¿A qué suena Caracas?

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Es una pregunta que, a partir del festival que se ha estado dando por estos días, ha surgido en la mente y en las discusiones de todos. ¿A qué suena nuestra ciudad? Hay a quienes les suena a salsa y jolgorio, a otros les suena a changa tuki y malandreo, a muchos les suena a cornetas de carros, a motores, a gente vendiendo café en las colas. A otros también les suena a cuentos sobre robos, sobre secuestros, sobre chanchullos, sobre paquetes chilenos (si es que aún se usa esa expresión). A muchos, más de los que deberían, les suena a disparos, a falta de dinero, a “tengo que ir a hacer la cola para comprarle los pañales al chamín”. Creo que el gran sonido que define a esta ciudad (por lo menos para mí) es el de la confusión. Caracas suena a confusión. Caracas suena a locura, a sinsentido, a desastre, a caos, pero la tripeamos igual (o al menos eso intentamos los que no tenemos posibilidad de escapar a ella así sea por un ratico). Caracas es ruido, pero es un ruido al que nos hemos acostumbrado, aunque no lo queramos admitir.

Ese fue el sonido que escuché cuando me enteré del Festival Latinoamericano de Música Suena Caracas. Confusión. Ruido.

Nueve días con 100 agrupaciones nacionales y 37 artistas internacionales de géneros muy, muy variados, en los espacios del centro de Caracas. Leí el cartel y seguía sin entender lo que estaba leyendo. Artistas internacionales de la talla de Café Tacvba, Estopa, Bersuit Vergarabat, Rata Blanca (aunque ellos ya son como la Olga Tañón del metal), Cuarteto de Nos, Cultura Profética, Aterciopelados, Carcass (aún sigo sin entender la presencia de los ingleses, pero bueno, supongo que esto no es de entender sino de sentir, como la poesía). De los nacionales, ni hablar, grandes nombres como Desorden Público, Zapato3, Tomates Fritos, incluso los Chino y Nacho (que al final no se presentaron) que me hacía pensar en la gran inversión que suponía este evento. Eso sin contar a artistas reconocidos de otros géneros con los que no estoy tan familiarizado, pero que se me perdieron entre toda esa bulla de grandes nombres.

En principio pensé en lo genial que puede ser un evento de esta envergadura. Salvando las distancias, las trayectorias, los espacios, las condiciones, esto podría ser como el Glastonbury venezolano, o lo que es el Rock in Rio actualmente (que ya no se centra en el Rock ni ocurre nada más en Rio). Impresionante, increíble. Pero, como todo lo que sucede en este país (y tristemente la música no escapa a ello), muy matizado por la situación sociopolítica que vivimos.

Parte de mi confusión ante la presencia de tan monstruoso festival era pensar en lo que, para mí, eran las “prioridades” del país. ¿Hace falta montar semejante parapeto cuando tenemos una situación económica tan complicada?, ¿es prioridad traernos a artistas internacionales cuando lo que parece ser más necesario es abastecer las farmacias del país? Hace poco hablaba con un amigo que había estado colaborando con todo un proyecto de poner internet inalámbrico en zonas populares de Caracas. Él ayudó a montar las antenas y toda la cuestión en Petare, donde él vive, y luego se anotó para ir a zonas un poco más alejadas del país para seguir con el proyecto. Llegó a una localidad que no me supo decir el nombre, pero que quedaba en un sector llamado “Mariche Lejos” (cuando le preguntó a un amigo de él si sabía dónde quedaba, el otro muchacho le contestó “ah sí, eso es donde aparecen los cuerpos cuando uno los lanza al Guaire”). Me cuenta mi amigo que aquello era una zona rural, que había vacas y burros por las calles, que las casas, adentro, tenían piso de tierra. Ahí llegó él a poner antenas de internet inalámbrico. Una de las señoras de las casas a las que fue, con esa sabiduría ingenua y transparente del anciano pueblerino, le dijo “hijo, ¿por qué usted no se lleva esa antena y me trae un tanque de agua, que es lo que nos hace falta aquí?”.

Más o menos así me sentí cuando leía y leía sobre el festival. ¿Por qué no se llevan ese concierto y nos traen unos desodorantes decentes, que es lo que hace falta en mi casa? Capaz podría ser menos banal, pero las necesidades pueden ser tantas y tan variadas, que solo me quedo con las más superficiales.

Pero es que no es fácil no ponerse a sacar cuentas de qué se podría hacer con la inversión de aproximadamente 14 millones de dólares (calculados a la tasa de SICAD I, según este artículo de Aporrea.org). Yo no sé mucho de economía, de precios, de esas cuestiones, pero me parece que podríamos haber hecho cosas un poquito más productivas y sustanciosas con al menos la mitad de eso que se invirtió en el Suena Caracas (siéntanse libres de llamarme iluso por pensar que eso es mucho dinero, pero para mí lo es).

Ante la pregunta de ¿por qué hacer algo así ahora?, ¿por qué mandarte semejante parapeto cuando tienes un país que económicamente tambalea, que nadie (o bueno, uno el pobre) tiene suficiente en el bolsillo?, surge otra respuesta que es más política que otra cosa, pero no por eso deja de ser verdad: vienen las elecciones parlamentarias por ahí. Sí, capaz todavía falta mucho, pero ya se están planificando una serie de eventos iguales para el año próximo. El circo continúa y el objetivo es obtener la mayor cantidad de votos posibles.

Podría poner todo este argumento como una excusa para no ir a ninguno de los conciertos. Sí. Hay una contradicción moral que me lleva a no acercarme a un evento como ese. Mi análisis de cuáles son mis prioridades me lo impide. Pero también hay otra razón muy válida: ninguna de las bandas que viene tiene el poder de convocatoria para sacarme de mi casa. No soy gran fanático de ninguno de esos artistas. El único que estuvo a punto de moverme fue Estopa, pero luego revisé mi computadora y el disco “más nuevo” de ellos que tengo es de 2004… no sé si valía la pena.

La cuestión está en que la sensación de que “si no voy a verlos ahorita, cuándo” es tal, que, aunque no nos guste el grupo o no seamos grandes seguidores, nos sentimos con la necesidad de ir. Nos sentimos con la necesidad de respirar por un ratico el mismo aire que esos artistas que sabemos que, a menos que el gobierno nacional vuelva a desembolsillar como lo hizo ahorita, no los vamos a ver jamás porque, uno, nadie tiene dinero para traerlos, dos, a muchas bandas y solistas literalmente les da miedo venir a Venezuela. Eso me molesta, me arrecha, incluso. Esa sensación que tenemos de que nos están regalando una gotica de lo que es la experiencia primermundista de asistir a un festival musical de calidad. Es la misma lógica detrás de las colas: “mejor compro harina ahorita… ya tengo en la casa, pero sabe Dios cuándo voy a volver a conseguir. Mejor que so-sobre a que fa-falte”.

Dejando esto de lado, también está la postura de “no puedo criticar un festival que fomente la cultura”, postura a la que también me adscribo en cierta medida. Postura que, incluso, va de la mano con “no podemos dejar que todo esté politizado y que eso nos impida disfrutar de la buena música que viene, hay que ir”. También es algo que respeto. Y es verdad, es algo que intento poner en práctica, pero que es muy difícil en el país en el que estamos. Ir al Festival Suena Caracas no tiene por qué significar que apoyo al gobierno actual ni mucho menos. Simplemente quiere decir que, como venezolano que soy, ejerzo mi derecho de ir a disfrutar de un buen evento musical que se está presentando en mi ciudad. Punto.

Sin embargo, para mí es difícil también pensar qué se podría hacer si ese mismo dinero se invirtiera para crear un circuito musical mucho más sólido en el país (pensamiento que nace de la lectura de este mismo artículo ya mencionado de Aporrea.org). ¿Qué pasa si invertimos esos 14 millones de dólares en 100 conciertos de música emergente y no tan emergente en distintas ciudades del país?, ¿no fortaleceríamos a los músicos locales?, ¿no impulsaríamos su calidad? No lo sé, solo puedo especular con eso y, dentro de mi ilusión de tener la razón, pienso que sería mejor. Quiero pensar que ese mismo dinero se podría utilizar para mover más a los artistas nacionales, evitar que se quemen en un circuito pequeño, recortado y limitativo que hace que incluso el público se fastidie de ver siempre a los mismos. Quiero pensar que ese mismo dinero ayudaría a esas bandas que capaz no tienen tanta experiencia, que no se han curtido en diferentes escenarios, a hacerlo, a agarrar calle, a agarrar guataca. Quiero pensar que ese mismo dinero se puede usar para fortalecer una escena musical venezolana que, si bien ha intentado crecer y hacerse fuerte, no tiene la suficiente estructura y atractivo para hacer que los músicos se mantengan en el país (hablo de la música popular; creo que en cuestión de música académica estamos un poquito más armados). Pero, una vez más, no lo sé.

Por último, también este festival me sonaba a una oportunidad para protestar. Sí. ¿Por qué no? Si hubo un grupo de jóvenes que quisieron trancar las calles de Altamira el último día del Festilectura porque, entre otras cosas, sentían que capaz el festival estaba desviando la atención de lo que significaba la Plaza Francia, ¿por qué no lanzarse algún tipo de protesta en las locaciones del Suena Caracas, como protesta a todo lo ocurrido a comienzos del año?, ¿por qué perder esa oportunidad de ir a latirle en la cueva a quien quieres que te oiga y que tome cartas en el asunto? Hasta donde sé, no ha sucedido. Una tibia manifestación de Desorden Público a través de una canción y no mucho más. La gente sigue tripeando igual. Y no los culpo. A fin de cuentas hay que tripear también. Pero hay que intentar ser consecuente.

Lo único cierto es que no fui a ninguno de los eventos hechos en el marco del festival. Hubiera sido diferente si se hubiese logrado el objetivo de traer a Foo Fighters o Pearl Jam (como leí por ahí), bandas de las que no soy fiel fanático pero, hey, si venían ¿cuándo íbamos a volverlos a ver?

Creo que, al final de todo, a lo que me suena Caracas es a quejas. Al final, nos quejamos de todo y no sé si hacemos mucho.

Originalmente publicado en La Galería del Rock (http://lagaleriadelrock.com)

1 Comentario

  1. Buena la reflexión. A mi me sonó a confusión, me sonó a «voy porque lo hacen con nuestra plata pero solo nos quieren distraer», «voy pero no sé porque cómo hago para regresar sin que me roben», «no voy porque son un vendidos si vas, pero sí voy a la cola de Daka». En fin, lo que si me quedó claro es que Jorge Rodríguez sí sabe lo que están haciendo. Por cierto, quería ver a Carcass… pero el trabajo no me dejó.

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