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El mal hábito del piropo grosero

Las pasarelas absurdamente inesperadas.

 

Una particularidad distintiva de la vida contemporánea es la primacía del ojo y el mirar sobre todos los demás sentidos. La observación nos permite aprehender información acerca del mundo y de los demás de una manera inmediata, funcionando tanto como constitución así como justificación de nuestro conocer. La experiencia de vivir en una ciudad pasa por estar constantemente (voluntariamente o no) expuesto a una serie de imágenes que pretenden evocar e invocar una diversidad de situaciones, productos, necesidades e inclusive personas particulares. Desde esta perspectiva observar parece a veces inevitable; pero una cosa es observar y otra verbalizar lo que la imagen (sea cual fuere ésta) pueda suscitar.

 

El siguiente artículo pretende constituirse en una invitación a reflexionar acerca de las consecuencias de ciertas verbalizaciones groseras (que además pretenden pasar como piropos o elogios) y como tal actitud, ya hecha hábito en sociedades latinoamericanas, mella en el tejido social necesario para hacer de lo público un sitio de estadía, de reconocimiento del otro y no de mero tránsito. Lo público se ve reducido para muchas personas en sudamérica a un espacio hostil, para muchas mujeres la ciudad se encuentra llena de pasarelas absurdamente inesperadas, espacios donde se encuentran sujetas a una serie de verbalizaciones (no deseadas) las cuales deben soportar además diariamente.

 

Para empezar es preciso comprender tales verbalizaciones en dos dimensiones: la de su forma y la de su contenido. Es necesaria tal separación en la medida que el asunto crítico aquí no se reduce a la verbalización en sí o a su contenido, refiere también a su forma: a quién lo ejecuta y dónde se efectúa. El mal hábito del piropo grosero da cuenta de una verbalización (no deseada), que transforma negativamente no sólo ciertos espacios sino también a sujetos, cuando estos últimos transmiten información de manera hostil e inesperada.

 

La verbalización vox populi actúa en nuestras sociedades latinoamericanas como una forma de legitimación del macho latino; es la lamentable representación actual e inmediata de la masculinidad, que se reafirma dualmente, en primer lugar confirma la condición del “macho” frente a quien evoco tal “halago” y en segundo frente a otros hombres, los cuales usualmente para reafirmarse a sí mismos deben aplaudir tales predicaciones. El piropo no sólo es hostil gracias a su carácter público o su contenido, el tono de la predicación es asimismo fundamental dentro de su desarrollo negativo, así como la postura corporal invasiva que algunos toman al predicarlos Piense en una postura de contención: como si quien lo habla estuviese esforzándose en no realizar su grosera predicación.

 

El piropo grosero es dentro de la modernidad otra forma en que se devalúa la sensualidad. El mismo evoca inmediatamente, una sexualidad no solicitada, siendo la reafirmación de la condición moderna de la instrumentalidad donde la sexualidad es un instrumento más que se puede usar de una forma “adecuada” y que tiene además sus espacios y momentos “propios”. A través de este pésimo hábito, la sexualidad se configura mecánicamente, circunscribiendo el halago meramente a su potencial aspecto sexual. En la Sudamérica actual para muchos es un logro (y digno de trabajo y aplauso lamentablemente) ser fuente de atracción sexual y lo corporal se ha disminuido de manera mezquina a lo exclusivamente genital. Una buena ilustración de esto se puede encontrar en Venezuela cuando la mujer desde algunos discursos es referida como “culo” o “culito”.

 

El constante llamado de atención sobre estas áreas que son sujeto de tales  “elogios” generan una antipatía por el espacio público y cancelan su cualidad de sitio de encuentro, así como de reconocimiento. El piropo grosero propicia los desencuentros, cierra espacios de la ciudad a personas en la medida que otros no pueden contener sus verbalizaciones. No contribuyas al desencuentro, ¡evítalos!

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