Político versus Economista, 10 comparaciones odiosas

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Hace tiempo que quería escribir sobre las diferencias fundamentales en las visiones, motivaciones y prácticas de dos tipos de personajes bastante diferenciados y en muchas ocasiones reñidos: el político y el economista. Comenzaré por esbozar con mayor precisión a nuestros dos personajes para luego dar paso a contrastarlos en algunas situaciones típicas que suelen ser de interés. Como al momento de publicar esta nota aún dudo si el lector se aburrirá menos al leer primero las 10 comparaciones y luego las descripciones y no al revés, invito a hacerlo en el orden que se prefiera.

La descripción de nuestros personajes:

 

     Por político voy a asumir a un buen gerente público. Intentaré, e invito a acompañarme en el esfuerzo, un difícil ejercicio de idealización para poder imaginarnos a nuestro político como el mejor que pueda ser dado su rol. Es decir, apartaré de nuestro personaje cualquier calificativo a priori desfavorable, incluso a sabiendas de que hay no pocas evidencias de que el político medio dista mucho de ser una muestra de lo mejor que una sociedad pueda ofrecer. Las razones para esto tienen mucho que ver con algunos de los incentivos que se infieren de la comparación, pero que tal vez podrían exponerse mejor en un artículo distinto a este, que podríamos haber titulado como “Político versus cualquier persona privada”. En fin, nuestro político será un personaje de virtudes morales e intelectuales medias, lo suficientemente preparado para ocupar su cargo público, pero (muy importante) sometido a todos los incentivos de un sistema democrático típico del mundo occidental.

     Para nuestro economista asumiremos a un genuino estudioso de las ciencias sociales. Es decir, a un verdadero científico social especializado en economía. Aquí forzosamente también deberé hacer un ejercicio de idealización por tres razones. En primer lugar porque la imagen más popular que se tiene de los economistas responde más bien a la de un personaje obsesionado con el dinero que quiere especializarse en cómo producirlo, y no a la de un riguroso científico que pretender dar explicaciones y arrojar luz sobre complejos fenómenos sociales, que trascienden los aspectos contables, financieros o dinerarios y se desborda hacia temas institucionales, jurídicos, filosóficos, históricos y antropológicos.

     Las otras dos razones están en gran medida bastante relacionadas como se verá. La segunda razón es que debido a: las complejidades metodológicas propias del ámbito de estudio de la economía; el propio desarrollo histórico de esta ciencia; la influencia de prejuicios políticos alejados de temas científicos a los que no ha podido evitar contaminar; y también debido al tipo de demanda de particulares perfiles profesionales de economista; se tiene hoy una gran diversidad de muy distintas y muchas veces contradictorias escuelas de pensamiento económico. Muchas de ellas confrontan diferencias epistemológicas y metodológicas importantes, así como desacuerdos sobre el modelo adecuado de ser humano para tomar como punto de partida. Algunas otras simplemente han sido edificadas sobre errores conceptuales fundamentales, adolecen de una pobre comprensión de estos o fallan al incorporarlos apropiadamente a sus estructuras teóricas.

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     La tercera razón por la que es necesario idealizar, o más bien definir con mejor precisión, a nuestro personaje economista, es que la inmensa demanda que tiene la clase política de un perfil profesional particular, impacta decisivamente en el tipo de formación académica que reciben los economistas. Las universidades producen los tipos de economistas que la clase política, o bien demanda, o directamente impone a través de los criterios obligatorios emanados de los ministerios de educación universitaria. Y por otra parte la demanda privada de estos profesionales también está muy influenciada por estos mismos requerimientos sencillamente porque la realidad se impone: es aquella clase de economistas la que diseña políticas e interviene en un alto grado en todos los mercados y habrá que entenderse con ella. En definitiva, no se exagera al decir que la inmensa mayoría de los economistas que gradúan hoy nuestras universidades, tienen un perfil más parecido al de un funcionario público. Al de un técnico glorificado intérprete o hacedor de informes, estadísticas, predicciones y modelos econométricos para el consumo de la clase política. Si la administración pública no es el destino de estos profesionales, al menos se exigirá de ellos que puedan entender el pensamiento de aquellos, dialogar con ellos y sacar el mejor provecho de las consecuencias de las regulaciones, para así poder ser más útiles en el sector privado. Qué diría Marx quien afirmaba que los economistas eran sicofantes de la clase burguesa, al ver que hoy en día se acercan más a serlo de los intereses de los gobernantes, comenzando por cierto por aquellos ideológicamente más cercanos a él.

     En muchos casos lo poco que pueden aprender de teoría económica en las universidades termina siendo un batiburrillo de ideas contradictorias de diferentes escuelas, sin contexto alguno ni acompañadas de una severa valoración científica de cada una. Se hace énfasis en las corrientes de moda según su aceptación en la política o simplemente en aquellas que ofrezcan instrumentos de aplicación directa en la administración pública o permita lidiar con estas si acaso terminan del otro lado de la partida. O bien se trataría de un repaso de las ideas más extendidas en nombre de una diversidad políticamente correcta que no debería tener espacio en la ciencia, o de las últimas novedades académicas sin importar mucho su valor científico. Este perfil difiere enormemente al del verdadero científico dedicado a la investigación de los procesos sociales que queremos utilizar en nuestra comparación con nuestro otro personaje político.

     Por todas estas razones nuestro científico social será un economista liberal que estará enmarcado en la tradición de la llamada Escuela Austríaca de Economía (a). Una corriente que a pesar de ser minoritaria, ha demostrado tener una gran solidez científica por sus supuestos epistemológicos, su metodología de análisis, su antropología filosófica realista y por su visión integral del hecho social incorporando en su núcleo teórico fundamentos institucionales, jurídicos y antropológicos que no pueden ser despreciados o caricaturizados como típicamente hacen otras corrientes. Esta escuela está muy alejada de la concepción del hombre como un homo economicus robotizado maximizador de utilidades; de la simplificación de la realidad humana y social por el empeño en reducirlas a simplísimos modelos susceptibles de ser expresados en lenguaje matemático; o de una interpretación mecánica de la economía. Es en cambio una corriente de pensamiento económico centrada en seres humanos de carne y hueso, diversos y cambiantes, y que estudia los procesos sociales dinámicos en los que estos interactúan a través de una metodología holística, realista, subjetivista, marginalista y con importantes componentes filosóficos, jurídicos e institucionales. Así será pues nuestro personaje economista.

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Las odiosas comparaciones:

 

(1) Un político transmite mensajes populares, simplísimos y emocionales, porque sabe que son los que mejor llegan a la inmensa mayoría del electorado, que poco tiempo y conocimientos tiene para decidir su voto. Un economista en cambio, como buen hombre de ciencia, dedica sus esfuerzos a la eterna búsqueda de la verdad y a su divulgación. Invierte sus esfuerzos y conocimientos a dar con las elusivas verdades científicas más allá de sus preferencias personales, intereses de partido o juicios de valor que las hagan más o menos populares. También comprende el economista las graves distorsiones que se introducen al juzgar como principal fuente de legitimidad las decisiones de un electorado poco o nada formado en temas técnicos, económicos, sociales o jurídicos, en ámbitos que exceden por mucho lo que debería ser la prudentemente acotada esfera de lo público. Y que se haga con base en una corta campaña electoral fundamentada en eslóganes y apelaciones a la emocionalidad y dirigida por personas que en su gran mayoría son poco más o igual de escasamente formados en estos temas y que suelen ser en la práctica intermediarios de favores para grupos de intereses clientelares o populistas. Pero es que además y a diferencia de quien hace por ejemplo una compra, el elector con su decisión pocas veces asume los costes directos de la misma y tiene generalmente la sensación de que alguien más lo hará por él y que de equivocarse (si le pasa por la cabeza) pocas consecuencias padecerá. Con esta externalización de los costes el elector tiende a demandar, y el político a complacerlo con creces, posturas cada vez más irresponsables y poco realistas. Además, las barreras de entrada al juego político son tan grandes que desincentivan la participación de partidos emergentes que pudieran presentar alternativas más sensatas o menos populares. Así el economista está consciente del drama de que un hipotético puñado de electores que tal vez tenga el tiempo y una valiosa capacitación para analizar con buen criterio su preferencia en unas elecciones, al más razonar su voto, más querrá votar a un partido que, o no existe, o no tendrá ninguna oportunidad de llegar al gobierno. Sencillamente porque no goza de la simpatía de la inmensa mayoría más irreflexiva o porque no tiene los recursos para superar las barreras de entrada a la arena electoral.

(2) Un político luego de las elecciones interpreta de las formas más diversas y creativas los resultados electorales. Dice saber de dónde vienen, qué quisieron decir los electores y para qué fue depositada la confianza de los votantes. La regla general es que el político piensa que está legitimado para hacer todo aquello que él mismo crea que tenían en mente quienes le votaron. Dudo que haya otro caso en donde un simple número pueda supuestamente decir tanto. No obstante, claro está, que cada intérprete tiene una versión distinta y, aunque todos lo saben, esto no le impide a ninguno pretender llevar su versión particular hasta las últimas consecuencias. Muchos políticos en esta borrachera llegan a confundirse y a intentar persuadir a otros de que quien sólo podría llegar a ser el líder del gobierno, termine convirtiéndose en líder de la nación entera. Un economista por otro lado sabe que si hubo 2.402.843 votos, entonces hubo 2.402.843 razones. Sabe también que cada ciudadano es soberano de sí mismo y su propio líder. Está claro además de que cada una de estas 2.402.843 decisiones fueron hechas en un instante particular, por razones cambiantes muy diversas, sobre opciones muy limitadas y excluyentes entre sí, con base en muy poca información y poco tiempo de reflexión, sin asumir la totalidad de los costes de las mismas y sin la posibilidad de expresar más allá de la selección de una de las opciones dadas, los matices de las preferencias de cada elector o su parecer individualizado sobre cada una de las propuestas del candidato u opción elegidos. El economista, como acertado científico social, está perfectamente claro de que fantasmagóricos entes colectivistas (clases, razas, naciones, partidarios de alguna opción, etc.) no son el punto de partida del análisis, ni mucho menos que sean actores indivisibles o uniformes, sino que el átomo de la ciencia social es el individuo. Por tanto el economista desconfía de cualquier intento de uniformizar un colectivo humano para el análisis científico, pero mucho más aún para su uso en la manipulación política.

(3) Un político cree que los ciudadanos son demasiado imprudentes como para controlar sus propias vidas, pero paradójicamente defiende que están perfectamente capacitados para elegir a aquellos que controlarán las vidas de todos. Muchos llegan al colmo de afirmar que es peligroso que ciertas materias estén en manos de la gente, porque el hombre es malo por naturaleza, por lo que es preferible que estén todas bajo el absoluto control de un gobierno (que además usa “legítimamente” la violencia) y que estará formado por un pequeñísimo grupo de homb… ehmmm… ¿…marcianos? Un político por lo general intentará controlar cada vez más. Aspira a que el ámbito de la intervención pública lo domine casi todo, mientras que el de la sociedad sea aquél residuo que no haya sido previamente prohibido por el gobierno. En contraste un economista sabe que el (verdadero) Derecho y buena parte de las instituciones sociales más importantes que regulan la vida en sociedad, anteceden al gobierno y no emanan de él. El objeto de estudio del economista son precisamente los procesos dinámicos y evolutivos de los que espontáneamente surgen normas e instituciones que nadie en particular inventó y que son a la vez producto y rectoras del extenso y complejo orden social. El economista está al tanto de la imposibilidad teórica de que estas normas puedan ser reemplazadas por otras redactadas por legisladores, debido a la incapacidad humana de manejar el cúmulo de información acumulada en la forma de conocimiento social de las instituciones sociales originarias. Por esto no puede saber mejor el político cómo manejar la vida de sus ciudadanos ni tampoco puede ofrecer un mejor orden que el que brindan las normas que surgen en una sociedad libre. Todo hombre, político, economista o un ciudadano cualquiera, es medianamente virtuoso y tiene conocimiento limitado y sólo puede utilizar su información limitada, propensa a errores, en la consecución de sus propios planes vitales que intentará llevar a cabo a punta de ensayo y error, pero nunca podrá organizar los planes de los demás. En esto consiste principalmente la libertad, en la elección propia de fines y medios y en la consecución de los planes individuales de cada uno sin contrariar al (verdadero) Derecho y demás instituciones rectoras del orden social. Si acaso es legítima la existencia de un gobierno, debería limitarse a preservar estas instituciones sociales y a poco más. El economista entiende que absolutamente cualquier acción de un gobierno parte, bien sea por la financiación de su actividad o por la imposición de sus políticas, del uso de la violencia, que además se reserva en monopolio y que interpreta como la única legítima. Y esto no es poca cosa porque tiene un mucho mayor potencial destructivo que de ofrecer beneficios, en vista de que los gobiernos están formados por los mismos “hombres malos” a los que desea mantener a raya en sus vicios.

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(4) Un político dice escuchar y favorecer al «pueblo» y que él mismo es a la vez intérprete y administrador de las bondades del poder público para alcanzar el “bien común” y el “interés general”. Un economista por otro lado sabe que esto se traduce como: escuchar y favorecer a los colectivos más y mejor organizados en sus esfuerzos de lobby, con mayor influencia en los medios de comunicación, con mejores conexiones con el poder político y con mayor capacidad para movilizar recursos y votantes. El economista entiende que esto pervierte la democracia y la convierte en un mercado de favores políticos donde grandes grupos de intereses (sindicalistas, grandes corporaciones mercantilistas, banqueros, ONGs que utilizan a los Gs para conseguir sus intereses, productores fracasados pero influyentes, etc.) y la clase política, se benefician a costa del ciudadano de a pie. El economista reconoce que frases como “bien común” o “interés general” son en todo caso recursos retóricos cuando no expresiones demagogas que incluso pueden llevar consigo un germen totalitario. No hay fundamento científico para soportar la idea de que exista una “voz del pueblo” ni persona o método para determinarla o interpretarla. Entre los ciudadanos no existe nunca un consenso unánime sobre tema alguno, ni la regla de la mayoría es suficiente para legitimar la idea de que unos pocos que disientan de la opinión mayoritaria no tengan “voz” ni sean “pueblo”. El economista está claro de que el respeto a las minorías se extiende especialmente a la minoría más importante: el individuo. No es la política sino el verdadero Derecho (que descubre normas e instituciones sociales a partir de la tradición, no aquél que legisla caprichosamente desde un parlamento) y el mercado (en donde cada consumidor premia y castiga a cada productor según satisfaga sus demandas) las instituciones capaces de dirimir la infinita diversidad de pareceres y preferencias entre personas infinitamente diversas pero iguales ante la ley en un marco de verdaderas libertad e igualdad.

(5) Un político administra el erario público recortando gastos o aumentando impuestos para que las cuentas cuadren (ingresos del gobierno = egresos del gobierno). Sin embargo esta práctica típica de un buen gerente es lamentablemente la excepción en política, ya que por lo general el gasto público tenderá siempre a ser progresivamente mayor que el ingreso, obligando a aumentar impuestos, emitir deuda o imprimir dinero para compensar la diferencia. En cambio a un economista le preocupan tanto los riesgos para las libertades como los efectos sobre el desempeño de la economía que tiene la financiación de un enorme y creciente gasto público. Parafraseando al gran Bastiat, es muy fácil ver los resultados inmediatos de una política, pero un buen economista debe también aprender a ver los resultados a largo plazo y además poder intuir lo que la sociedad dejó de hacer por la extracción de los recursos que se usaron para financiarla. Si la financiación es por deuda, el economista sabe que tocará a los contribuyentes (o a sus hijos) pagarla en el futuro a través de mayores impuestos. Si la financiación es directamente por impuestos, el economista entiende que la sociedad perderá la oportunidad de utilizar mejor esos recursos extraídos, por ejemplo para satisfacer necesidades más urgentes de forma directa y sin la intermediación de algún político; o para acumular dinero para invertirlo en bienes de capital, haciendo menos tedioso el trabajo, aumentando la productividad del trabajador (y por lo tanto su salario) y produciendo más bienes a un menor coste para el beneficio de todos. El economista sabe que siempre el dinero cumplirá una mejor función social en los bolsillos de los ciudadanos que en las arcas del gobierno. Pero si la financiación se produce a través de la impresión de dinero u otras políticas monetarias expansivas, el economista se alerta porque conoce que esto a la larga y para todos producirá un incremento generalizado de precios (conocido popularmente como inflación). Pero sabe también que al comienzo beneficiará enormemente a los primeros receptores del nuevo dinero, por lo general muy amigos (y con razón) de la clase política: banqueros, contratistas del gobierno y otros grupos clientelares. Porque estos reciben para gastar dinero nuevo que aún no ha incrementado de forma generalizada los precios. Por ser de los primeros en gastar, aún tiene tiempo de comprar a precio viejo. Es solamente el ciudadano de a pie, porque recibe al final, si acaso, el nuevo dinero producto de la expansión monetaria, quien ya no podrá comprar nada más al precio viejo antes de la inflación. No le extraña para nada al economista que los banqueros, por esta razón y además por ser los principales prestamistas de los gobiernos, tengan una relación tan estrecha y privilegiada con el poder político. Otro efecto aún peor de estas políticas se repasará en el punto siguiente.

(6) Un político culpa a la avaricia, al libertinaje de los mercados y al capitalismo salvaje por las crisis económicas. Y las políticas preferidas para paliarlas suelen ser más regulación e impresión de más dinero, acompañado de un aumento del gasto público (más impuesto y más deuda) con el fin de “reimpulsar” la economía o incentivar el consumo. Contrariamente un economista sabe que las cíclicas crisis económicas no se deben a algo inherente al capitalismo, sino al más representativo y grave fósil de intervención socialista de la economía, a la fijación arbitraria y por decreto de uno de los precios más importantes para la coordinación social: coloquialmente el precio del dinero o la tasa de interés. Los bancos centrales aún manipulan de manera artificial la tasa de interés (mediante la política monetaria, por ejemplo imprimiendo dinero o reduciendo el encaje legal bancario) en vez de dejarla a la libre determinación del mercado. Esto impacta en la evaluación de proyectos económicos creando una descoordinación intertemporal entre quienes ahorran e invierten y quienes consumen hoy o ahorran para consumir luego. Esto da a lugar primero a una bonanza ficticia y luego a una importante caída de la economía al hacerse evidentes las distorsiones. Un economista sabe que de no manipularse por decreto este precio, estos ciclos no deben originarse. Pero además sabe que para salir de la crisis es más necesario que nunca flexibilizar los mercados, especialmente el laboral, y disminuir los impuestos para que la sociedad pueda afrontar mejor las pérdidas y las deudas y se puedan reorganizar rápidamente los recursos erróneamente invertidos por las señales erróneas emitidas por los bancos centrales. Más regulaciones y más impuestos sólo ralentizan la salida de la crisis y la hacen más dolorosa, mientras que la impresión de más dinero para “reactivar” la economía, alimentará a la próxima crisis por el proceso ya descrito. (b)

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(7) Un político suele tener metas cortoplacistas para obtener resultados inmediatos en detrimento de medidas a largo plazo, esto se debe a la necesidad de asegurarse primero la gobernabilidad y posteriormente la reelección. Y es que los políticos suelen administrar la cosa pública con un fuerte componente de maximización de su rendimiento electoral en las próximas votaciones. Un político sólo toma decisiones impopulares cuando no le queda otra alternativa. Un economista por otro lado nunca pierde de vista los efectos a largo plazo de las medidas, en especial las que requieren importantes reformas hoy con un alto costo político pero con un muy beneficioso efecto corrector a largo plazo. Pero al observar estas prácticas típicas de los gobernantes, parece percibir un ciclo político similar al ya descrito ciclo económico. Es decir, el perro que persigue su cola. Una sucesión interminable de gobiernos derrochadores y poco realistas (usualmente de izquierdas, aunque no siempre), seguido por un estrepitoso fracaso económico y por su reemplazo por un gobierno austeros y pseudo-reformista que intenta recuperar, sólo porque no les queda otra alternativa, algo de la disciplina de una gestión sana (usualmente de derechas, aunque no siempre). Acto seguido mientras algo de la economía se recupera tímidamente por las reformas, la oposición clama porque se aborten las dolorosas reformas de austeridad (“capitalistas salvajes”, “neo-liberales”, “mandatos dictatoriales del FMI”, “de Washington” o “de Bruselas”). Eventualmente la economía se recupera, el gobierno reformista por necesidad es sustituido por la indignada oposición y esta comienza de nuevo el ciclo con políticas expansivas de gasto, derrochadoras y poco realistas.

(8) Un político, cada vez que pueda o necesite, eleva a estatus de “derecho” infinidad de cosas que sus potenciales votantes puedan considerar mayoritariamente como buena. Además esta práctica suele ir acompañada explícita o tácitamente de un mensaje como “lo público es gratis”. Un economista sabe que el gobierno no otorga nada que no le haya extraído antes a la sociedad. Que el hecho de que quien reciba el beneficio no asuma directamente su coste, sólo significa que alguien más sí tenga que hacerlo por él. También sabe que a la larga el supuesto beneficiado asumirá pérdidas indirectas mayores de lo que recibió por aquello que no se hizo con los recursos que le fueron extraídos a quien pagó directamente por el beneficio (e.g a un empresario exitoso se le aumenta un impuesto para costear un “derecho” al deporte, por lo que deja de disponer de recursos para invertir, generando empleo, aumentando productividad y salarios de sus trabajadores y continuar satisfaciendo a sus clientes). Un economista entiende perfectamente de donde viene el derecho a la vida y a la propiedad y por qué debe castigarse al asesino y al ladrón, pero no puede entender de dónde viene el “derecho” a la vivienda de Juan ni por qué María debe ser obligada a pagar por ello.

(9) Un político lucha contra la corrupción creando comisiones, nuevos organismos y redactando gradualmente una mayor cantidad de leyes, cada una más detallada que la anterior. Contrariamente un economista sabe que a mayor cantidad de recursos administrados por el gobierno, mayor probabilidad existe de corrupción. De igual forma entiende el economista que las regulaciones gubernamentales sobre la esfera privada incrementa las alcabalas y por lo tanto las oportunidades de sortearlas mediante actos de corrupción. Tanto es así que en algunas sociedades altamente intervenidas por el gobierno, la corrupción se convierte a veces en la única manera de poder hacer algo, dejando de ser percibida como un acto inmoral y más como un impuesto informal. También sabe el economista que a mayor grado de especificidad y detalle de las regulaciones, más arbitrarias se vuelven y más poder discrecional otorgan al funcionario que en última instancia decide o no dejar pasar. No en vano la frase de que si todo negocio depende de decisiones políticas, las decisiones políticas se convierten en el mejor negocio.

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(10) Un político suele hablar de libertad e igualdad, pero simultáneamente restringe las libertades de todos y discrimina, favoreciendo o perjudicando premeditada y selectivamente, a unos grupos frente a otros. Por ejemplo los impuestos progresivos tratan de forma muy distinta a los contribuyentes: quien más gana paga más impuestos. Pero esto no significa que quien gane 100 tribute 10 (10%) y quien gane 1.000 cotice 100 (10%), sino que a este último se le impone pagar 400. Es decir un 40% de sus ganancias, del fruto de su trabajo, previsión y talento que sólo a él pertenecen. Los productores y consumidores de ciertos tipos de productos (e.g. tabaco, alcohol, artículos de lujo, entretenimiento, combustible) son castigados con mayores impuestos, mientras que los productores y consumidores de otro tipo de artículos (e.g. cultura, alimentación, productos nacionales) son premiados con menores impuestos, subsidios o facilidades varias. Algo parecido sucede con los distintos sectores productivos, aquellos que caen dentro de las preferencias del político (por ejemplo agricultura o energías alternativas) son favorecidos a costa de otros sectores menos populares, con menor capacidad de lobby o que simplemente terminaron por fuera del plan del político (por ejemplo desarrollo de software o fabricación de juguetes). Mientras que un economista al hablar de igualdad sabe que su verdadero sentido es la igualdad ante la ley. Que no se puede igualar materialmente a personas que son por naturaleza infinitamente diversas, ni mucho menos pretender hacerlo sin violar sus libertades. El economista sabe que no le toca a un planificador escoger quien debe ganar o perder. Sino que toca que a través de los procesos competitivos del mercado, sean los consumidores quienes premien las buenas prácticas y productos y castiguen a los peores, para que empleen su esfuerzo y recursos de otras formas que sean más beneficiosas para todos. Sólo corresponde a los consumidores determinar qué debe ser consumido, producido y por quién. Si una política se diseña expresamente para determinar quién será beneficiado y quién perjudicado, entonces es una mala política. La igualdad verdadera es la igualdad ante la ley, es que el poder no pueda usar la coacción para discriminar a unos frente a otros. Es la oportunidad de que todos puedan ofrecer su talento y trabajo para satisfacer a los demás, de la mejor forma que puedan y en lo que estos demanden. De otra forma el concepto de igualdad es hueco y demagogo y aquella frase orwelliana termina cobrando un trágico realismo: todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros.

 

(a) La Escuela Austríaca de Economía fue fundada por Carl Menger de quien hace poco más de una semana se cumplieron 95 años de su fallecimiento, pero tiene sus raíces en la Escuela de Salamanca de la escolástica tardía del siglo de oro español (s. XVI). Además de Menger otros autores importantes son Eugene von Böhm-Bawerk, Ludwig von Mises, Friedrich Hayek, Israel Kirzner y contemporáneamente Jesús Huerta de Soto. Para mayor información sobre esta corriente de pensamiento económico se recomienda revisar de este último académico su libro “Escuela Austriaca – Mercado y creatividad empresarial” disponible para su descarga en inglés en: http://www.jesushuertadesoto.com/the-austrian-school/. Otro artículo introductorio recomendado también de Huerta de Soto puede leerse en: http://www.revistasice.com/CachePDF/ICE_865_55-70__CF94DC59198AE5EF7A1F08A27F3D4322.pdf

(b) Sobre la teoría austríaca del ciclo económico se recomienda ver la siguiente ponencia en español a cargo de Jesús Huerta de Soto: https://www.youtube.com/watch?v=X1fR3ZhFDkQ

Luis Luque

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2 Comentarios

  1. No pude leer todo lo que expones en el artículo aunque hice el intento. En lineas generales debes leerte a Max Webber: «El político y el científico» para que tengas más claras tus ideas. En relación a tus comparaciones entre políticos y economistas, creo que teorizas y presupones muchos escenarios en los cuales crees que con una teoría positivista y rigurosamente científica tienes la respuesta ante cualquier problema y contexto (por lo menos me da esa impresión). Ahora, sin duda, en la actualidad existen economistas muy buenos que están aportando cosas valiosas a la humanidad, la pregunta que se hace Max Webber es: Por qué los científicos (economistas) no incursionan en la política para evitar de una vez por todas, el falseamiento de la realidad, la verdad y el incorrecto procedimiento en la toma de decisiones que hasta ahora vienen representando tan mal los políticos? ¿Qué fines persigue la política?

  2. @Locke:
    Hola Locke, gracias por tu comentario y por la recomendación. En cuanto pueda leeré lo que me recomiendas, pero creo que me ayudarías todavía más si me comentaras un poco más sobre cuáles ideas crees que pudiera aclarar. Tal vez ayudaría que hicieras el esfuerzo de leer el artículo completo en caso de que no me haya explicado tan mal y que mi postura se haga más clara. En todo caso intento aclarar aquí algunos de tus comentarios. Si aún así puedes recomendarme algo más será muy bien recibido.

    Sobre lo que comentas, nunca sostendría, y mucho menos en el ámbito de las ciencias sociales, que se pudiera tener respuesta para todo y en toda circunstancia. Nada más alejado de eso. Hace poco publiqué también en Panfleto un artículo (https://www.panfletonegro.com/v/2016/02/20/podemos-escoger-nuestro-orden-social/) sobre la imposibilidad de planificar el orden social que creo que revela mejor mi postura al respecto. Sino fuera suficiente te recomendaría revisar algo de la literatura de la escuela austríaca de economía, en especial La Fatal Arrogancia de F. A. Hayek.

    Acerca de tu pregunta que me parece muy importante y oportuna, diría que para la personalidad y vocación de un científico (como el que describo en el artículo) , la actividad política como la conocemos, más precisamente el ejercicio del poder, sería casi insoportable cuando no incompatible. Y de comprometerse e intentar ser exitoso, no podría escapar de los incentivos perversos que dominan esta actividad y que moldean de forma importante la actitud y el proceder de los políticos. Algo que traté de exponer con mi instrumental caricatura de político. Tal vez el mejor aporte de un científico social sea ejercer su rol correctamente,  apartado de la influencia de la política y tratar de dar luces tanto a políticos como al resto de los ciudadanos sobre qué es posible hacer y qué no y cuáles serían las consecuencias. Un gobierno de científicos sería tan iluso como imprudente, en especial por lo que creo que sugieres sobre la pretensión de una organización «científica» de la sociedad. Algo de lo que ya hemos padecido demasiado. Sobre el peligro del constructivismo y la ingeniería social te vuelvo a recomendar el libro de Hayek y mi anterior artículo sobre el orden social.

    Creo que lo que un científico social, al menos de la tradición austriaca en la que me inserto, tiene que decir a la larga en términos prescriptivos sobre el uso del poder político basado en la violencia, como intento explicar en alguna parte del artículo, es que (mientras exista) el gobierno, debe acotarse al mínimo limitándolo a la preservación de las instituciones sociales. Entre ellas el derecho que se descubre a través de la experimentación social y que evoluciona espontáneamente, no la versión positiva que se escribe en una asamblea y que es el principal instrumento de la ingeniería social.

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