“CRUZ LOMA, Y YO”

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Desde hace fecha se me ha dado por recordar. Ya mis sentidos estaban henchidos de querencia en mí ser; y se extendían por saltar los empinados cerros, que alcanzaban el fin, adhiriéndose hasta el cielo.
A partir de aquel día, cuando los tupidos trigales suavemente se revolvían con el viento o, cuando la avanzada hora de la tarde se detenía en las profundidades de las quebradas, y las perdices arrojaban sus graznidos desde sus ocultas nidadas en las pencas azules a la soledad de esta sierra. Antes que el aguacero de Enero comenzara a caer y caer, sobre las faldas ásperas de los marrones cerros terrosos, y se apartara toda esta lluvia para Mayo, cuando la existencia verde y las florecillas silvestres envolvían lo marrón de todos los cerros. Yo ya estaba con un latido extraño, que golpeaba mi corazón. Quería, repasar fríamente mi vida sin nostalgias: “Ahora recuerdo” me dije: y comencé a irrumpir en mi pasado neblinoso.
Me introduje en busca de mis huellas, de mis malos pasos de antaño, esos pasos de tiempos distantes, a olfatear mi rastro como si fuera un perro de caza. Tanteé desde el borde del camino, todo mi pasado que vino a mi presente; en este espacio silencioso que me brindaba esta sierra. Todo se estaba dando allí, eran mis nítidos recuerdos. Esa vida errante, ese pasado tiempo, que se fue mezclando con este presente peculiar.
En este espacio de días ya idos, obtenía partes de mi vida completamente olvidadas que como fantasmas aparecían saliendo de la nada, haciéndome recordar esos tiempos funestos, para mí. Descubrí lo que antes pensé que fuera pura imaginación, o una intuición no definida (es que yo viví mi vida de largo, sin pararme a meditar en todo lo mal que me hacía). Todo fue allegando a modo de retazos de ecos de vivencias claras, que retornaban cocidos en silenciosas tardes rojas, sin horizontes; haciéndome vivir mi mal pasado. Esto me hacia sentir como si ya me hallara en algún purgatorio, amortizando o limpiando mis culpas. Este querer corregir mi pasado, perdonarme, aligerarme de todo aquel peso, que antes nunca pretendí mitigar.
Esas evocaciones pesadas, mezcladas con fantasías tenues comenzaron a venir, parecidas a alguna repentina llovizna fría, que siempre se da en el caserío por estos meses de aguacero de estas sierras. Los taciturnos sueños, comencé a soñarlos con una increíble realidad que hasta podía tocarlos. Recuerdo que alguien me dijo: “son los sueños y las pesadillas que miden el estado de conciencia de cada ser, ellos miden la profundidad de tus acciones buenas o malas que te persiguen en esta vida. El sueño te perseguirá cuando mueras; no se diluirá con la muerte”. La indisciplina de mi juventud, la rebeldía mal encausada, por la separación de mis padres que bastante lastimó a todos los hijos. La disfuncionalidad del hogar me llevó: al descontrol al desorden a lo malo, a las interminables borracheras entre amigos, por darle salida a mi mala realidad. Estaba sumergido en submundos prohibidos, la irresponsable dejadez, por no alcanzar un futuro mejor. Y siempre esperando:” la misericordiosa mano de un padre que aceptara su responsabilidad de ayudar a un hijo que lo esperaba .El poco cariño de su sentir, la irresponsabilidad de él y de mi madre que me trajeron a esta vida”. Mi forma vaga sin remordimientos y la baja autoestima que consentí, de creer que nací para esto: para ser un fracasado, o cree en este estado que me encontraba, que alguien jugaba a los dados con mi vida, o con mi destino. El reflexionar a destiempo que esta mala vida se engulleron con gusto, mi adolescencia y juventud; como si fueran esos insensibles sapos callosos de babosas aguas estancadas. Pero siempre el tiempo pasa; para que tan luego pesen los años, como cruces. Para los que no tuvimos esa mano angelical que nos sacaran del fango.
Posteriormente cuando fui consiente de los años ya idos. Así como se revela la noche cuando el sol se oculta; como para juzgar más que para meditar; deduje que todo estaba concluido para mí. Me supuse, que invariablemente yo estaba a destiempo o sin tiempo, un inadaptado. Y que nunca en esta vida había podido dar en el clavo: “dicen que el árbol torcido no enderezará su tronco; pero nosotros los humanos no somos árboles, intuyo que son otros los que tuercen nuestras vidas”. Pienso que desde el comienzo, cuando nací, cuando mi madre, en ese día, con sus ilusiones y buenos deseos me expulsaba a esta vida. Probablemente yo ya en mis adentros subconscientes con un sexto sentido instintivo; me sabía que en este mundo viviría arrastrado; seguramente me recalque: “Mejor hubiera concluido antes de nacer”.
Luego caí en el aislamiento, aquella que aparta la compresión de admitirse. Estaba palidecido traslúcido casi sin alma, especulaba mucho en las confusiones de mi vida. Por esos tiempos mi ser se arrimaba a un latido dudoso; introvertido con mucha culpa vivía. Y mis ojeras una lástima: oscuras como la perenne desolación de mí ser. Acierto que por esas épocas, en mis venas poseía frío y oscuridad y bastante miedo; tal vez la sangraza de los muertos circulaba por mis venas, por esos días.
Pero sucedió que por un jalón brusco del destino; que no, por mis dudosos méritos buscados. En momentos en que los trabajos – por la crisis económica del país- estaban difíciles de conseguir. Me vi involucrado, como si súbitamente amaneciera y dejara esta pesadilla, apareció para mí un trabajo, la de ser un profesor de tercera categoría. Ya que ningún profesor titulado de aquellos tiempos con dos dedos de frente, desearía meterse donde a mí me iban a enviar, como profesor interino. Sin querer había conseguido un trabajo de “profesor”, para un caserío desconocido de la sierra del distrito de Inkawasi; llamado: “Cruz Loma”.
Recuerdo que días después de haber logrado el trabajo, en la madrugada de mi partida, de la costa para la sierra, cuando subí al camión, con mi equipaje y mi memorándum de ocupación de cargo. Yo ya cargaba mil ideas en la cabeza, todas revueltas como las estrellas de ese oscuro cielo que esa noche me acompañó, tantas ideas y sentimientos, que por la distancia del tiempo, no recuerdo ni siquiera una. Y si bien el olor a guano de las bestias que cargaba el camión, impregnaba el aire y fuera poco soportable en esa noche; el agotamiento de los preparativos del día, y la noche misma, me dieron por compasión una leve tregua; y me dormí.
Viajé casi toda la madrugada, cubierto por la techumbre del frío y mis raros sueños. El camión, después de introducirse por los cerros de esta serranía de Inkawasi; llegó a un lugar llamado: “El Higuerón”. Las precipitaciones de las lluvias de la temporada habían dañado el único puente que impedían seguir el viaje.
Pero yo ya sabía, que los comuneros de este caserío de “Cruz Loma”, me esperaban con sus acémilas, para trasladarme a su comunidad por caminos de herradura. Lo que en este momento me causó gracia, fue ver aquellas bestias: “un par de jamelgos pequeños, peludos por el frío de la zona, con los arreos sumamente descuidados, que los hacía parecer a una caricatura de una tira cómica”. Lo sorprendente después, fue comprobar su resistencia. Estas bestias eran también como esta sierra: silenciosas y duras.

Más de cinco horas duró mi viaje por caminos de herraduras y no tan hondos abismos desde El Higuerón; hasta llegar a mi destino.
En el caserío los demás comuneros todos emponchados me acogieron de un modo especial. Recuerdo que un paisanito chaposo se me acercó y en su dialecto quechua me dijo: “Imacta chutingue”, únicamente atiné a acariciarle el cabello; después supe que me había preguntado mi nombre.
Al presentarme al director del colegio este directamente me dijo: “Recuerde, que nosotros somos profesores de tercera categoría, o sea sin estudios pedagógicos y, hasta hacernos profesores con título, nos quedaremos aquí, encerrados como presos rodeados por todos estos cerros de esta sierra. Pero todos los aventureros profesores interinos que hemos venido; con vocación o si ella, siempre hemos logramos hacernos profesores a la fuerza, seamos buenos o malos para esto. Además también sepa, que esto de ser profesor es únicamente para sembrar, nunca para cosechar. Ya que nuestro sueldo es mísero, como se dice a medio gotear nunca chorreará para nosotros, ya que tenemos el peor sueldo de un servidor público, usted comprende que es la necesidad de trabajar, en este país subdesarrollado. Y recuerde que aquí, duremos el tiempo que duremos, de hecho retornaremos para la costa; porque nosotros para esta sierra, sólo somos aves de paso”.
Para suerte mía, comprobé que, “Cruz Loma” quedaba aquí nomás, en la puntita de uno de los primeros cerros de esta sierra; porque más interiormente de esta comunidad, empezaba el rompecabezas de cerros con mayor altitud, que forman esta parte de la cordillera occidental de los andes del norte del Perú.
Al día siguiente y, después de los tragos de aguardiente bebidos por mi recibimiento. Frente a una quebrada de trasparentes y frías aguas, y con la resaca por lo del día anterior, aún con esa sensibilidad de los nervios de punta; se me dio, como solía hacerlo a inquirirme y a juzgarme así: “Y recuerdas cuando cavilabas en la reencarnación, en morirte, y nacer en un nuevo hogar, con otros padres no fracasados, donde te hubieran dado esa posibilidad de realizarte como ser, en este mundo. ¡¿Qué piensas hoy aquí?! Acaso, ya no te profundizas en pensar que la única felicidad es el no haber nacido. Parece que hoy se te ha dado el chance que no tuviste en otros tiempos – esos que con gusto se consumieron tu vida – ahora te apuras con tu futuro: eso, si aquí lo tienes. Ya no quieres odiar ni amar. ¿Acaso te volviste nihilista? Tal vez ya estés loco…pero qué más da”.
Y se deslizaron las semanas, sin ninguna trascendencia ni para la comunidad ni para mí. Sólo nomás, no sé cómo, con la indolencia que me caracterizaba; sentí súbitamente una espinita de querencia en el corazón. Algo rápido se había humanizado dentro de mí…era la distancia, la soledad y, esta extraña todavía comunidad andina, tan pobre y de gente singular la que me hicieron reflexionar de otro modo y me dije: “Tu mala vida, ¿te ha pasado la factura?…ya aprendiste a que corridamente se te escapen las lágrimas, ya se está desatando el nudo que tienes por corazón…que te dices hoy. Mira este presente…no te das cuenta que hay otra oportunidad, para ti, aquí…solamente da el primer paso, y halla el camino; para hacerte realmente profesor”.
A veces sucedía que desde Cruz Loma quería ver para mi sitio, para mis orígenes. Pero por más que extendía mi vista, únicamente veía en la lejanía las crestas irregulares de los cerros. Concebía cierta tristeza por mi gente de la costa. Y debajo de mi perspectiva estaba la carretera pálida y abandonada, sin ningún alma que la transitara; y más debajo de esta carretera se encontraba el río Moyán oculto continuamente por una espesa neblina.

-Sabe profesor- me dijo un comunero esa vez – el río Moyán, es creado allá arriba en las alturas por el deshielo, que forman las quebradas del Titucuaca, y la quebrada de Atumpuco, y por las filtraciones de la laguna Shin Shin. Y allá bien abajo de aquí mismo, este río Moyan con la unión del río Sangana forman el río La Leche; que es el río que empapa las tierras planas de abajo para sembrar los arrozales de los pueblos de la costa…de donde usted ha venido.
Al comienzo, no se me antojó a involucrarme tanto en lo personal, con esta comunidad; y acepte simplemente esto de ser: “Ave de paso”. Poco me atañía, ni por curiosidad lo referente a esta comunidad a su gente a su creación. Mi pensamiento se hallaba ya definido en querer hacerme un profesor por mantenerme en este trabajo, para salirme de aquí y nada más. Y en dar solución a la nubla de preguntas que escudriñaban respuestas existenciales a mi ser. Pero aún con todo; por pasar el tiempo, como queriendo adelantar las manecillas del reloj, o querer hacer tiempo. Escuché la historia de cómo se fundó esta comunidad: “Se llama así, Cruz Loma, porque dicen los antiguos, los que iniciaron esta comunidad, que aquí se toparon con una cruz de piedra, clavada en la punta de la loma”. Quién me contó esto se llamaba don Santos Manayay; que tiempo después llegó a ser mi compadre. Y remató su conversación:
-Sabe profesor, que el quechua que aquí se habla, es un dialecto. Es fácil de conversarlo, si uno le procura atención. El quechua de esta serranía, dicen que se formó con el canto de las aves nativas y, con el murmullo del viento solitario. La flauta y la quena sueltan su música para cantar en este quechua nomás.
A partir de aquí, por su gente muy humilde pobre y sufriente; olvidada por el “Estado” me rendí y me involucré con esta comunidad, a hacerlo real en mi persona, en mi presente, a estudiarlo; y a sumergirme en sus costumbres andinas de estos comuneros. Y a acomodarme a las estaciones recias y bastantes definidas de esta sierra.
Y resulta que en algunas noches sin luna cuando salgo de mi habitación. Miro la magnitud del universo, que me ofrece esta comunidad, contemplo el cielo tan cercano a mi vista, cargado de interminables estrellas, que tintinan en armonía y suavizan mi corazón. Es que el cielo andino es bello, es límpido, sin nubes, y te arriman demasiado a toda la belleza de la creación. Medito que todo esto fue hecho con amor: “Dios lo hizo todo con su amor”. Me sobreviene pensar, que nuestros corazones son estrellas radiantes y, que nosotros los humanos no notamos esto, como que esta serranía si te lo demuestra. Al punto regreso a mí, y pienso en la nueva oportunidad que se me dio; para realizarme como ser, en esta pequeña comunidad escondida en los andes. Intrigado y confundido me digo: que vería Dios en mi persona, para hacerme profesor, por qué esta profesión ya que es una vocación muy grande, y siento que yo no la tengo, ¿o será eso que llaman destino? Lo que sea doy gracias a quién me puso aquí. Y en mi percepción aparece siempre, la imagen grandiosa de JESUS; el único “Maestro Celestial” que ha existido en este mundo y, se me manifiestan sus frases tibias, sinceras y verdaderas, escritas en su biblia: “Busca el amor; lo demás vendrá por añadidura”. Ante esto – en estas noches singulares de estos lugares – no controlo que una u otra lágrima haya corrido por mi mejilla.
Ha pasado el tiempo, por no decir los años. Todo mi resentimiento, ya lo he votado lejos, todo quedó atrás, despegando las costras de mis heridas, que hoy por hoy ya están sanadas. Ahora soy profesor titulado no se todavía si tengo vocación en serlo, soy alguien y esto es mi trabajo. Es cierto que no soy un ser trascendental; pero en compensación, aquí me siento útil; y así lo he entendido que: “En sembrar ya estoy cosechando”. Gozo ahora de autoestima, y mis diálogos interiores con aquellos sentimientos de incomprensión han cambiado, como que de repente se han tornado en oraciones de gratitud. Aquí también encontré la que sería mi esposa y me dio un hijo. Pero a veces, cuando me invade una tranquila paz, que nunca pensé que existiera en mí. Me aparto silencioso y busco la parte más alta de la loma; y con las manos metidas en mis bolsillos, protegiéndolas del frío de estas horas. Dejo que la tarde me cubra. Elevo los ojos al cielo, lo curioso es que siempre veo pasar algunas aves de paso sin rumbo. En aquel momento alargo mi vista todo lo que pueda, con dirección a la costa, ya no tanto por buscar lo que antes añoraba. Es que ahora me atrae ver este amplio horizonte del cielo serrano, que poco a poco va confundiéndose con la oscuridad, y con las primeras estrellas que van surgiendo de este límpido cielo. Y en esa magnitud tranquila respiro profundamente y pienso:” Es otra noche serena que viene para Cruz Loma y para mí”.

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