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la extraña paradoja de la expiación

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la extraña paradoja de la expiación

El hospital periférico de Turgua es un lecho para enfermos terminales. Sujetos con diferentes enfermedades vienen a recalar en este hoyo de la muerte. Fue allí, cercano a la cafetería del lugar donde conocí a Efrén alias el mano muerta. Efectivamente le faltaba una mano, allí el muñón no se dejaba ver, porque siempre vestía camisa y una vieja chaqueta de cuero negro roída por el mal trato. Tipo tratable, de poco hablar y mirada perdida, de esa que busca a lo lejos no se sabe qué.

Ese día, me pidió prestado mi cigarrillo para encender el suyo, no tenia encendedor. Le presté el mío, uno que exhibe una mujer desnuda: rubia de pechos enormes, como solo pueden imaginarse en sueños. Le dije que tenia suerte de cargarlo ese día ya que había retomado el habito de fumar aquella semana luego de una larga abstinencia. Sonrió como a media máquina, no sabía bien si era una mueca o un gesto como de dolor de estómago. Pero bien terminado el asunto del tema de la nicotina me dice:

  • Ya no me preocupa el cáncer.
  • ¿por qué lo dices? Respondo.
  • Tengo metástasis, originalmente fue en la garganta, pero ya ves qué caprichoso es esto.
  • No pareces un enfermo terminal, tienes una pinta de bastardo. Con todo respeto, por cierto. Respondí
  • Tranquilo mi pana. Ya me lo han dicho antes, no serás el primero. Fíjate que para mi es todo un cumplido.
  • De hecho, iba a preguntarte ¿por qué te la pasas aquí si no estas en tratamiento? Le interrogo.
  • Te cuento viejo, vengo a leerles a los enfermos. Se la pasan tan deprimidos que eso los anima un poco. Intuyo que, al imaginar otra realidad, otro paisaje; ellos pueden olvidarse de toda esta basura. Aunque sea por un rato.
  • (me he quedado perplejo, pero la ceniza del cigarro me cae entre los dedos y me espabilo de una) hermano su labor me parece de lo mas envidiable.
  • Tampoco así ¡carajo! Ni en mis mejores tiempos pensé en encontrarme haciendo esta vaina. Pero ya ves, la ruleta giró y me salió este numerito.
  • Usted si que le echa bolas, viejo. Me gustaría tener ese aplomo…

Al poco tiempo mi abuelo murió, tenía cirrosis. Había sido un borrachín la mayor parte de su vida. Podría haber sido peor, lo habría matado alguna mujer de las que tanto hacia gala, mujeriego hasta la saciedad. Pero no. Eso es algo que no se hubiera perdonado nunca, un macho vernáculo como él. En esos días, luego de sellar mi pasantía por aquel lugar por circunstancias familiares le pregunté a una enfermera por Efrén, le dije “ya sabe, al que le dicen mano muerta”. “Ah sí, lo mataron ayer en la mañana saliendo de su casa. Parece que era un jibaro del barrio San Agustín. Muy querido por todos los residentes del hospital” Respondió.

Pienso en el cuándo enciendo mi cigarrillo y observo al detalle a mi rubia de pechos fantásticos. Sí, todo es posible. Cargar una mujer así en tu bolsillo a donde se te dé la gana. Volar un puente con explosivos, en una película de acción. Tener todo el dinero del mundo reunido en un banco extranjero. Padecer de soledad en medio de mucha gente. Dormir poco y soñar mucho. También huir a la primera caída como lo hacen los animales asustados. Eso fue algo que no hizo mano muerta, el consiguió un resquicio por donde dejar colar el sol a alguien que se encuentra en lo mas profundo de la noche. Si, tal vez fuera un sujeto deleznable, pero trató a su manera de enmendarlo.

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