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¿Podemos subestimar esto?

foto de @ritasanchezdm, publicada por @eluniversal
foto de @ritasanchezdm, publicada por @eluniversal

Desde el pasado 12 de Febrero, cuando se dio la marcha de los estudiantes en Caracas, que llegó hasta la Fiscalía a solicitar la liberación de los estudiantes detenidos en Táchira, Falcón y Anzoátegui durante las protestas estudiantiles de la semana anterior, comenzó una oleada de protestas y represión que a muchos nos retrotrajo lo peor de tiempos anteriores respecto al comportamiento opositor: Guarimbas en el este de Caracas, la Plaza Altamira como bastión de las movilizaciones, nefastos fanfarrones miameros haciendo videos instructivos, repetición de consignas inútiles, negación del contrario, etc… Parecía que la oposición repetía incesantemente los mismos errores que durante años nos han llevado al fracaso.

Del otro lado, el gobierno respondía con un arrogancia y soberia. “No me importa que me llamen dictador”, proclamaba Maduro días antes del 12 de Febrero, cuando amenazaba a los medios de comunicación con sancionarlos si cubrían la manifestación. Además, se desató una brutal e inhumana represión cuyas víctimas principales han sido estudiantes muy jóvenes, algunos menores de edad, quienes han estado a la vanguardia de las movilizaciones que se dieron durante los últimos días. Heridos de balas, gravísimas torturas, ataques armados por parte de los “colectivos” (grupos paramilitares al servicio del Estado), quemas de vehículos, disparos de perdigones a zonas residenciales y allanamientos sin órdenes judiciales han sido la respuesta oficial del gobierno a todo este movimiento. Hasta ahora tres jóvenes han perdido la vida, el último de ellos, ayer, un chico de apenas 17 años.

Ahora bien, después de lo ocurrido hoy es bueno hacer algunas puntualizaciones. La principal es reconocer que muchos, me incluyo sin problemas, habíamos subestimado este movimiento. Si bien es verdad que se han repetido neciamente algunos errores de pasado y que hay un cierto déjà vu en el ambiente, no deja de ser verdad que en Venezuela no está reeditándose solo uno de los tantos ciclos de protestas en el este del este que tanto protagonizó un sector de la oposición (ni siquiera toda ella) durante varios años, también hay en las calles un legítimo descontento y un sentido de urgencia a raíz de la grave crisis social que atraviesa el país. Apenas ayer, Emiliana le callaba la boca a los escépticos, mostrando que la protesta no era un asunto exclusivo de sectores de la clase media. Los reportes de hoy mostraban ciudades del interior con masivas y monumentales concentraciones públicas, particularmente notables por no tratarse de movilizaciones de carácter proselitista.

Es cierto que las protestas siguen teniendo el signo de un ghetto político, es cierto que quienes han salido a la calle estos días son, en esencia, la base opositora; pero, al mismo tiempo, no debe despacharse esta presencia de forma tan ligera. Hoy en Caracas hubo una manifestación enorme, convocada, principalmente a través de las redes sociales. De esto hay que tomar nota. Sobre todo porque muchos de los protestantes están en la calle aún a pesar del llamado de cierta dirigencia política de no hacerlo.

¿Qué ha convocado a estas personas? ¿Qué hay detrás de estas manifestaciones, cuya fuerza y constancia no puede ni debe subestimarse? Principalmente, hay un revire a la arrogancia estatal. Un amplio sector de venezolanos que no se cala más carajeo y más desprecio desde el poder. Si el gobierno de Hugo Chávez logró negar la existencia de la mitad del país, si pudieron durante catorce años gobernar como si los demás no existieran, a Maduro la tarea no le será igual de sencilla. Yo no creo que estemos en los últimos días. Insisto en que negar al chavismo, como fuerza social que representa (aún en los números de quienes creen que somos mayoría) a la mitad del país, y como fuerza política astuta que no es tan fácil de vencer como piensan algunos sobrados “analistas” opositores, es una estupidez. Creo que la alternativa al chavismo hay que construirla, política y socialmente. Aunque a muchos no les guste y la desesperación los lleve a negar eso, estoy convencido de que es así. Pero, al mismo tiempo, creo que la base opositora ya no es la misma y que esa suerte de pasividad frente a los abusos de poder puede que esté quedando atrás para dar paso a un militante opositor dispuesto, como hemos visto esta semana, a entrompar en las calles, a expresar su descontento y hacerle saber al Estado que existe y que merece respeto y reconocimiento. Creo que si Leopoldo López hubiera mandado a las personas a poner salsa en los balcones, nadie le hubiera hecho caso. Eso de los «borregos opositores siguiendo a líderes con agendas ocultas», no parece ser lo que está sucediendo en las calles estos días.

Ya Rubén Machaen y elreytuqueque se expresaron en esta página sobre el gran hecho político del día de hoy: la entrega de Leopoldo López a la G.N. y su conducción, insólita por demás, de manos de Diosdado Cabello a su presentación a tribunales. No quiero llover sobre mojado respecto a la consideración central de ambos artículos, que no es otra que dejar de lado la histeria de buscar en cualquiera que sea el protagonista de la jornada al caudillo salvador, al líder que nos saque de esto en un santiamén. Pero sí creo importante señalar que hoy se probó, entre muchas otras cosas, que los opositores no son ya seguidores de una voz única, que hay en ellos una indignación legítima y que el papel de sus líderes políticos es el de encausarla, pero no el de creerse dueños de ese sentimiento, ya que ellos no necesariamente están en disposición de dejarse conducir ciegamente. Así las cosas, ni Capriles pudo contener a las personas en la calle, y debió reconocer la legitimidad de las protestas; ni el demente de Robert Alonso pudo alebrestar a unos cuantos loquitos de la clase media para que reeditaran las chapucerías de 2007.

A quienes pretenden conducir políticamente a la oposición les toca leer esto y actuar en consecuencia. Si algo me motiva a escribir estas notas es que estoy, igual que Leo Felipe, con la convicción de que estos son tiempos en los que más que hacer afirmaciones tajantes e incontrovertibles, hay que leer lo que ocurre y tener la humildad suficiente de reconocer que este movimiento no es subestimable, es inédito y deberíamos verlo con respeto y tratar de entenderlo.

Sigo creyendo en todo lo que escribí en su momento. Pienso que debe reconocerse al chavismo, que debe entenderse que el chavismo no es un accidente de la historia y que su superación es un proceso complejo y parte de la construcción de una real alternativa política; creo que hay que hacer trabajo social; que hay que convencer a la base chavista, con un proyecto que los incluya; que debemos dejar de despreciar a quienes apoyan al gobierno; que debemos entender que el liderazgo de Nicolás Maduro no tiene el arraigo del de Hugo Chávez, pero que eso no significa que esas personas se sientan representadas en nosotros; que cada vez que un chavista protesta por algo, decirle “Bueno, güevón, ¿quién te mandó a votar por esto? Jódete”, es una estupidez gigantesca. Creo, también, que este no es el final, que estas protestas deberán cesar para volver a la normalidad, que no se sostienen en el tiempo y que eso no significa, para nada, que las mismas hayan sido una derrota. Haber dejado ver la torpeza represiva del gobierno, exigir el desarme de los colectivos paramilitares, lograr la liberación de los estudiantes injustamente detenidos y acusados hasta de terrorismo, y hacerle saber al gobierno de Maduro que no tendrá al frente a una oposición dócil dispuesta a dejarse quitar todos sus derechos con los brazos cruzados está lejos, pero muy lejos de ser una derrota.

Del mismo modo, sigo apostando a la cordura, a que lo de hoy no desate un “leopoldismo”, de gente irracional soñando con que Leopoldo López es ahora, luego de una semana, el salvador de la República. Y sigo apostando, también, a que se haga política de verdad, que entendamos al chavismo de base, con el cual estamos unidos en la misma vida desgraciada y paupérrima que nos ha tocado vivir en los últimos años. Hace días, a raíz del desafortunado guarimbeo en ciertas zonas del este, que dejó sin poder trabajar a un grupo de vecinos de esas áreas, pensaba en el exilio cubano en Miami: Esos histéricos que en cincuenta años no han podido hacerle ni un rasguño a la satrapía de los Castro. Un grupito de personas que para lo único que quedaron fue para hacer de panelistas en El Show de Cristina y para servir de ejemplo estigmatizador de los millones de víctimas de la dictadura cubana, olvidadas por el mundo entre muchas otras razones porque sus opositores han podido ser reducidos a esa caricatura que vemos en Univisión todos los días.

Bueno, creo que el gran reto de quienes queremos salir de esto es aprender de sus errores, no repetir su ceguera y soberbia, y ser capaces de trascender y construir una verdadera alternativa que derrote el chavismo y lleve a nuestro país a los rieles de la modernidad y la democracia.

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