I.
Cuando estaba en segundo grado mis padres me regalaron un Nintendo que traía el primer juego de Mario y la pistola para el juego de cazar patos. Desde el momento en que tuve ese control en las manos, los videojuegos se convirtieron en eso que llaman un “Objeto Transicional”, es decir, una zona intermedia entre la realidad y yo. Durante más de veinte años no hubo un día malo que no mejorara con un par de horas de juego, desaparecía por un rato y regresaba con la cabeza fresca, listo para afrontar lo que fuera. Así fue hasta el día que me empezó la depresión.
Hace un par de semanas leí este artículo acerca de la experiencia de una chica deprimida y me hizo querer escribir también al respecto de este tema incómodo y de mi propia experiencia con ese trastorno mental ahora que ya lo he superado o por lo menos la peor parte.
En el 2010 dejé mi país para venirme a estudiar con mi (ex) esposa a España. Al principio todo era ilusión y esperanzas de un futuro mejor. Pero no tardamos mucho en darnos cuenta de la realidad laboral del país sobre todo en mi campo; lo contrario del de mi ex quién en poco tiempo arrancó unas pasantías en informática, su área de formación. Paralelamente, mi ex sufría por aquel entonces de sus propios trastornos de ansiedad con los que tuve que lidiar hasta que empezó su tratamiento.
Ésta fue la primera fase de mi depresión, la de negación total del problema. Por un lado tenía que afrontar la realidad de la emigración: la soledad, la adaptación,el dinero, entre otras cosas. Me fui encerrando en mí mismo, no decía nada a mi familia porque muchos no querían que me fuera y no quería decirles que estaba mal, tampoco a mis amigos en Venezuela por no preocuparlos, a la gente que estaba conociendo acá en Madrid, menos, incluso a mis amigos de acá no les decía nada porque sabía que todos tenían sus propios asuntos.
En mi mente todo lo que estaba ocurriendo era enteramente normal. Ya me llegaría un trabajo, el dinero aparecería, me adaptaría y mi ex eventualmente aprendería a manejar su ansiedad. Cualquier mención a alguno de los focos de mis problemas sólo conllevaba a una mala respuesta probablemente cargada de ira y frustración. Todo esto lo tuvo que asumir mi ex mientras luchaba con sus propios demonios. No había forma que tan siquiera reconociera que nada estaba saliendo como esperábamos.
Mientras tanto intentábamos tapar todo con viajes que no podíamos asumir, comprando cosas que no necesitábamos y cada cuál en su propio mundo. Cuando quería hablar con mi ex, no podía porque pensaba que iba a echarle fuego a su ansiedad, por tanto, prefería quedarme callado. Todo esto me paralizó. Pensaba constantemente en estos problemas al punto que era incapaz de salir de casa o realizar cualquier tarea. Lo máximo que podía hacer era cocinar y sacar a pasear a mi ahora también ex-perra.
Sin embargo sí que podía disfrutar de muchas actividades, salir con amigos y viajar siempre me producía la sensación de normalidad y de que todo estaría bien. Igual podía jugar con mi PS3 y matar horas en eso. Habían muchos momentos en los que me sentía tranquilo y esperanzado. Además, intentaba sacar fuerza para apoyar a mi ex y buscar la manera de hacerla sentir bien. Creía que si lograba que ella estuviese bien, yo estaría bien. Craso error.
II.
Finalmente cuando ella empezó a recibir tratamiento para sus problemas de ansiedad y empezó a mejorar, yo reventé. Sentí que me había quitado un gran peso de encima, pero debajo del alivio lo que me esperaba era mi propia depresión. Estaba en la segunda fase, la aceptación. Esto ocurrió a principios del año pasado. Llegó el momento en que me dije a mí mismo: hay un problema.
Hasta este punto me sentía simplemente adormecido, como si me hubiese echado lidocaína en el cerebro. Cualquier sentimiento que considerara negativo, rabia, tristeza, frustración, lo escondía bajo la alfombra del autoengaño. Todo va a estar bien y ya pasará eran mis mantras. No me permitía sentir nada que no fuera una falsa esperanza. Mi energía completa se me iba en esa farsa, con frecuencia no era suficiente y tenía arranques de rabia como ya mencioné.
Pero ahora me veía en la necesidad de ver el problema a la cara. Reconocer la posibilidad de que no todo iba a estar bien y que la forma en la que me sentía podía no ser pasajera. Por supuesto se trataba de un prospecto horrible. En este punto ya no teníamos casi dinero y era imposible para mí no ver todo negro. No quería devolverme a Venezuela pero no tenía idea de cómo iba a estar en España. Era un punto de honor. Seguía sin contar con mi familia, sin mis amigos y sin mi esposa, que apenas estaba empezando a tener control sobre sus problemas.
Me cuesta mucho pedir ayuda. Por un lado, soy muy orgulloso y no me gusta admitir que no me sale bien algún plan, por el otro, no me gusta cargar a nadie con mis problemas, creo que todos tienen suficiente como para tener que atenderme a mí. Además, si ya existe un prejuicio en contra de la depresión, ese prejuicio se multiplica cuando es un hombre quién la sufre. A nadie le gusta un hombre deprimido. Y yo mismo me juzgaba duramente por estar así y no tener trabajo. Estamos acostumbrados como sociedad a aceptar a regañadientes que una mujer se deprima, también por una serie de prejuicios y roles, pero un hombre que está deprimido es considerado inútil. Si eres hombre y estás deprimido o eres «emo» o una mariquita.
En ese estado es difícil pensar y actuar, de nuevo estaba paralizado, pero intentaba obligarme a salir más de casa. Sin ánimo de sonar dramático, estar deprimido es como estar en la oscuridad, pero no en esa oscuridad citadina donde siempre hay una luz. No, es algo más como estar envuelto en una oscuridad espesa que no te deja ver nada y que además no te permite moverte. Es un sótano húmedo donde a veces se abre la puerta y entra un poco de luz.
Así me sentía todo el tiempo. Al entender que estaba deprimido ya no me molestaba siquiera en pretender que no pasaba nada. Ni siquiera me molestaba en estar triste o molesto o algo. Todo me daba exactamente lo mismo. Empecé a correr en las mañanas y por un tiempo pareció funcionar. Supongo que eran las endorfinas porque luego de correr sentía cierta claridad y a ratos me podía concentrar en alguna actividad.
Pero luego pasó algo bueno: conseguí una pasantía en una empresa reconocida y con ciertos beneficios. En este punto, mi mayor preocupación era el dinero y esto me iba a venir bien. Paralelamente, a mi ex le salió la residencia en España y empezó a ganar bien en su trabajo al ya no estar más en pasantía. Parecía que todo se iba a arreglar. Al principio, una suerte de euforia nos embargó, finalmente todo se iba encarrilando.
Sin embargo todo era un castillo de naipes. La depresión seguía ahí. Latente en todo lo que hacía. Resolver el problema del trabajo no resolvía nada en realidad, sólo la puso en una pausa por decirlo de alguna forma. Igual no quería ver a nadie ni hablar con nadie. No me gustaba para nada el trabajo, aunque se me hacía llevadero gracias a la gente con la que trabajaba. Esta fue quizá la época más falsa de mi vida. Todo era fingido. Socializar era lo que más me costaba. Y durante todo el año no dejamos de recibir visitas; era imposible agarrarle el hilo a mi vida, a mi rutina y a mi relación de pareja. De 12 meses pasamos casi 5 con gente en la casa. Con algunos era más fácil fingir que con otros. Pero lo cierto del caso es que eso no ayudó en nada y hoy en día pienso que empeoró toda la situación.
Me quedé sin espacios y sin excusas para estar deprimido. Entonces me decía a mí mismo que no podía estarlo. Empecé a llevar una “media sonrisa” como diría mi ex. Así me sentaba a la mesa de amigos y conocidos sin ganas de hablar de nada pero obligándome a tapar incluso los silencios, no fuera que se diera cuenta alguien de lo mal que me sentía. Aunque en el momento no me sentía mal, tampoco me sentía bien, me sentía nuevamente adormecido. Nuevamente, llenamos los huecos con viajes y gastos que no podíamos permitirnos.
En el trabajo empecé con mucha fuerza y energía pero al poco tiempo la apatía empezó a consumirme. Pues al final del día la depresión no es estar triste, llorando todo el día, es simplemente que nada te importa. Días iguales uno tras otro. Cualquier tarea por mínima que parezca es una lucha constante. Además, no recibí feedback por parte de mis supervisoras en la pasantía y no me di cuenta en qué momento me dejó de importar, si es que en algún momento me importó. Es obvio que esto fue una irresponsabilidad de mi parte. En eso he estado claro desde un principio, incluso mientras lo vivía. Pero no podía hacer más. Imposible hacer más en ese estado emocional.
Durante los momentos de claridad logré escribir un par de artículos que fueron virales, eso me permitió conocer vía redes sociales un grupo de personas interesantes con las que he logrado hacer amistad. Relacionarme por internet era una de las pocas formas de socialización que todavía podía llevar a cabo pues no requería contacto directo con nadie. No tenía que estar pensando en qué cara poner o cómo reaccionar ante una situación. Y si quería dejar de hablar simplemente me iba. Tenía años sin relacionarme con gente nueva por internet pero me ayudó mucho no tener la carga de tener que concentrarme en una conversación.
En esta época me volví experto en “estar y no estar”. No importa dónde estuviese, quería estar en otro lado. Si estaba en el trabajo quería estar en casa, si estaba en casa quería estar en la calle, si estaba en la calle quería estar en la casa y así al infinito. En el único sitio en que realmente me encontraba era dentro de mi cabeza. Porque de eso también va la depresión, de pensar todo el tiempo en todo, al final eso es lo que te paraliza.
III.
Acabó por pasar lo lógico, no me renovaron la pasantía. La empresa en típica forma empresarial no se dignó siquiera a hablar conmigo antes y yo hice el esfuerzo mínimo por obtener feedback. Pero en todo caso, eso se acabó y dio inicio a una tercera fase: la lucha interna. En este punto era más que evidente para mí y para mi ex que había un problema más grande que simplemente no tener trabajo. En ese punto me di cuenta que algo estaba roto en mí y no tenía idea de cómo pegar los pedazos. Todo el choque emocional de quedarme sin trabajo y entender que estaba mal lo tuve que vivir con visita en casa. No tenía espacio para huir por ningún lado. No podía jugar PS3, no me podía encerrar en el cuarto. No podía hacer nada más que desesperarme más y más. Imposible de explicar esto a alguien que se crió así, no había mala intención pero no ayudó en lo más mínimo.
Mientras estuvo la visita y los días inmediatamente posteriores fueron algunos de los días más pesados para mí. Levantarse de la cama era realmente una proeza para mí. En ocasiones tenía que buscar una razón para hacerlo en lugar de quedarme acostado todo el día. La única razón por la que lograba pararme, acoto que esto es literal: estoy hablando de salir de la cama y vestirme, era mi perra que necesitaba su paseo matutino. Acá me detengo un momento para hacer la salvedad que Lily fue el único el apoyo constante e incondicional que tuve durante todo el proceso depresivo, sólo por eso vale la pena tener una mascota porque nunca te va a pedir nada a cambio ni mucho menos te dará la espalda.
Me podía pasar horas muertas sentado sin hacer nada, pensando en todo los problemas que estaba teniendo pero sin vislumbrar ni una solución porque cuando estás deprimido las soluciones simplemente no existen como algo real, son quimeras que no están presentes en el reino de lo posible. Al punto que cualquier solución se aparece como una complicación aunque a veces sea sencilla.
Acá entendí que yo no estaba en control, estaba completamente controlado por la depresión. Mi personalidad cambió por completo. De ser una persona orgullosa, incluso a veces altanero, pasé a ser sumiso al punto que cualquier atención hacia mí me parecía una caridad. Siempre he sido tímido pero en esa época iba más allá de eso, ni siquiera con la gente que conocía de toda la vida podía hablar con confianza. Quizá con uno o dos amigos, pero poco más. También era independiente y creativo, ahora ya no. Era incapaz de tomar una decisión porque era incapaz de que me importase. Cualquier decisión que tuviera que tomar lo hacía apelando a la lógica y al sentido común, ambos nublados por la depresión.
Por su parte, mi ex estaba pasando por un buen momento profesional, le gustaba su trabajo, había hecho amigos y tenía dinero en el bolsillo. Finalmente, después de años de estar mal, se encontraba en una buena posición mientras yo estaba en la mierda. Como dije, a nadie le atrae un hombre deprimido, un hombre que es un inútil y que lo único que hace es pedir cariño y comprensión. Esto produjo un círculo vicioso en el que yo necesitaba abrazos y ella no me los podía dar. Sólo le generaba rechazo y rabia.
Empecé una rutina de ir a correr, aprender idiomas y estudiar a ver si lograba mantener la concentración. También comencé a ir a psicoterapia por presión de mi ex, cosa que hoy en día agradezco, donde lo primero que aprendí es que no tenía porqué quedarme para siempre así, que todo podía cambiar y que lo que hacía falta era entender bien lo que me pasaba. Me recetaron antidepresivos.
Los resultados empezaron a aparecer pronto. No sin antes pasar unas semanas espantosas de emociones desbordadas. De llorar solo, de desesperarme por cualquier cosa, de necesitar constante validación, de necesitar alguien que me escuchara sin darme consejos tontos y sobre todo necesitaba cariño que no recibí y que pensaba que no tenía por qué recibirlo, que no me lo merecía por haber caído en una depresión, por no tener trabajo es decir por no cumplir mi rol de macho cazador, por ser incapaz de concentarme o de encontrarle rumbo a mi vida. Yo genuinamente creía todo esto y la actitud de mi ex no hacía más que reforzar esa apreciación.
Acá me detengo nuevamente y hago una aclaratoria, puede parecer que estoy aprovechando esto para hablar mal de mi ex o para juzgarla y no es así. Mi depresión la viví con ella y no hay manera de desligarla de la historia. Admito que no era una persona fácil de tratar o de estar durante este período. Entiendo también que si ya no estaba ella mal tomara la decisión de no cargar conmigo. Aprecio el esfuerzo a nivel económico que hizo y que tuviera la valentía de decir no puedo más. Yo no era yo. En todo esto perdí por completo mi identidad. Eso no quita que para mí un matrimonio se supone que es para apoyarse.
Continúo, el tiempo que pasé con todo revuelto mientras trabajaba en la depresión fue la época en que más solo me sentí. Era estar solo todo el tiempo, encerrado en mis problemas. Sin ningún apoyo discernible. Paradójicamente la sensación de estar atrapado en un sótano se fue disipando. Lo primero que trabajé con el psicólogo fue aprender nuevamente a quererme yo mismo. Suena cursi y ridículo, pero cuando lo estás viviendo es importante. Es importante saber que vales de algo.
Poco a poco, aunque no tenía trabajo todavía, fui aprendiendo a ser yo nuevamente, a tomar las riendas y dejar de verlo todo a través de la depresión. Problemas que antes me parecían imposibles de solucionar ahora los entendía mejor. Ahí me di cuenta que tenía el cerebro casi muerto. Y empecé nuevamente poco a poco a ser yo, a dar mi opinión y a exigir lo que necesitaba para salir adelante.
Por un momento parecía que todo iba a arreglarse, sin embargo, nuevamente la rutina fue interrumpida por la llegada de visita. Nuevamente me quedé sin espacio y lo único que hubo fue más distancia. Nos fuimos a pasar el año nuevo a Lisboa, estuvimos en una plaza llena de gente. Yo no quería ir pero fui obligado para guardar las apariencias. Jamás en mi vida me sentí tan solo entre tanta gente. Creo que fueron las peores vacaciones. No disfruté nada.
IV.
Justo después del viaje nos separamos. Por supuesto me sentí como la mierda, estaba por el piso. Pero había algo distinto a cuando estaba en la parte más dura. En el fondo sabía que todo lo que estaba sintiendo era pasajero. Y sí, tuve que trabajar el duelo, aceptar la pérdida de mi matrimonio con todo lo que eso implicaba. Era un vaivén de emociones extremas y sin embargo ya no estaba perdido. Finalmente pude hablar con mis padres, con mis amigos y con cualquier extraño que quisiera escuchar. Creo que ahí fue cuando acepté que ya estaba en la fase de recuperación.
No importa lo mal que me pudiera sentir, tenía la certeza de que no era para siempre que me iba a sentir así. Luego de pasar un año o más pensando que nada tenía solución, que todas las ilusiones, esperanzas, expectativas y planes de vida que tenía carecían de sentido porque no se iban a poder realizar, tener alguna certeza es bien recibido.
Lo más importante de esta fase fue darme cuenta que no estoy solo. Mi mejor amigo me recibió en su casa por más de un mes, sus compañeros de piso en todo momento me trataron como uno más. El grupo del curso que estaba haciendo, con quienes había compartido muy poco mientras estudiaba con ellos, ahora los considero mis amigos y me lo paso muy bien con ellos. Y luego está mi familia, no importa que tan lejos esté, ni si pasamos tiempo sin hablar o lo que sea, ahí estuvieron todos al pie del cañón. Aún siento que no puedo hablar de mis problemas con ellos porque su respuesta para todo es “regresa a casa” y no es lo que necesito. Más allá están mis amigos de toda la vida, desperdigados por el mundo, algunos en Venezuela, algunos fuera pero todos pendientes. Cuando piensas que no vales absolutamente nada y la persona que se supone debería hacerte sentir que sí, te hace sentir que vales menos que la nada; es un gran alivio contar con una red de afecto fuerte. Fue darme cuenta que siempre estuvieron ahí, que quién estuvo ausente era yo.
En febrero estuve en Venezuela y no hice más que recargar baterías, dejarme querer como dicen. Entender que si bien no soy perfecto, tampoco merezco sentirme como un cero a la izquierda. Estar allí me sirvió muchísimo para comprender que ya tampoco ahí está mi lugar. Que no sé cuál será mi lugar y que no tengo que saberlo. Al regresar a Madrid me esperaban mis amigos de acá que se han ocupado de mantenerme entretenido, retomé el contacto con uno de mis mejores amigos de la infancia y son pocos los fines de semana que no hago nada.
He aprendido mucho de mí mismo en esta experiencia. Por ejemplo, no todo el que te quiere ayudar puede hacerlo; hay mucha desinformación al respecto de la depresión, hay quién piensa que a uno le gusta estar regodeándose en las miserias propias y victimizarse todo el tiempo, que si no eres feliz es porque no te da la gana, hay el que te da un atajo de frases de Coelho, Chopra y demás especies de autoayuda o religiosas aunque se aprecia la intención mi vida no va a cambiar porque el tiempo de Dios sea perfecto o por la ley de la atracción. Lo siento, eso no funciona y en la mayoría de los casos lo único que provocaba encontrarme con algo así era rabia, tampoco ayuda la gente que te quiere resolver el problema como si fuera cuestión de pasar un suiche. Sin embargo, nuevamente, se aprecia la intención porque en la mayoría de los casos lo que hay es cariño y amor. Un dato, tampoco se hace nada decirle a alguien deprimido: «llámame si me necesitas». Nunca va a llamar, si quieres ayudar, llama y si es necesario obliga a la persona a salir. Lo que me lleva al otro punto, no todo el que te puede ayudar quiere hacerlo; ayudar a una persona deprimida requiere de fuerza, tolerancia y paciencia, sin eso y sin cariño no se puede hacer nada excepto empeorar la situación, en ese caso es mejor ser honesto como mi ex y decir: no puedo más. Porque al final era como estar bajo el agua y cada vez que intentaba asomar la cabeza, me empujaba de nuevo hacia abajo. No es coincidencia que ahora esté en un punto en el que pueda no sólo hablar de esto con la gente sino contarlo a quién sea que esté leyendo.
Y escribir esto es un riesgo para mí, es someterme al escarnio, a aparecer en google con un resultado como éste. Contando que hubo un tiempo cuando tomaba medicación para la depresión. Lo escribo porque me ayudó mucho en su momento leer las experiencias de otras personas.
Lo peor que me podía pasar o lo que yo creía que era lo peor que me podía pasar era una separación, pasó, sobreviví, no me siento deprimido. Hay cosas que todavía me duelen y a veces estoy triste. Pero la mayoría de las veces aún cuando no tengo idea de lo que voy a hacer en el futuro próximo, no me siento desesperado ni me quedo dando vueltas a la cabeza sin saber qué hacer. Es un día a la vez. Sigo recuperándome pero al menos ya tengo herramientas para combatir la depresión si asoma su cara. En la segunda película del Señor de los Anillos el Rey Théoden sale de un hechizo gracias a Gandalf, es una buena representación visual de cómo me sentí después de estar en Venezuela.
Aprendí también que la felicidad no es esa que te venden en la tele, no es tener un carro, una esposa, unos hijos, un perro, una casa en la playa ni acumular porquerías, la felicidad no se encuentra en palabras inspiradoras sobre una foto filtrada con Instagram. Al menos no para mí. Creo que mi problema era pensar que eso podía traer la felicidad. En este punto creo que la felicidad es secundaria, yo quiero que mi vida tenga sentido, si logro eso la felicidad vendrá sola o quizá no, no me parece importante. Soy feliz en pequeñas dosis, tomando una cerveza con un amigo, viendo una buena película y sobre todo: escribiendo. Quizás no llegue a nada con eso, pero de seguro me divertiré intentando. No tengo mi vida resuelta y aunque me preocupa, creo que tengo tiempo todavía.
Fuente: http://luis1210.wordpress.com
Pana Eres un Macho Valiente Recontraarrecho, tener el valor de escribir esto ya te hizo superior a los demás! te felicito. Solo los que hemos estado deprimidos y en terapia, podemos tener una mínima idea de lo que pasaste. Sigue adelante ya lo peor paso!
Es cierto, aunque nadie te conozca por aquí, en internet da como un no sé que, dónde uno no se atreve a contar estás cosas, yo estoy proximo a irme de Venezuela, si empezara a contar todo lo que ha sido mi depresión seria tragico, pero me da mucha verguenza, porque como bien dices, la gente cree que quieres parecer un martir o que buscas que se compadezcan de ti, y tan solo quieres ser escuchado, o en este caso leido y comprendido…
Quiza algun dia de estos me animo a escribir lo que ha sido mi camino lleno de espinas
No soy un especialista en eso nui mucho menos un psicologo pero se que si uno esta deprimido debe saber la causa principal de porque esta asi. El darse farmacos es para mi lo mismo como comerse los «happy cakes».
@M-1: los fármacos no resuelven el problema pero ayudan a romper el círculo vicioso en el cual caen las personas cuando entran en depresión, rompen con esos pensamientos recurrentes de encontrarse sin salida, atascado, agobiado, ayudar a «dejar de pensar» mientras simultáneamente la terapia cumple la función de mostrarle al paciente las herramientas para salir del hueco.
Nunca fue mi intencion en meterme con el pobre si pensaron en eso. Y de nada servira tomar farmacos si no se busca las causas principales de el porque la persona esta deprimida y para eso el primer paso es aceptar su condicion, luego identificar lo que le aqueja y por ultimo y el mas dificil, atacar el problema. La terapia solo lo ayuda a encaminarse y los farmacos solo lo hace mas receptivo a los que les rodea, pero la unica persona que puede romper ese circulo vicioso es esa misma persona. Se los digo porque yo tambien lo vivi y lo sigo viviendo y sin la necesidad de meter farmacos en mi cuerpo.
De acuerdo con M-1.
Bueno, pensándolo bien, sí hay medicaciones que ayudan a enseñarte con claridad lo que te deprime y pensar en como afrontarlo sin pepas ni psicólogos. Las llaman drogas psicodélicas, y muchos preferirán morirse en su dolor o lobotomizarse con drogas «oficiales» o de calle pero mal investigadas, que dar un paso al ni-tan-vacío.
Busca hongos mágicos. Busca LSD. Ya que estás en un estado tal de desespero, no escatimes con las soluciones. Las drogas psicodélicas no siempre son soluciones, pero siempre son lupas y chupones y musas.
Como dice el pana M, es la misma conciencia de uno que o se suicida o resuelve.
Pero algunos químicos te ayudan a hacer el trip más llevadero.
Prozac, por ejemplo no es divertido. Tal vez sientes que necesitas sufrir más hasta tocar fondo, sufrir con claridad por ponerlo de alguna manera, pero fondo lo conocen es quienes mueren «viviendo» debajo de un puente. Lo que necesitas es divertirte a pesar de tí mismo/a. Entiendo, no quieres olvidar lo importante, pero la belleza de las drogas como las que publicito es que tienen límites de tiempo definidos, después de tu descanso psíquico podrás volver a encontrar tu dolor (los «medicamentos,» por ejemplo, no tienen límite sino que siempre te estás tomando la pepa y manteniendo el high… es hasta tenebroso).
Por cierto, como persona tildada tantas veces de depresivo, bipolar, etc, me ofende que me digan que mi estado mental es un hueco.
Si las cosas están mal, están mal. Hueco es convencerte que no lo están. No hacer nada al respecto no es un hueco, es simple desesperación. No te puedes salir, tienes que afrontar o morir. Eso sí, date un puto break (y si no puedes, gracias a los dioses a los que rezes que existen químicos que ingieres y te obligan por un ratico).
420!!
Dos cosas, como bien dijo lenguaeniple los fármacos pueden ayudar, sobre todo en la fase inicial de un tratamiento pero de nada valen si no vienen acompañados de una terapia. Con eso también hay mucha desinformación, la gente piensa que por tomarte una pastilla ya te sientes bien cuando la realidad es otra, para que empiecen a hacer efecto se requiere tiempo, lo mismo para que el efecto sea duradero. Eso de «meterse químicos» es una forma también de estigmatizar.
Es como decir que si te enfermas del estómago o de gripe no te vas a tomar nada para no meter químicos en tu cuerpo. Lo que sí estoy de acuerdo es en que eso no debe ser el pilar de un tratamiento, no sirve de nada si sólo tomas pastillas y no buscas la causa del problema.
De hecho yo ya dejé la medicación hace un par de meses pero sigo con la terapia porque es lo que realmente me ayuda.
¡Te felicito hermano! Yo dejé mi terapia hace poco, no hay absolutamente nada como converzar con un humano inteligente por una hora en la cual lo único que importa es tu vida. Por eso es que todo psicólogo dice que, aunque no tengas «nada,» vale la pena tener uno.
Lo de las pepas es peligroso… ¿Sabes que eso empezó en gran medida con Freud, quien se volvió adicto a la cocaína? Así me lo explicó un psiquiatra, que los inhibidores selectivos de retoma de ya sea serotonina, norepinefrina, adrenalina o dopamina son una especie de cocaína mejor regulada. Es decir, te da ese feeling de «activo,» solo que después no se te quita. ¿Me pregunto si después es posible dejar esos medicamentos tan fácilmente, y si no se pierde en ese caso mucho terreno? ¿Con tus farmacos te estarás «curando,» o estarás tripeando el high tanto que no te hace falta hacer más?
Lo digo sin ganas de joder, para mí es una aventura interesantísima encontrar los químicos que ayuden más. Para mí no son los inhibidores de retoma, ni el litio, ni medicamentos anti-epilépticos. No es, además, estar tripeando todo el tiempo. Para mí es marihuana, cuántas veces y cuánto fumes dependiendo inversamente de qué posibilidad tengas de lidiar con tu problema en el presente, y con miras a abrirte más posibilidades de lidiar en vez de distraerte con la hierba. A eso le agrego el uso cuidadoso de LSD, en un lugar seguro con gente que te quiera y no te juzgue, una o dos veces. Eso te ayudará a sentirte que el problema no es una enfermedad como la gripe, sino un estado mental como el amor, y te ayudará a entender exactamente qué sientes y por qué. Hongos mágicos se pueden usar en lugar de marihuana en casos extremos donde ni un porrito te distrae.
Eso es subjetivo, obviamente, pero piensa que así Freud dio génesis a lo que terminó siendo el medicamiento moderno: metiéndose químicos y explorando por su cuenta.
Luis, gracias por compartir tu historia.
Me ha ayudado mucho.
Sigue mejorando y mas importante, sigue viviendo y compartiendo.
Gracias por publicar tu historia, se necesita tener las bolas del tamaño de un camión para abrirse tanto y compartir esas cosas tan personales.