Historia de una foca amaestrada que llegó a ser parlamentario

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Cuando en Noviembre de 1989 los ladrillos del Muro de Berlín fueron cayendo a ambos lados de una Alemania dividida desde el final de la segunda guerra mundial, uno de los orgullos de la diplomacia soviética, expropiado legado de los zares, el Circo de Moscú, se encontraba en Caracas anclado por los lados de La Rinconada. Dimitri Nicolaivich, experto entrenador de fieras, desde osos de media tonelada de peso hasta feroces tigres de la india, cayó en tal estado de depresión que podía beberse hasta cinco botellas de vodka del más barato que podía conseguirse en las licorerías de El Valle y se acostaba a pasar la mona en las jaulas de unas fieras que eran repelidas por los infernales vapores etílicos del beodo. Desde la llegada de Gorbachov a la presidencia en 1985 decía que nada bueno le traería a un país un hombre con una mancha, una cicatriz o una verruga en la frente. Sus predicciones se cumplieron. El vasto y descomunal imperio soviético se  fue fragmentando como un rompecabezas de tierra y agua desde las más remotas montañas asiáticas hasta las nórdicas regiones escandinavas. Las preexistentes mafias de traficantes de armas, las que se daban el lujo de podrir toneladas de alimentos para sacarle el jugo al sobreprecio y  las hamponiles bandas sindicales se repartieron los pedazos de poder y las nuevas naciones, como si   fuesen porciones de Kholodets sobre la mesa.

El sentido del circo de ser la imagen de la perfección del imperio soviético se venía abajo. La precisión milimétrica de sus acróbatas, la alegría de los payasos y saltimbanquis, la belleza de sus mujeres vestidas con trajes y mallas que no dejaban mucho espacio para la imaginación y sobre todo el dominio del hombre sobre la naturaleza irracional de las bestias, reflejo de la degeneración capitalista,  tenían la moral ya bien cercana al precipicio. Dimitri compartía sus tragos cono el único animal que le inspiraba cien por ciento de confianza, una foca amaestrada del género masculino, que había adquirido el circo en Finlandia.  Por cada trago la foca soltaba un par de lágrimas gigantes que hacían reír a Dimitri con una escandalosa carcajada. Cuando recibió la noticia de que tendrían que retornar a Moscú sabía que la suerte del circo sería desparecer o ser vendido al mundo capitalista con sus dólares y su plusvalía, como efectivamente sucedería años más tarde, al pasar a manos de un empresario inglés.  La noche anterior a la partida hacia el puerto de la Guaira Dimitri abrió la jaula de la foca. La sacó por la parte trasera del circo y le entregó la bonita libertad.

Por un tiempo la foca mendigó por las calles de Caracas como uno mas de sus habitantes.  Por esa antigua manía venezolana de adoptar extranjeros fue recogida caritativamente por una familia de una clase media venida a menos y tratada como uno de ellos. Aprendió ha hablar perfectamente español con el tonito cantado de los merodeadores de las faldas del Avila. Se inscribió en la facultad de economía de la central donde cursó un par de semestres. Se inscribió en acción democrática donde subió fácilmente por la facultad de aplaudir discursos llenos de verborrea sin ningún sentido. Aprendió a meter  la aleta dentro del vaso de whisky, mover los hielos y chuparse la humedad como si fuese un diputado de la cuarta. Fue parte de la comitiva que acompañaba a Carlos Andrés para visitar a su amigo Fidel en La Habana varias veces. Cuando aún existía división de poderes en el gobierno y Carlos Andrés fue destronado se perdió por un tiempo. Se hizo poeta y se sentaba a tomarse un cafecito fumando pipa en Sabana Grande. Con un diccionario de sinónimos cambiaba palabras de los versos de Cardenal y Valera Mora y las presentaba como su propia creación. Fumó marihuana con Willy por las calles de la Candelaria. Se empericó con Miguel y Soto por El Callejón de la Puñalada. Se peleó con Chuchuito por una prosti en El Silencio. Publicó en El Perro y la Rana y se inscribió en el PSUV.

Por las mismas facultades que había subido en AD no pasó mucho tiempo para que surgiera en su nuevo partido. Su estilo de aplauso y de mover con furia la cabeza ante cualquier cosa que se le presentara para su aprobación sin emitir una opinión coherente cuadraron perfectamente en el molde  del tipo de parlamentario que se requería. En su gira de campaña para las elecciones parlamentarias, en plena Avenida Bolívar,  Chávez le levantó la aleta izquierda a la foca y una multitud de empleados públicos, arreada como manada de borregos por el miedo a perder sus trabajos, ovacionaba el acto. Sobre la misma tarima el presidente le colocó una franela roja que decía en letras blancas: “Es por mí por quien van a votar, no por ti, estúpido” y la foca aplaudía como en los mejores tiempos del circo.

William Guaregua

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