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Malo conocido, bueno por conocer

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El refranero popular es amplio y, la mayoría de las veces, acertado. Se puede andar por la vida apoyado en esas muletas de sabiduría minúscula y cotidiana, con la seguridad de estar en lo cierto la mayoría de las veces. Sin embargo hay ocasiones en las cuales los refranes no aplican, sino que son el absoluto contrario.

Uno de los pilares estratégicos de la revolución, en la teoría, es el educativo. Todo el mundo debe asistir a una universidad, dicen. En la práctica, uno de los fracasos más rotundos de estos catorce años ha sido precisamente la educación, y este cierre de campaña nos ha dado abundantes muestras de ello. Empecemos por esta joyita, expresada nada menos que por una ministra:

 

Creo que los comentarios sobran. Si esta expresión escatológica sale del vértice del chavismo, de allí para abajo lo que queda es llorar. Lloremos, pues:

Estas imágenes corresponden al jueves 4 de octubre, día de cierre de la campaña, en Caracas. No puedo dejar de pensar en las montoneras que acompañaban a los caudillos, en los siglos XIX y principios del XX. Claro, antes se desplazaban en burro y ahora lo hacen en autobuses, pero cambiaron los medios de transporte y no el espíritu. Antes los usaban como carne de cañón en la vanguardia de las acciones bélicas, hoy en día se utilizan para hacer bulto en las demostraciones de fuerza que quieren dar a entender.El objetivo es el mismo: hacerse del poder o conservarlo, a toda costa. La educación, ni hace falta decirlo, brilla por su ausencia. Y no es culpa de esas personas, quienes por necesidad o genuina convicción acceden a ser utilizadas en esos actos grotescos y multitudinarios. Es de aquellos que deberían velar porque sus condiciones como ciudadanos mejoraran, y por el contrario los mantienen en una miseria administrada en donde le dan lo mínimo para subsistir, condimentado con palabrería repetida y al final vacía de cualquier contenido práctico.

Decía que el cierre de campaña fue pródigo en muestras de comportamiento asocial, y voy a dar un par de ejemplos más. El día miércoles, por la avenida principal de La Urbina, estuvo circulando un camión, con su correspondiente adorno unicolor, unas cuantas personas encima, y un potente aparataje de sonido, que se limitaba a repetir sin descanso: «¡Majuche Jalabolas!¡Majuche Jalabolas!». Ese era todo el mensaje, no se si dirigido a enervar a sus contrarios o a ensalzar los ánimos de sus copartidarios. Y esto me lo contó una compañera de trabajo: el día jueves, tras el mitin en la Bolívar,  le tocó subir a Los Teques en metro, encerrada en un vagón con una decena de borrachos que se diviertieron vomitando y orinando,  llamándola pitiyanki e insultándola por estar vestida con ropa de trabajo, en vez de portar el glorioso uniforme rojo de la revolución. Me dice que fueron diez minutos eternos, durante los cuales temió lo peor; por fortuna no pasaron de las palabras a los hechos, sin embargo el maltrato psicológico fue notable.

Claro, seguramente me van a decir que estos son hechos aislados. Ni tan aislados, amigos. Basta con frecuentar el metro cualquier día de semana para darse cuenta de ello. La cortesía, la civilidad, en una palabra: la educación, se han convertido en valores anticuados, en desuso. Y el que transite por sus propios medios no la tiene mucho mejor; salir al tráfico diario es enfrentarse con una marea de conductores que ignoran la existencia del otro, y en su afán de llegar primero no tienen consideración alguna con su prójimo. Ya hablar de los motorizados es un caliche, ellos son los dueños de las calles y de las aceras, son legión y el que ose siquiera protestar es víctima, en el mejor de los casos, de un sonoro adjetivo dirigido a denigrar a su madre.

Por eso digo que el refrán que reza: «más vale malo conocido que bueno por conocer», en nuestra realidad actual no aplica. El malo que conocemos es tan malo, que cualquiera que venga debe ser mejor. Ya basta de vender un futuro impreciso de paz planetaria y salvaguarda de la raza humana; a este señor se le acabó el tiempo, debe irse por ineficaz. Ya es hora de darle el chance a otra persona, quien no es precisamente un bueno por conocer sino uno conocido, que ha sido parlamentario, alcalde y gobernador, y que ha demostrado capacidad y entereza. No nos volvamos a equivocar, votemos con conciencia.

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