El Comandante: Una Serie de Eventos Desafortunados

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El primer capítulo de “El Comandante” resume el dilema del país. El gobierno no encuentra mejor argumento que la censura del enlatado y la producción de un desperdicio de dinero paralelo, titulado “Chávez de Verdad”, como si tal cosa existiera.
La oposición, la mayoría de ella, celebra el programa, lo consume y lo critica en foros privados, porque cree conveniente la solidaridad automática con los integrantes del mismo bando, los refutadores del legado de cenizas del caudillo socialista.
Entre los delirios del Chimborazo nacional, los comentarios acéfalos de las redes buscan una respuesta a los vacíos intelectuales de lado y lado, esperando a un Carbujas, a un mesías prodavinciano que arroje luces, que explique el asunto, más allá de las ecuaciones binarias de la polarización.
Equivocados todos, seguimos estimulando una mitología que se refuerza tanto en la beatificación del finado como en la satanización caricaturesca del presunto heredero de Maisanta. Lo mejor que se puede decir de “El Comandante” es que permite entender el esquematismo cultural de la televisión de América Latina, con sus culebrones y melodramas narcos vendidos como series.
Lo peor es que “El Comandante” es una truchada infausta, que cualquier tarado puede crucificar, si se lo propone, desde el bando que quiera, desde un forito de Aporrea o desde una tribuna de indignados con la MUD.
Es una necedad perder tiempo en la autopsia de un cadáver insepulto, que se regodea en efectos especiales de baja estofa, en anécdotas infantiles, en tramas acartonadas, en tics, en clichés, en caliches y argumentos de una puerilidad conceptual y demagógica de una caja boba anquilosada en la época de los ochenta. Época que hoy se mitifica, que la gente parece extrañar, pero que en realidad tampoco impidió que el medio y el entorno se fuesen al garete. Lo mismo que “El Comandante”.
Así que, como la sacaron para explotar un yacimiento agotado y condenado, pues lo dejaremos hasta acá y no padeceremos otro episodio. Cosa de no revivir y resucitar, por un tiempo innecesario, algo que nació muerto. Como la revolución, como el proyecto fallido de Hugo Rafael, como los vanos intentos de glorificarlo y desacralizarlo. Cuando su historia la adapte un auténtico deconstructor, nos avisan. De repente, le damos el beneficio de la duda.
Por lo pronto, esto ya pasó: es un remake de “Amaneció de Golpe” concebido por uno de los creadores de “El Caracazo”, con una pandilla de imitadores de feria, de zarzuela, de Microteatro. Divertido que algunos ex actores de la Villa, ex parásitos del sistema rojo rojito, aparezcan en papeles estelares de la saga de RCN. Menos mal que tenemos memoria para recordar que son intérpretes de cartón, antes al servicio de la mafia criolla, ahora a las órdenes de los vampiros de la miseria castrocomunista, que alimenta a nuestra diáspora ombliguista, a nuestro exilio autoindulgente.
Es obvio que de ahí parten sus inconsistencias y fallas de origen.

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