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NOSOTROS, LOS PAJUOS

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Cartel de YouTube

No es fácil mantener la mesura frente a una muestra tan obvia del eso que tiene mal a Venezuela, a saber, ese estilo de pensamiento propio del venezolano. Para mantenerme a raya de la salida fácil, esa de la que el video que analizaré es muestra, voy a ir directo al punto. En otras palabras, me abstendré de insultar y me limitaré a hacer una lista de algunas ideas sobre las que podríamos reflexionar, siguiendo la estructura del video.

I

Quizás lo que primero resalta a la vista es la sobresimplificación de la experiencia migratoria. Es difícil saber si la estrategia del director procede de la ingenuidad, del maquiavelismo o, como suele pasar la mayoría de las veces, de apelar a lo limitado del sentido común (el menos sensato de todos los sentidos). En todo caso,  la imaginería del video se queda en aquella canción de antaño “El norte es una quimera”, haciendo creer que:

  1. los que se van al exterior fracasan
  2. no solo fracasan sino que son unos mentirosos, pues encubren su fracaso
  3. que hay trabajo dignos, mientras que otros no lo son

Podrían decirse muchas cosas sobre estas mistificaciones. Las más obvias serían, primero,  que no todos los que se van “fracasan”; no sólo se insertan en su área sino que además, pueden desarrollarse profesionalmente de modos impensables en Venezuela. Segundo, la lógica venezolana según la cual todos tienen que ser profesionales, simplemente, no aplica en el mundo industrializado. (Explicar esto me tomaría unos cuántos párrafos, así que me limito a señalarlo sin explicarlo). Tercero, y he aquí la complejidad, la calidad de vida o el éxito personal no se mide por desarrollarse en el exterior con la misma profesión u oficio que se tenía en Venezuela.

Para explicar esta idea es necesario reconocer que la experiencia migratoria afecta también a los que se quedan. Y los afecta de maneras que sólo pueden ser resumidas con la palabra ‘ambivalencia’. No se va quien quiere, se va quien puede. No se van todos los que pueden, se van los que, dentro de ese grupo, tienen las bolas de dar el salto al vacío; los que son capaces de romper (o por lo menos resistir) chantajes emocionales como los que el video expresa.

Es duro entender que, por ejemplo, repartir periódicos bajo la nieve en Canadá es mejor que ser abogado en Venezuela, todo por esas emociones que resultan cuando uno mira como otros se van. De nuevo, este es todo un tema a desarrollar, pero me limitaré a decir que la experiencia migratoria afecta a quienes se quedan causando, de manera típica, alegría, dolor y envidia; todo a la vez. Al parecer,  si de algo habla la primera parte del video es de las fantasías de quienes se quedan. A fin de cuentas, en los países industrializados, por regla general, la limpieza, el repartir periódicos o servir mesas no sólo son dignos sino que, incluso estando hacia el lado de los salarios bajos, permiten un estándar de vida mejor que en Venezuela.

Además, muchos de los que emigran se van de manera razonada y saben que ese podría ser el precio que se paga por una vida mejor. Quizás no se esté en el tope de esa escala social alucinada por algunos venezolanos; quizás haya que vivir con el desarraigo y uno que otro episodio de discriminación… y quizás, para ellos, eso es mil veces mejor que vivir la angustia de estar en un país no sólo en crisis, sino sobre todo violento. Obvio, no todos se van de manera planificada, o por buenas razones, pero eso es sólo una de las capas en todo este asunto. Es muy probable que sean esos los que, frustrados, se devuelvan, pero es pueril tomarlos como prototipo de lo que sucede cuando uno se va del país.

II

El segundo tema, implicación del primero, en tanto el exterior es “terrible”, es que en Venezuela están las oportunidades.  Y claro, acá lo que nos muestra el video es la pantalla negra con el mensajito. Un mensaje que se debe quedar allí porque, a estas alturas del partido ¿se pueden señalar con el dedo esas oportunidades? Que nuestro director nos regale un video al respecto, eso sí, sin apelar a las playas, la Gran Sabana o la colección de lugares comunes con las que ocultamos nuestras fallas como sociedad.

III

Finalmente la guinda de la torta en lo que a la estrategia comunicacional se refiere: colocarse en posición de creerse en la Verdad, para desde allí decir, magnánimamente, lo que se debe hacer. Condescendencia se le llama a esta actitud, y supone una mezcla de sentimiento de superioridad (injustificado) con una amabilidad mal entendida (“mira el favor que te hago, so bruto, de decirte lo que tienes que hacer para que estés bien”).

Con todo el placer que la condescendencia genera en quien se encuentra atrapado en ella, lo cierto es que no vende. Ningún publicista sensato la usaría y, de hecho, nadie en su sano juicio basaría una campaña en descalificar a quien no comparte el mensaje que se pretende transmitir, menos en usar el miedo como motivador. Y es que, ahogado en esta metralla de humillaciones, se encuentra el punto del video: si no votas, tendrás que irte del país y la vas a pasar mal.

Para no cerrar con lo absurdo de este mensaje (aunque sea un aspecto de la experiencia de muchos de los que emigran), les recomiendo la película NO, que justamente trata de la tensión entre las creencias de grupos políticos versus las estrategias comunicacionales para ganar adeptos. Quizás aceptando esta tensión empecemos a entender que a los venezolanos nos carcome el autoritarismo, la necesidad de imponer una verdad única y universal para todos -muy teñida de sacrificio cristiano-, lo cual que no es sino una expresión de ese odio (¿terror?) a las libertades individualidades y al derecho a la autodeterminación. Por cierto, es esta sí que es una de las principales razones existenciales para irse de Venezuela. Si en lo material la gente deja Venezuela para acceder a mayores bienes de consumo, en lo subjetivo lo hacen para, simplemente, ser; para tomar un respiro de esa cultura opresiva y sofocante que con tanto ahínco promovemos.

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