panfletonegro

En defensa de Fibonacci


Leí con detenimiento el artículo de Vicente sobre el rock undergound. También hice lo propio con los comentarios de su foro. En su momento quise responder, pero no se me daba el tiempo.

Hoy aprovecho para ofrecer mi lectura por acá en el ánimo de seguir con la discusión.
Primero, me gustaría aclarar varios malentendidos, distorsiones y falsedades emitidas por los diversos participantes e instigadores de la polémica.

Fibonacci no me sacó el cuerpo después del artículo o del video alrededor del caso de FNB. Nada más lejos de la verdad.

Siempre dimos la cara en conjunto y nos apoyamos mutuamente. De hecho, estuvimos juntos en la Universidad Católica para estrenar el clip y debatirlo con Juan Carlos Ballesta.
Tampoco nos distanciamos a raíz de la controversia. Al contrario, fortalecí mis lazos de unión con Harry, Baldo y Sergio Barreto.

Harry es como uno de los grandes amigos de mi vida. Por Sergio Barreto siento el afecto de un hermano. La solidaridad de Baldo permitió celebrar el aniversario de Panfletonegro en Discovery Bar.

Por tanto, no logro comprender el interés por sembrar cizaña entre nosotros, a cuenta de una supuesta ruptura o traición.

La gente debería dedicarse a escribir con cierta honestidad y conocimiento, en vez de embasurar la red con su cadena de embustes y chismes.

Otro problema. Ustedes cuestionan la voz de Baldo y lo acusan de cantar tonadas ingenuas de invitación a la lectura. Procedo a demostrar la inconsistencia de tales argumentos.

Para empezar, es una soberana tontería exigirle un determinado tipo de desarrollo vocal al cantante de una banda de rock. Señores, ubíquense en el contexto, no hablamos de ópera o de un concurso de American Idol. Es rock y punto. Por tanto, debe sonar extraño, desarticulado, informe y hasta molesto. ¿Se acuerdan de los gritos de Ozzy, de Alice Cooper, de Mustaine? No sean conservadores, muchachos.

De igual modo, no entiendo cómo se le exige refinamiento o afinación al guitarrista de un grupo “indie” de garaje. Lo lógico, lo estimable es tocar así: con rabia, espontaneidad, falta de prolijidad, de manera urgente y en la consecución de un mensaje honesto con el momento y la persona.

En dicho sentido, comparto plenamente la esencia de Fibonacci. Los conozco y todos tocan de acuerdo a los dictámenes de su conciencia y de su condición de excluidos de la rosca.
No responden a los intereses mezquinos de un grupo, de una disquera, de una emisora, de una camarilla política o de un cogollo. De ahí mi identificación con ellos.

Por tal motivo, se arriesgaron y los condenaron a la hoguera de la indiferencia, de la discriminación. Irónicamente, lucharon por reafirmar su derecho a existir y les pagaron con la moneda corriente de incluirlos en la lista negra. Aun así, no se dejaron amilanar, recobraron fuerzas y continuaron dando su batalla particular.

En la actualidad, a base de puro empeño personal, conquistaron espacios y se ganaron el respeto de varios, entre quienes me incluyo, por atreverse a golpear los cimientos de un andamiaje caduco.

No en balde, gracias a su impronta, se abrió la caja de Pandora de la Fundación Nuevas Bandas y sus propios fundadores se vieron en la obligación de dar explicaciones, enmendar planas, prometer cambios y poner las barbas en remojo.

Ojalá fuese el denominador común del gremio, donde impera la apatía, la pasividad y la corrección.

En lo personal, considero a la autocensura como la única garantía de la muerte segura del rock nacional. El resto me importa poco.

Temas como la calidad en la ejecución se pueden compensar con una buena dosis de furia contra la máquina.

Paradójicamente, los chicos del 2012 alcanzan un alto nivel técnico, al precio de sacrificar y banalizar el contenido, reducido a la mínima expresión del vacío, de la complacencia.

Allí reside la enfermedad a combatir: en el cáncer de la inanidad y de la persecución implacable de la fama, del imperio de lo efímero, del estrellato hueco.

Por eso defiendo a Fibonacci, cuyos miembros trabajan de sol a sol para comprarse sus instrumentos y expresar sus angustias, las realidades de su entorno.

Sergio Barreto no es un hijito de mamá y papá. A su edad hace un trabajo demoledor y duro en la búsqueda de su meta, de su objetivo. Igual Baldo y Harry. No se confundan. Ellos no son el enemigo.

Los Judas se esconden detrás de sus letras románticas, de sus arreglos para la revolución y de sus imágenes de hipsters del este del este.

 

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