panfletonegro

“Sector 9” y “Malditos Bastardos”: encuentros cercanos del tercer milenio

Otra dos películas sobre las secuelas del 11 del septiembre en el inconsciente colectivo de la sociedad occidental, llegan a cartelera nacional. 

La primera desmonta el discurso binario y reaccionario de la cultura del miedo hacia la diferencia, donde o estás con ellos o con nosotros.

La segunda, muy a la manera de Tarantino, refuerza la ideología maniquea republicanista de la venganza, aunque desde el terreno de la doble lectura, la chanza y la distancia, con lo cual se le puede conceder el beneficio de la duda al realizador, en su tarea de deconstrucción de la mitología en boga.

Según la ortodoxa redacción de Cahiers Du Cinema, “Malditos Bastardos” viene a corroborar la sequía creativa del autor al apelar, de forma manierista, al mismo recurso desgastado del argumento de la revancha, explotado y clausurado por él en la serie “Kill Bill”.

En este caso, la misión suicida de la viuda negra de la película, consiste en matar al asesino indirecto de su familia, Adolf Hitler, en lugar del personaje inmortalizado por David Carradine.

Sin embargo, la lectura de los turcos franceses, a mi modo de ver, peca de superficial y de mezquina a la hora de reconocerle méritos a la cinta del genio de “Pulp Fiction”, en el sentido de interpretar su mensaje de manera  literal y hasta esquemática, al peor estilo de un periodista criollo cegado por sus teorías dicotómicas.

De la de Quentin, a pesar de los comentarios adversos, rescato un par de componentes.

Primero, su concepción hipertextual y metalinguística del desarrollo dramático, al conjugar un puñado de narrativas disímiles y equidistantes, en un esfuerzo por remozar los géneros canónicos, a caballo entre la ucronía y la distopía, el western al dente y el largometraje de aliento bélico, el documental de propaganda y el folletín por entregas a lo “Grindhouse”, la sátira política y el cine conspirativo de espías, la comedia de enredo y el ultragore subversivo, en la tradición del Kubrick menos solemne. Es decir, del viejo Stanley de “La Naranja Mecánica” y “Telefóno Rojo”.

De hecho, el homenaje al clásico de la guerra fría en blanco y negro, resulta evidente, a la sazón del personaje neonazi incorporado por Michael Myers. De igual modo, la dirección de la puesta en escena, evoca el aceitado engranaje de relojería diseñado para piezas mayores como “Barry Lindon”, “Full Metal Jacket” y “Senderos de Gloria”, pero con el humor negro de Lubistch en “Ser o no ser” y Charles Chaplin en “El Gran Dictador”.

El autor de “Inglorius” fagocita y se colma de referencias ajenas, con la idea de aglutinarlas en un globo de ensayo, al borde de la implosión.

“Malditos” juega ,concientemente, con el proyecto posmoderno de dinamitar, por dentro, un arte caduco y desvencijado, al servicio del poder, del control social y de la maldad.

Por ende, aquí Tarantino luce más iconoclasta que iconofílico, más terrorista que conservador, aunque su oda a la resistencia termine por ser un canto a la glorificación de estereotipos, tropos y figuras retóricas necesarias para el establecimiento del orden colectivo en el reino de las naciones hegemónicas. Por supuesto, todo matizado con suficiente ambigüedad, como para equilibrar las fuerzas, y quedar bien librado, una vez más, con dios y con diablo. La doble lectura de la película busca,pragmáticamente,el consenso, mientras nos confronta con el chantaje moral de la imposibilidad del disenso, porque nadie, en su sano juicio, quiere fungir de abogado del diablo de los malos de siempre. Good Bye Mister Goebells.

El único cambio,Gatopardiano, reside en proyectar una quimera ,un sueño defensivo o una fantasía pentagonista del status: aniquilar en una operación comando a la plana mayor de un régimen de facto, envilecido y corrompido por su clase dirigente. Para algunos, un peligroso aliciente para la doctrina Bush de reconquista colonial del mundo, por la vía de la supresión y la aniquilación de los dictadores enemigos o adversos, tipo Sadam. Por desgracia, a semejante conclusión puede llegar la academia al consagrar a Tarantino con el Oscar.

En sintésis, el problema no sería tanto con Quentin, sino con quienes, al final, se harían publicidad con su obra maestra. No en balde, los gordos de Hollywood pasean y pasearán sus egos inflados e hinchados de glamour fascista, cuando toque el turno de premiar el trabajo de su niño terrible en el teatro Kodak de Los Ángeles. Así, la paradoja del film tenderá a cerrar su propio círculo histórico, en un espejo contemporáneo del pasado según los hermanos Weinstein.

En descargo de Tarantino y de sus mecenas de la meca, reconocemos la intención de hacer volar por los aires antiguos clichés y prácticas en desuso, con el interés de derribar las fronteras del vetusto sistema de estudios, sin tampoco excederse en la nota o imponer un discurso diferente al relato convencional de la modernidad. La diferencia estriba en romper con la cronología y en redescubrir la vanguardia, a destiempo, en provecho de la retaguardia de la industria.

Como corolario, reivindicamos incondicionalemente la habilidad del realizador para recrear atmósferas de tensión y suspenso, la capacidad innata para dirigir actores, y la brillante condición para trasgredir límites en pos de un lenguaje personal, abierto a la discusión y a la polisemia, al punto de contradecirse a diestra y siniestra, bajo un uso pleno de sus facultades intelectuales. Por un lado, le da de comer a los puercos con su comidilla de costumbre, pero servida en un plato distinto. Por el otro, los acribilla a mansalva al enfrentarlos a conceptos duros de digerir, como la muerte del cine clásico, la decadencia del espectáculo audiovisual de estrenos y estrellas, la relatividad del tema del holocausto, la equiparación sanguinaria de buenos y malos,el salvajismo inherente en la constitución bélica de la civilización democrática y el curioso e incómodo parentesco de víctimas con victimarios. Brad Pitt es el reflejo del cínico y desalmado coronel Landa, y ambos consuman un desenlace perfecto y de antología, donde la guerra se resuelve a base de acuerdos, arreglos y traiciones mutuas.

En efecto, una obra maestra poliglota de la caricatura mainstream, personificada por un alter ego de aquel bárbaro tejano de la Casa Blanca, en plena negociación con un trasunto esnobista del viejo continente, para garantizarse la continuidad de la tramoya y del teatro del absurdo, por los siglos de los siglos. 

En paralelo, “Sector 9” habla de conflictos y de tópicos análogos, aunque con resultados y enfoques diferentes.

La cámara abandona el estatismo del teleobjetivo de Quentin, para secundar y registrar el caos de nuestro paisaje postapocalíptico a través de la técnica del docudrama de trincheras en clave de Dogma 95, de la serie “Lost” y de la cinta “Cloverfield”, tres ejemplos de las nuevas mutaciones en curso, de la mano de la ficción y la no ficción. Encuadres dislocados para largometrajes híbridos, saldados como experimentos y caballos de Troya para probar los gustos del público, y capitalizar los malestares de la contracultura.

“Disctrict 9” también comparte con “Malditos” la obsesión por invertir roles y papeles, con objetivos perversos de declaración de principios, más allá de los moralismos ramplones al uso, tomando abierto partido por los perdedores de la historia, las minorías y los sectores discriminados, en contraste con las élites corporativas, las mayorías silenciosas, las mafias burocráticas y los diversos herederos del triste legado del apartheid surafricano, cuyos tributarios son respectivamente acusados, señalados y denunciados, a la usanza del reporterismo conspirativo.

Una mirada urgente no exenta de reduccionismos y simplismos de lado y lado, de derecha e izquierda, siempre con el compromiso de equilibrar balanzas.

Así, el director cede al chantaje de la igualación de cargas, al equiparar a negros y blancos en la cruzada contra los aliens. La ironía se entiende como crítica generalista y misantrópica, al manifestar animadversión por la condición humana, sin distingo de raza.

No obstante, los entendidos cuestionan el retrato miserable de la población afrodescendiente, en su incapacidad por identificarse con el dolor de sus pares extraterrestres.

Para muchos especialistas, era indispensable la inclusión de un personaje negro, dispuesto a ayudar a los aliens o a los “Monsters INC”. Por cierto, una concesión Obamista ya implícita en “Malditos Bastardos” y en “Lluvia de Hamburguesas”, cuando sendos héroes “de color” salvan al mundo en extremis. 

En vez de ello, es un personaje blanco el encargado de vehicular las conmiseraciones y los mea culpas, al sufrir un proceso de toma de conciencia, después de transformarse en una cucaracha a lo “The Fly” de David Cronenberg, en un espacio deshumanizado y cibernético como de “Robocop”. De ahí la afortunada exégesis de Hector Concari, al resumir “Sector 9” como el encuentro de Gregorio Samsa con Espartaco.

Por mi parte, yo lo veo como el retorno de los muertos vivivientes de George Romero al camino de Guantánamo de Winterbotom, en visión panorámica y explícita de Peter Jackson, a la potencia de la “serie B” de Jhon Carpenter a Joe Dante.

Los Marcianos atacan a la inversa anticomunista de “The War of The Worlds”, de la versión del siglo XX a la del siglo XXI. “Distrito” pretende barrerlas y replicarlas al modo de la ciencia ficción anárquica y ciberpunk de “Tetsuo”, el hombre de hierro del japonés Shinya Tsukamoto. Guiños de la postumanidad rampante y delirante del tercer milenio.

De nuevo, regresamos a los alegatos de cine liberación, a costa de ser funcionales a los apetitos comerciales del mercado internacional, abocado ahora a la tarea demagógica de rentabilizar el clima actual de descontento, furia y depresión.

En consecuencia, las masas pagan por disfrutar del castigo diferido de sus chivos expiatorios, mientras celebran por el ansiado triunfo de sus íconos de la resistencia.

Al final, nada cambia en realidad, y el cine cumple con su misión populista y redentora de ofrecer esperanza en una época de decepción, miedo, incertidumbre y pesimismo.

Es el curioso caso de una guerra de guerrillas encabezada por unos sucesores interestelares del Ché Guevara según Steven Sodenbergh. Quieren salir del gueto, quieren desafiar a la autoridad, quieren reconquistar su espacio perdido, al precio de reconvertirse en ídolos del pueblo llano, para servir como tentáculos del orden imperante.

Después de todo, la rebeldía sigue vendiendo en Hollywood, con o sin causa aparente. 

Salir de la versión móvil