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Hermano

A diferencia de lo que piensa la estimada comentarista Paty, mi intención no es que no se vean nuestras películas, o las argentinas. Este ejercicio, el de la crítica, es ingrato, y casi siempre incómodo. Ignacio Padilla, autor de la monumental novela Amphitryon, cree en la crítica, que a su juicio no se divide en crítica negativa y crítica positiva, sino se divide en crítica inteligente y crítica estúpida. A su entender una obra necesita de dos: el que la emite, y el que la recibe, quién a su vez la interpreta. Esa interpretación, cree el escritor mexicano, es fundamental para que una obra exista. Este receptor no es, o no debería ser, un receptor pasivo y tonto, incapaz de formarse una opinión propia sobre lo que recibe. Al contrario, Padilla agradecía a todo aquel que sabía detestar su obra, pero que lo hacía con inteligencia, argumentando y dándole pie a su crecimiento como autor.

Lamentablemente, en Venezuela, son pocos los que comparten el criterio de Padilla. Existe una especie de consenso tácito, según el cual, criticar lo criollo es equivalente a traición y envidia. Tal vez por eso, poco a poco, los espacios de la crítica (literaria y cinematográfica) han ido desapareciendo progresivamente en el país. Hoy, la página de cultura de los diarios, se mezcla con la de farándula, y las voces que analizan van cediendo antes las voces que chismean. Con sus honrosas excepciones (Juan Antonio González, Alexis Correia, Héctor Concari, Sergio Monsalve), ya son cada vez menos los que se atreven a analizar y criticar, y cada vez son más los dispuestos a copypastear los enunciados publicitarios de las películas y los libros producidos en Venezuela.

El principal temor, es el de ser acusado de vagos, de ser tenidos por pobres diablos sin talento, que hacen de la crítica, una ventana abierta de sus complejos y taras. Es común escuchar a todo el que se opone al ejercicio del pensamiento crítico, decir cosas como: “deja de criticar y ponte a hacer algo”, “que haces tu para cambiar las cosas, ¿sólo quejarte y dar rienda suelta a tu bilis y espíritu hater?”, y el clásico: “deja de hablar paja y monta tu propio evento”. Monta tu propio evento, puede sustituirse con “escribe tu propio libro”, “haz tu propia película”, “graba tu propio disco” y cualquier otra frase afín.

Como un efecto directo de esto: mucha de la producción cinematográfica y literaria de Venezuela es cada vez más anodina, más light, porque busca congraciarse con un público cada vez menos exigente, cada vez más dado a aplaudir cualquier cosa, con tal de que sea venezolana. Así, hay poco espacio para la innovación y la confrontación, y se sirve el escenario para los complacientes y para los suaves. Como me dijo una persona, luego de Por el Medio de la Calle: es que a ti todo te parece mal, aquí hay gente chévere, echándole bolas, y tú vienes a criticarlos.

Basta ver las últimas películas venezolanas, y encontraremos una lista, cada vez más larga, de película “épicas” que buscan exaltar un pasado glorioso. O, cintas facilonas como Maroa y Día Naranja, dos cantos, no sólo a la mediocridad cinematográfica, sino también a la blandenguería temática al plantear temas caducos, que para colmo, se resuelven felizmente, por obra y gracia de la fuerza de voluntad, y otras bobadas más.

Sobre el papel de la crítica en la Venezuela bolivariana, profundizaré en un artículo que colgaré el domingo, día del onceavo aniversario de esta página. Por ahora, vamos a hablar de Hermano (2010, Marcel Rasquin). El consenso alrededor de esta película ha sido abrumador, público y crítica han aplaudido con fervor la ópera prima de Marcel Rasquin.

Con esta cinta, me ha pasado lo mismo que me ocurre cuando escucho a La Vida Boheme, me parece incuestionable en la forma, y muy cuestionable en el fondo. Al igual que la banda caraqueña, uno baila y tripea full con sus canciones, y al mismo tiempo, siente que falta algo, que hay mucha intrascendencia disfrazada de solemnidad detrás de su propuesta.

Indiscutible su dirección, saliéndose de la dictadura del plano-contraplano de la telenovela venezolana, que parece subyugar a todos los cineastas criollos. Excelente la fotografía, Enrique Aular, sabe su trabajo y lo realiza con destreza. Tremenda la edición de la pieza, particularmente, en los partidos de fútbol, donde la precisión del montaje, permite crear escenas de gran emoción. Igualmente notable, es el verista trabajo de dirección de arte que, como ya fue señalado anteriormente, se deslastra de esa “sobredecoración” que inexplicablemente caracteriza a las películas venezolanas, desde que Diego Risquez descubrió el poder de las cortinas rojas. Y sin duda, el casting acierta: Eliu Armas, Fernando Moreno y Gonzalo Cubero, hacen un trabajo excelente, sólo perturbado por el sobreactuado técnico del Caracas FC, y un cameito intrascendente de Daniel Carlés.

El problema de la cinta es su guión, y su mensaje. Una vez más se nos narra la historia del niño pobre, pero talentoso y honrado, que tiene oportunidad de salir del barrio, gracias a su destreza, garantizándose una vida de fama y fortuna, lejos del sitio donde creció, en el que es acechado por la violencia (la banda de malandros en la que está involucrado su hermano) o por una vida mediocre (el entrenador del equipo del barrio, quién le dice “tú tienes que salir”).

Este cuento se ha narrado mil veces, y forma parte de cierta imaginería venezolana, expresada en sus telenovelas, en las que siempre hay una chica pobre pero honrada, que sale del barrio, y logra sus sueños. Así ha sido en las noveluchas de Leonardo Padrón, así es en la estética de Tves y sus cuentos de hadas qué, al igual que Hermano, terminan por reforzar un mito: el del individuo que logra todo, gracias a su fuerza de voluntad y su ánimo para sobreponerse a las adversidades.

El evangelio según Paulo Coelho dice que todo en la vida es producto del esfuerzo personal, de la “lucha” que todos llevemos cada día por superar nuestras propias falencias y la dureza de lo que nos rodea, para así alcanzar nuestras metas. La muerte, el amor, la tristeza, y todos los sentimientos, que como seres humanos nos identifican, quedan banalizados por esta filosofía feelinggood. Al entender de los apóstoles de Deepak Chopra, para todo hay una respuesta sencilla: la fuerza de voluntad. Fuerza para llegar a ser jugador del Caracas FC, fuerza para superar la muerte de una madre, fuerza para dejar atrás los sentimientos de venganza, y fuerza para ver hacia el futuro en el que, si sabemos canalizar nuestra energía, nos espera un mañana provisorio.

Sobra decir que esto es insostenible al confrontarse con la dura realidad. Realidad dónde la voluntad personal sirve de muy poco cuando te enfrentas a un entorno realmente duro, que corta cualquier posibilidad de redención o superación, y que más bien, te convierte en sobreviviente, de un mundo que tiene poco lugar para los sueños redencionistas que Hermano nos vende.

No es falta de voluntad lo que tiene a millones de venezolanos sumergidos en la pobreza, tampoco es falta de voluntad lo que tiene a millones de africanos muriendo de sida y hambre, y ciertamente, no fue falta de voluntad lo que mató a cientos de negros en Nueva Orleans. Reducir el debate sobre la pobreza a un asunto de soñadores versus gente consumida por la envidia y deseos de venganza es, cuando menos, cuestionable, por no decir tramposo.

A Hermano le sobran las buenas intenciones, pero le falta profundidad. Tiene mucho de mensajito institucional, con todo y tagline “si al deporte y no a las drogas”. Es una película que pretende, como toda la producción venezolana reciente, adormecer al público con cápsulas de autoayuda y contenido esperanzador.

Debo decir que me gustó la relación entre Daniel y Julio, que me conmovió mucho la estampa de la familia venida a menos y obligada por las circunstancia a surgir. Pero, lamenté que todo se resolviera con golpes de efecto, con giros de laboratorio, y con las típicas manipulaciones de la Alianza para una Venezuela sin Drogas.

Marcel Rasquin ha debutado con buen pie, pero pisada ambivalente. Ojalá que su segunda película busque menos complacencia del público, y permita que el buen autor, que se deja ver en muchas de las secuencia de esta cinta, surja (a pesar de las adversidades) y sorprenda.

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