Terrores nocturnos

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NIGHTTERROR

 

Otra vez el niño caminando en la madrugada por el pasillo, hasta el cuarto de sus padres. Entra y despierta al padre, quien es más comprensivo que su madre.

–   Papá, hay algo. Esta vez estoy seguro.

El padre se levanta y va junto al niño a su habitación. Prende la luz. Todo parece en orden. Revisa debajo de la cama y en el closet. No hay nada.

Las pruebas parecen irrefutables. Vencido, el niño debe volver a dormir.

–   ¿Cuándo me van a devolver al oso? pregunta el niño, en una queja.
En la mañana empieza de nuevo el combate, en el tráfico, luego de dejar al niño en la escuela. La cola no avanza por la quinta avenida. Parece extenderse como una serpiente de automóvies infinita por la calle. El padre prepara sus argumentos. Aclara su garganta.

     Round 1

–   Ayer volvió a despertarme. No podía dormir. Pidió otra vez el oso.

–   Está muy grande para tener un oso de peluche.

–   ¿Qué importa? Yo cambiaría el lexotanil por un oso de peluche. Saldría hasta más barato.

–   Ya está grande para dormir con muñecos – concluyó la esposa, con un tono que le ponía punto y final al tema.

 

 

De nuevo los pasitos por el pasillo en la madrugada. Al padre lo despierta de su sueño la manito en su hombro y los susurros.

–   Papá, despierta. No puedo dormir. Papá, hay algo en mi cuarto. Papá…

El padre se levanta y hace la tarea en modo automático. Va a la habitación, enciende la luz, revisa debajo de la cama y en el closet, mostrándole al niño lo inofensivo del lugar con la luz encendida.

Vuelve a la habitación, donde lo espera su esposa. Round 2.

–   Mañana va a amanecer con ojeras hasta el cuello. ¿Y si lo traigo para que duerma acá y coja sueño?

–        Eso sería echar a botar todo el progreso. Debe acostumbrase a dormir solo. Yo también tenía miedo de dormir sola cuando pequeña pero eso se quita.

Resignado, el padre se acuesta en la cama, dándose la vuelta. En unos minutos la esposa ya está roncando de nuevo.

 

Lo dicho: el niño amanece con ojeras. No llegan hasta el cuello, pero son notables. Luego de varios días seguidos de malas noches, es lógica su aparición. También carga mal humor. La madre le da un beso en la mejilla y el padre una palmadita en la espalda. Se despide sin ganas y baja del auto para encaminarse a la escuela.

El padre renuncia a un round 3. Ni siquiera lo intenta. Como siempre, cola en la quinta avenida.

Apagón en la oficina en la hora del almuerzo. El padre maldice al gobierno, como muchos otros de sus compañeros. Esperan en la oscuridad a que vuelva la energía eléctrica. Al cabo de dos horas, el jefe al fin los manda a casa.

Maneja por el centro y busca al niño en la escuela. Lo espera afuera del salón de clase. Suena el timbre y los niños salen disparados del aula, como si escaparan de un gas fétido. La profesora lo saluda con mucha cordialidad. Aprovecha para decirle que se estuvo quedando dormido en clase.

– Una mala noche, nada de qué preocuparse – le responde el padre, con una sonrisa.

 

 

Esa noche más de lo mismo. Después de revisar debajo de la cama, el closet, el baño y de comprobar que todo está en orden, el padre se sienta de mal humor en su cama, donde está acostada su esposa. Se rasca la cabeza, preguntándose qué hacer. Él también quiere dormir. Comprueba si ella está dormida. Lo está.

Se mueve sigilosamente por la habitación y abre la última gaveta del estante. Saca un pequeño y viejo oso de peluche disfrazado de guerrero. Cruza el pasillo y se lo da al niño, quien le agradece con los ojos.

–  Guárdalo cuando despiertes – le dice, cerrando la puerta.

El padre cierra la puerta. El niño coloca el oso en la mesa de noche. Cierra los ojos e intenta dormir.

En el closet, la criatura esperaba impaciente a que el padre se fuera. Asomó su cabeza y verificó. Pasó una lengua por los dientes largos y amarillentos, dejandolos bañados en una viscosa baba color oscuro. Con las garras empujó la puerta del closet y reptó hasta la cama donde dormía el niño, listo para alimentarse de su sueño. Su barriga estaba hinchada de todo el festín que había recibido durante esa semana.

Paró en seco al notar al pequeño pero desafiante peluche, que empuñaba una diminuta pero firme espada de tela en su dirección. La blandió en el aire con agresividad.

Sin pensarlo mucho y arrastrando sus enormes patas, la criatura dio media vuelta y volvió al closet.

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