos puntos de luz parpadeaban.

 

Carlitos miró desde la ventana a aquel pobre animal, como tantos otros que había visto últimamente circular por el barrio. Con la mano le hizo un ademán de saludo o despedida al igual que lo había hecho a otros. Pareció haberlo visto mover la cola antes de verlo caer primero con sus patas delanteras y luego las traseras hasta postrarse en una posición de cansancio demasiado rígida.

 

Genaro miraba en la TV el partido entre el Caracas y el Magallanes, empatados a uno en el octavo. Los leones con dos hombres en las almohadillas y venia a batear el cuarto bate,  cuando lo interrumpió la cadena presidencial. En lugar de salir bailando salsa con Cilia, como gorila que mata cucarachas dentro de su jaula, como siempre lo hacia para hacer el circo, aun el día en que sus sobrinos habían sido encontrados culpable de narcotráfico por el jurado en un juzgado de Nueva York, Maduro se apuraba por engullirse una arepa con chuleta de cerdo y queso, y jipiando, y todavía masticando dijo que el país estaba de luto y que tendrían, para variar, cinco días sin trabajo, por la heroica muerte del bravo y aguerrido Fidel.

 

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