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Naturaleza muerta

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Naturaleza muerta

La chica de la valla sonreía a los transeúntes, su tez mantenía una lozanía perfecta desde su llegada a la autopista. No concebía los problemas que representaba para sus numerosos seguidores, la imposibilidad de que se fijara en alguno, aunque el sol iracundo de la ciudad era intransigente con la fotografía en cuestión, la chica mantenía su testaruda obediencia a la alegría imposible: “La juventud es un color indeleble” así rezaba el eslogan de la publicidad. En la autopista Prados del Este era una constante la fila de accidentes los fines de semana. Y si conduces una moto, sabes a que me refiero, la velocidad forma parte de tu corazón, es una traición a la vida desacelerar; un voto de confianza a la muerte por imprudencia. Los hechos que voy a poner de relieve, marcan un sesgo crucial en mi vida. De todos modos, aun si yo pasaba a mejor vida como amante de la velocidad, era un problema de poner punto final a mi testaruda rebeldía. Pero ante todo pronóstico negativo, ante cualquier apuesta a los desenlaces nefastos, allí estaba yo manejando mi moto a mas de 150 Km en una recta que parecía decorada por un cielo pintado al oleo como escenario. Un sábado por la mañana, a eso de las ocho treinta más o menos. La chica de la valla me daba los buenos días, con su sonrisa sobrada, inalterable, de las que no sobreviven a la vida real. Conducía a placer, con un clima prometedor, pocas nubes, el aire iba haciéndose tibio al correr de los minutos. Llevaba mi celular entre la oreja y el casco, recibí una llamada que me distrajo por un momento de la vía. No pude maniobrar a tiempo para evitar el carro compacto que se encontraba accidentado muy cerca del hombrillo. Di un frenazo brusco, luego supe que estaba tendido en el pavimento, el casco había salido volando, mi moto estaba dañada. Por suerte no me habían arrollado, en medio de la autopista era casi inevitable. Las contusiones en mi cuerpo eran notables, una pierna hecha trizas y la chica de la valla no se molestaba en preocuparse por mí. No sé si me engaño o es que no entiendo como alguien sonríe ante la desgracia de otros. La tipa de la valla seguía disfrutando de la vida, indiferente a lo que pasaba a su alrededor, con la mirada fija en un punto indeterminado; un conjunto equilibrado de ojos, labios, tetas. En fin, ella seguirá siendo un amor imposible, yo voy a mis terapias en el hospital. La silla de ruedas no acelera con precisión como mi antigua moto.

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