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Amorcito Corazón,Día de los Enamorados y Masacre en San Valentín:el empaquetamiento de los sentimientos por parte del cine contemporáneo

Las tres películas estrenadas en la cartelera, a propósito del Día de San Valentín, fueron y son un desastre, de Guatemala para Guatepeor.

En orden descendente, la mejorcilla resultó siendo «Día de los Enamorados», mientras el puesto del sótano se la disputaron las otras dos: «Amorcito Corazón» y «My Bloody Valentine», a cual más estereotipada, forzada y banal. Al menos, la de Gary Marshall funciona como tragicomedia coral, a diez bandas. Por supuesto, la mayoría de las historias son tan predecibles como el final de reconcialiación, descubrimiento del ser amado, redención y tolerancia con complejo de culpa. Un happy endig reformista por todo el cañón.

Así pues, el promedio es negativo, porque reincide en clichés, situaciones y personajes ya antes vistos. No obstante, la salvan las actuaciones, el montaje y algunos aciertos del guión en materia de humor negro, como burlarse de los íconos de la generación descerebrada de «Twillight» y Taylor Swift.

En paralelo, «Amorcito Corazón» y «My Bloody Valentine» tampoco escapan del lugar común, y ambas se apegan literalmente a los códigos expresivos y morales del manual de escritura(de autoayuda) para aprendices y aspirantes a director de cine.

La de terror es un canto al reciclaje formalista por conveniencia, bajo el amparo de la técnica 3D. La Venezolana se dice la primera «comedia bolero» de la industria criolla. Por desgracia, la comedia brilla por su ausencia y la música bolero redunda en el contenido, hasta saturarlo, eclipsarlo y anularlo entre un mar de canciones de despecho y lágrimas de cocodrilo, al compás de un conjunto de cuerdas desafinadas. De repente, uno llega a creer en la posibilidad de encontrar en el edificio de la película, a un módulo de la orquesta del maestro Abreu instalado en uno de los apartamentos contiguos al piso de la protagonista. De paso, las interpretaciones son fallidas, hiperbólicas y exageradas.

A Norellys sólo le falta agarrar el micrófono de “E!”, para comentar cada una de sus intervenciones. El acento de chica del tiempo no la favorece.

Al resto de los miembros del reparto, los condenan al paredón, al obligarlos a declamar frente a cámara y a posar como zombies durante la extensión del metraje. La escogencia de ex figuras de «Bienvenidos» no parece una decisión acertada. Encima, el galán de la partida constituye un pelón de casting, muy duro de roer. Nadie comprende por qué ellas se lo disputan a él, como no sea por un capricho de la libretista, para dejar por sentada su tesis machista de dependencia femenina hacia la figura del patriarca del vecindario.

En vez de reivindicar a la mujer del siglo XXI, la pieza cumple con el trabajo de someterla y condenarla al régimen de la aprobación masculina, para conseguir su emancipación y ser feliz. Las demás camaradas del elenco también son objeto de las manipulaciones de la realizadora, quien se dedica a dibujar caricaturas de su género con trazo grueso, en la línea de “Tres Mújeres” y “Día Naranja”. Síntoma de una época de resignación, condescendencia, privatización de los afectos, falsa integración de la diversidad y corrección política.

En resumen, para comedias bolero, me quedo con las de Pedro Almodóvar. «Amorcito Corazón» falla en el blanco de cupido y se erige en un producto sin alma y sin nervio, carente de identidad visual y de garra. A ello contribuye su puesta en escena de televisión, sus encuadres reiterativos, y sus resoluciones anticipadas desde el primer minuto. Para mí, es un corto estirado como el chicle, cuyo sabor se pierde rápido al momento de masticarlo. Será para la próxima.

Por lo pronto, seguimos estancados en la necesidad de copiar en el cine, el modelo de la radionovela cubana caduca, demode y conservadora, donde la mujer se desgarra por su hombre, para volver en el desenlace al mismo punto de no retorno con un segundo candidato a la vista.

Eterno retorno de un discurso de la regresión, la repetición y la represión en tiempos de ley Resorte. Advertencia: vayan cargados con bastante comida y cotufas, porque verla y padecerla es como irse de viaje a Maracaibo en carretera. Un trayecto largo, monótono, caluroso y asfixiante para los carnavales.

Otro día de los enamorados para el olvido del imperio de lo efímero, la trivialidad y el consumismo.

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