El escritor oculto (cotinuación)

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Asumo que todos tenemos un precio, que, los que decimos defender nuestra integridad, no es que seamos íntegros, sino que poseemos un precio demasiado alto. Yo, por ejemplo, juré que como escritor jamás vendería mis letras, y aquí estoy, recibiendo dos millones de bolívares por el discurso de mierda. Esto de discurso de mierda es literal.

Cuento el dinero pensando en llevárselo a Zuliana para ayudarla con los gastos médicos, fue en lo primero que pensé cuando entré a la habitación y vi a mi flaquita acostada en una camilla con su rostro rodeado de alambres y mangueras, cuando aprecié su piernita clavada como la de Jesús –casi me convierto al cristianismo cuando la vi— pensé en el sufrimiento de Cristo. Afortunadamente la miré a los ojos y esa idea se alejó de mi cabeza, aunque había algo blasfemo en verla acostada y crucificada, cubierta con una bata que, a contraluz, dejaba ver sus panties blancas, por momentos la blasfemia me recordó al José Gregorio Hernández fumador y calvo de una novela escrita por un escritor de telenovelas.

Durante varios días nunca se habló del incidente, por aquello de que las conversaciones sobre accidentes o intentos de suicidio fallidos siempre resultan incómodas. Es como un matrimonio que pelea y amenaza con divorciarse, luego de la reconciliación sexual, nadie quiere recurrir al tema de nuevo. La flaca sonreía como lo hacía cuando no estaba enamorada y todos sonreíamos con ella, banalizábamos las visitas haciendo tontas observaciones sobre la atención del Victorino, la comida, o mencionábamos accidentes peores, historias de personas que habían pasado por cosas peores y las habían superado con fuerza de voluntad, porque la fuerza de voluntad mueve montañas, o al menos, eso indica el evangelio superficial y mediocre de quienes creen que por citar historias inspiradoras en momentos de tensión alivian las penas y sufrimientos de quienes escuchan. Pero, ¡que va! La flaca estalló justo en el momento en que se enteró que El gato se había detenido después de sentir tras de sí el accidente con la gandola y, luego de llamar a la policía, la dejó abandonada en el asfalto y ni siquiera se había tomado la molestia de llamar para saber si por lo menos estaba viva.

El estallido de La flaca se dejó sentir por un buen rato, con ayunas que retrasaron su alta del hospital, con la negativa de hacer la terapia que la rehabilitaría, con malos humores que la erizaron contra todos, y finalmente conmigo, ya que, luego de semanas de lloriqueos y deseos de suicidarse que jamás comentó y menos intentó, La flaca me llamó para pedirme que fuera a su casa a hablar con ella.

Llegué vestido como Testigo de Jehová a su casa, Zuliana había vuelto al trabajo y su esposo no llegaba a casa antes de las seis de la tarde.

-¿Y esa ropa? -, interrogó La flaca, que se veía más repuesta y con menos ganas de hundirse en su melancolía.

-Ah, eh, es que estaba en un restaurante con el diputado para el que trabajo y allí no lo dejan entrar a uno sin traje y corbata -, mentí con descaro, en realidad me había vestido así para ella.

-Bueno, siéntate, hablemos.

-Me aterra cuando dices que hablemos, porque nunca hablamos, siempre hablas, yo te escucho, te aconsejo, tú haces lo que quieres y te jodes -. Mi soberbia no tiene límites, constantemente, mientras converso con otras personas, me gusta colocarme en un atril de superioridad moral e intelectual con respecto a mi interlocutor, lo increpo y cuestiono, haciéndole ver que soy mejor que el o ella.

-¡Vete a la mierda, marico! Si me jodo es mi problema, yo no tengo amigos para que me aconsejen, sino para que estén allí cuando me joda.

-Bien, ya te jodiste y aquí estoy, ¿qué pasa?

-¿Qué le podemos hacer al gato?

-¡Ah no! A mí no me vengas con planes vengativos y tal porque eso no viene al caso, él no te hizo nada, tú lo seguiste, lo acosaste, te empataste con una mierda que todos sabíamos cuanto apestaba desde que la olimos por primera vez -, la escatología no es común en mí, a menos que esté escribiendo discursos para diputados, así que no sé de donde salió esa excrética declaración.

-No es venganza, no estoy hablando de matarlo, estoy hablando de echarle una vaina.

-Seguro, una cosa es vengarse y otra echarle una vaina a alguien en respuesta a una vaina que nos echó. Dime, ¿que vaina se te ocurre?

-Nada, yo no lo conozco, tú lo conoces más que yo, tú dime.

-Pues, si se trata de algo no físico, lo único que le duele a El gato son sus candys.

-¡Eso!-, gritó eufórica La flaca, vamos a joderlo con tu diputado.

No pude evitarlo, luego de varios segundos de mirada escéptica, le sonreí y le dije que estaba bien.

El diputado Orlando Mejías, era candidato a la reelección por el partido amarillo. Durante su gestión, fue acusado de cambiar viajes al exterior, guardaespaldas, y autos de lujos por contratos preferenciales a empresarios corruptos en las obras de: remodelación del Congreso, creación del Museo Legislativo Venezolano y del Instituto para el Estudio de las Leyes Dependiente del Legislativo (sic). Decían sus acusadores que tanto el museo como el instituto eran gastos inútiles para la creación de sitios que no tenían ninguna utilidad más que la de enriquecer irregularmente a los constructores de tan absurdos recintos. Decían también, que los sesenta millardos asignados para tales obras eran un exabrupto. Igualmente que las empresas seleccionadas para la construcción de los institutos y la refacción del Capitolio, habían sido escogidas a dedo, es decir, que no se había hecho licitación alguna, sino que todo se había hecho gracias al dedo mágico del diputado Mejías que había sido designado por el pleno del hemiciclo para tales gestiones.

Él se defendía con tres goznes baratos, el primero, era el clásico. “estas acusaciones provienen de gente interesada en manchar mi gestión que, el pueblo sabe, ha sido impecable y magistral.” La segunda, no muy original aunque si manida en varias ocasiones, le funcionaba mejor debido al moreno de su piel y al azabache de su esposa. Aducía el diputado que las acusaciones escondían racismo por parte de los acusantes, qué, para ayudar al diputado, eran todos blancos “esos blanquitos no pueden ver a un negro como yo, comiendo papa, lechuga, calabaza y quimbombó… Ja ja ja, era un chiste, lo que pasa es que no puedo divorciarme de mi herencia tropical. Bueno, como les decía, esos blancuzcos no pueden ver que yo, un negro, surjo entre ellos, me gano el voto del pueblo y llego hasta aquí. ¡Claro que no!, si a ellos los mueve el mismo racismo de Cristóbal Colón y de quienes colonizaron a nuestros indígenas.” Pero el tercero, y sin duda el más efectivo, era “lo que pasa es que esos que me acusan son unos egoístas, ellos saben que yo he puesto (sic) al hospitalito que todos necesitaban en Caracas y eso no me lo perdonan. Porque los diputados del otro partido siempre prometieron el hospital y nunca lo construyeron. Aducían que, como diputados, ellos solo podían elevar la propuesta al Ministerio porque los diputados no construyen hospitales. Pero yo le prometí a este puebbbbbllllllo que construiría el hospital así tuviera que hacer una vaca, y lo hice, no lo de la vaca, sino la construcción. Yo si supe presionar al ejecutivo y hacer que bajaran los recursos y por eso, el hospital lleva mi nombre, no porque yo lo haya impuesto así, sino porque el pueblo, en agradecimiento a mis esfuerzos, decidió, para mi grata sorpresa, ponerle mi nombre.” Con este argumento convencía a todos, y con este argumento pudo evitar el antejuicio de mérito que le quiso abrir la Fiscalía.

Al llegar a su oficina, estaba dándole una entrevista a una periodista regordeta de un canal de noticias las veinticuatro horas, repetía mecánicamente los mismos tres argumentillos que le habían salvado el culo, y agregaba que por su honestidad la gente debería reelegirlo, luego sonreía y mostraba sus dientes disparejos y enormes, medio amarillentos que lo hacían lucir mal, pero más cercano a la gente con dientes amarillentos y disparejos, es decir, más cercano a la mayoría. Cuando la reportera partió le dije sin anestesia:

-Doctor -, le gustaba, es más, creo que le excitaba que le dijeran así -. ¿Usted quiere que yo le diga como además de discursos le puedo echar tremenda mano con la campaña?

-Bueno, ya me ayudas bastantes con esas brillantes palabras que me otorgas -. Se servía un whisky con agua y hielo, a mí uno seco, como él sabía que yo gustaba de beberlo -. Pero, ¿qué tienes en mente?

-¿Ya ha pensado en hablar de las drogas? Verá Doctor, en Venezuela, las viejas están asustada con lo de los raves y el éxtasis, ¿Qué le parece si lo convertimos en el diputado antidrogas?

-¿Los reifs?, ¿qué es eso?

-Se dice Raves -, no saben lo sabroso que es corregir a un diputado -. Son fiestas, fiestas de música electrónica donde, según cuentan las leyendas urbanas, se consume éxtasis. Es lo que llaman drogas de diseño. Es paja que hayan llegado al país por las fiestas, también es paja que la distribuyan los djs, eso es tan falso como los góticos que supuestamente degollaban animales en el Ávila en los 80´s. Pero la gente está asustada, no la gente común, pero sí sus votantes, podría ser interesante si usted se une a los promotores de la paranoia antidrogas y hace su campaña basado en eso. A lo mejor así logramos que los periodistas dejen de preguntarle por lo del museo y el instituto.

-Pero drogas hay en las escuelas, y a nadie se le ocurre cerrarlas para acabar con el problema, si en esas fiestas reiffs hay drogas, acabando con esas fiestas no se logra nada, las drogas no desaparecen porque se prohíban, porque si a ver vamos son ilegales ahorita, en reiffces o en cualquier lado -. Dijo Mejías, en un inusitado y sorprendente rapto de lucidez y sentido común.

-Exacto, pero eso no lo saben los imbéciles que votarán por usted -, justo después de decir esto, creí que la había cagado hasta el fondo, pero sorprendentemente el diputado sonrió y me felicitó por la idea, luego me invitó a beber a un bar, donde acordaríamos el plan de cambio de estrategia.

La casa del gato era una enorme mansión, decorada con la ostentación y mal gusto de los habitantes de Los Castores. Era una herencia de su padre, un honesto empresario que había muerto hacía cinco años, aplastado por un trozo de cemento seco caído accidentalmente de una pala mecánica que recogía los escombros restantes de la demolición de un edificio en el centro de Caracas. Se sabe que El gato nunca conoció a su madre, pero eso no influyó en su comportamiento, los jíbaros no tienen problemas matriarcales, ni menos traumas infantiles que los lleven a comerciar alucinaciones. Sin embargo la ausencia de madre no ayudó en el juicio, y la puerta de nogal no pudo evitar la entrada del comando de la Disip que asaltó su casa e incautó 20 kilos de marihuana, tres paquetes contentivos de unos 6 kilos de coca, cien botellitas llenas de heroína líquida, y dos revólveres calibre 38 ½”.

La prensa y televisión ya estaban presentes, y el diputado se paró estratégicamente frente a la destrozada puerta esperando que los reporteros lo vieran y él pudiera recitar las palabras que le había escrito hacía unas horas en la salita de espera del Tribunal Decimosegundo de Primera Instancia en lo Penal del Estado Miranda, donde aguardábamos por la Jueza amiga del diputado que le daría, sin hacer preguntas, la orden judicial para allanar la casona del Gato.

“Todos sabemos que nuestra sociedad está aquejada de problemas graves como el desempleo, la inseguridad, la vivienda, el hambre, la falta de una infraestructura moderna y los niños de la calle. Pero el que tengamos esos problemas graves hacen que olvidemos que en nuestras casas y comunidades se agazapa un pequeño monstruo, pequeño en tamaño pero muy grande en daños ocasionados a nuestros ciudadanos. Si alguien me preguntara, ¿qué es lo más importante de un país? Seguro respondería que los jóvenes, los niños, los pequeños. Y es a ellos a quienes más afecta este monstruo maldito y maligno, ese monstruo son las drogas.

Todos siempre me recuerdan que soy diputado, que mi deber no es construir hospitales o acompañar a los valerosos agentes de la Disip en sus operativos; pero debemos preguntarnos si un diputado puede quedarse tranquilo en su curul, cobrando un salario excesivo y enorme por no hacer nada. Yo creo que no, creo firmemente que un diputado debe entregarse a la lucha social, salirse de las malditas paredes del hemiciclo para venir aquí, a la calle, con la gente y hacer que todos abran los ojos a horrores como estos.

¿Quién lo diría?, una ciudad como San Antonio de los Altos, una ciudad apacible, ordenada, un ejemplo a seguir y aquí, en el corazón de esta tranquila y apacible ciudad, que encontramos uno de los alijos personales más grandes que se hayan hallado en Venezuela. Y eso demuestra una cosa: NO ESTAMOS SEGUROS EN NINGUNA PARTE. Por eso deben reelegirme como diputado, ya que en el próximo periodo de mi gestión voy a promover una ley dura para el control de las drogas. Esa ley implicará que renunciemos a ciertos libertinajes, que aceptemos la intervención (parcial y previa orden judicial, por supuesto) de nuestros teléfonos y comunicaciones. También qué, con todo el dolor del mundo, seamos capaces de delatar a algún amigo o vecino que sepamos consume o distribuye estos malignos químicos. Yo sé que una ley como esa saldrán a criticarla y a decir que implica el establecimiento de un estado policial, pero yo tengo la valentía política suficiente para defenderla y promoverla como sea, por eso les pido que vuelvan a votar conmigo.”

Mientras sintonizaba las palabras del diputado me preguntaba, ¿qué estaría haciendo La flaca mientras miraba al diputado por TV cristalizando nuestra venganza?

Continuara…

John Manuel Silva.

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