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El Impostor (2012) Documental de Bart Layton

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El Impostor (2012) Documental de Bart Layton

1. Lo Verosímil

Un hombre alto, de mediana edad y elegantemente vestido sale de la estación de metro Champs Elysées Clemenceau en Paris y se dirige con paso lento pero seguro hacia el Palacio del Elíseo. Es el 8 de mayo de 1995, el gobierno francés celebra por todo lo alto los 50 años del fin de la Segunda Guerra Mundial. Podemos imaginar la escena: la entrada del palacio cubierta con una extensa alfombra roja, innumerables cordones policiales, agentes secretos, guardas de seguridad, decenas de periodistas de todo el mundo empujándose y luchando codo a codo por obtener la mejor instantánea de algún mandatario, de algún alto funcionario. El hombre alto llega, lo deben cegar los flashes de las cámaras, probablemente sonríe y hace algún gesto con la mano y aprovecha la llegada del presidente de Armenia para hacerse a su lado y entrar a paso oficial al sarao donde conversará con  Jacques Chirac, François Mitterrand y Helmut Kohl, entre otros.

Durante la recepción se debe haber dado una situación muy parecida a la de My Fair Lady durante la recepción de la embajada, cuando todos se preguntan quién es Eliza y empiezan a circular de oído a oído las más diversas hipótesis. Quién será ese elegante y educado caballero, se deben de haber preguntado los periodistas, los invitados, y tal vez alguien creyó recordar (haciendo uso de esa extraña habilidad del homo sapiens de estructurar sus certezas con ayuda de caprichosos sistemas inductivos) haberlo conocido en otra recepción, también junto a la delegación de Armenia, y asegura con toda precisión que se trata del embajador de aquel país ante la ONU. O tal vez fue él mismo quien lo informó, casualmente, mientras bebía su cuarta copa de champagne.

Una foto queda de recuerdo.

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Con el tiempo se sabrá que su nombre es Claude Khazizian, un sencillo jubilado francés que la prensa bautizará Claude X. Antiguo empleado de la lotería francesa (un Bocatto di cardinale para los idealistas, siempre seguros que nada es casual en esta vida), tal vez nunca tuvo un número preferido, ni apostó al loto, a los caballos o el bingo, pero se ganó el premio mayor al intuir, como muchos otros humanos desde la época de Platón, que lo verosímil se trata sencillamente de lo que tiene apariencia de verdad, no necesariamente de lo verdadero.

2. Lo Inverosímil

Tom Castro

La historia es bastante conocida, y es necesario reconocer que será siempre precario cualquier intento de recontarla al haber pasado ya por las manos de Borges. Se conocen una tarde de algún día de 1865 en Sydney, Australia, Ebenezer Bogle, un negro sirviente, bastante inteligente, y Arthur Orton, un blanco obeso casi estúpido, nacido en Inglaterra, que por extraños avatares del destino había ido a parar a Chile donde adoptó el nombre de Tom Castro. Se hacen amigos inseparables, y muertos de hambre, sin un céntimo en los bolsillos, se les ve vagar sin rumbo por los muelles de la ciudad tratando de conjurar la suerte que siempre les ha sido esquiva.

Una tarde leen en un periódico el aviso de una desolada madre que busca a su hijo perdido. Es lady Tichborne, una aristocrática y adinerada dama británica, que se niega a aceptar que su hijo ha fallecido catorce años antes al naufragar en aguas del Atlántico el barco en el que se dirigía a Liverpool.

Bogle, tal vez cansado de pasear su estómago vacío bajo el sol abrazador de los muelles de Sydney, decide que es el momento de probar fortuna: embarcarse en el primer barco que parta rumbo a Europa, y presentar a Tom como Roger Charles Tichborne. Pero hay un pequeño problema…

Tichborne era un caballerito inglés educado en Francia, formación militar, de elegantes maneras y buen conversador, delgado y de rasgos finos, cabello negro y lacio, rostro perfilado. Tom era, por el contrario, gordo, barrigón, pecoso y con cabello castaño y ensortijado. Rayando en la insensatez, lanzándose al abismo de las probabilidades, el genial Bogle decidió presentar a su Tichborne tal cual, sin ningún cambio cosmético, sin darle siquiera importancia al hecho que su protegido no sabía una palabra de francés. ¿No es acaso un error de los impostores tratar de imitar en lo físico y en maneras al original, despertando sospechas al ser el blanco de comparaciones que sólo harán destacar cada vez más las diferencias inevitables? Su Tichborne era tan inverosímil que sólo ese hecho bastaría para disipar cualquier sospecha de fraude.

Tichborne en la época en que desapareció

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Arthur Orton (Tom Castro)

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Lady Tichborne recibe una carta, recuerda fácilmente los dos lunares bajo la tetilla y los recuerdos de niñez que Tom menciona dictados por Bogle como pruebas de su identidad. Al final, cuando se reencuentran, la madre reconoce entre sollozos a su hijo tanto tiempo perdido. No hay ninguna duda, después de todo 14 años en el inclemente trópico, no es extraño que una persona cambie tan radicalmente.

Sin embargo, persiste la duda: ¿cómo es posible que la anciana dama se tragara entero toda esa patraña? ¿Era sólo una anciana senil incapaz ya de discernir realidad de fantasía? Es un lugar común bastante explotado el poco apego que las madres inglesas tienen por sus vástagos, aunque cabe señalar un detalle importante, lady Tichborne era inglesa pero católica, y es un lugar común bastante explotado el gran apego que las madres católicas tienen por sus vástagos, ¿estará por esos lados la respuesta?

Cuando muere Lady Tichborne, se inicia un nuevo capítulo. Hay de por medio una inmensa fortuna, propiedades, títulos nobiliarios, y la querella ante la justicia se hace inevitable. Gracias al ingenio de Bogle se van sorteando todo tipo de obstáculos, pero la tragedia aparece: Bogle muere en un accidente. Tom no tiene la astucia ni las habilidades de su compañero. Pero bueno, esa es otra historia.

Martin Guerre

Septiembre 16 de 1560. En la pequeña villa francesa de Artigat, a los pies de los Pirineos, una gran e inusual multitud se ha reunido para presenciar la ejecución de un joven campesino. No era un asesino ni un ladrón, se llamaba Arnaud du Tilh y sólo era un hombre oportunista que trató de sacar adelante un plan audaz y por poco tiene éxito.

Es una historia también bastante conocida. La han llevado al cine los franceses, Le Retour de Martin Guerre en 1982, y los gringos en 1993 con algunos cambios cosméticos, Sommersby.

Todo comenzó el verano de 1556, cuando Bertrande Guerre se enteró que su esposo, desaparecido ocho años atrás, cuando visitaba a su familia en España, había vuelto a casa. Al parecer todos notaron que había cambiado bastante, era más corpulento, con el cabello más oscuro y con barba, ¿pero quién no cambia después de tantos años?

Sólo Pierre, el tío de Martin, tuvo sus dudas y las manifestó abiertamente. Sus vecinos, no obstante, lo recibieron con los brazos abiertos. La esposa, un poco titubeante al principio, terminó confirmando que era en verdad Martin Guerre, hizo todo lo posible para que el hijo aceptase a su desconocido padre. Vivieron felices durante cuatro años.

El tío de Martin, sin darse por vencido, se obstinó en reunir pruebas, testigos, etc., y terminó presentando una querella contra el impostor. Al principio todo iba bien para Arnaud. Era un actor nato. Pero la fatalidad, siempre a la vuelta de la esquina, se encargaría de poner fin a la historia. Martin Guerre, el verdadero, apareció reclamando lo que era suyo.

Desde entonces quedan muchas preguntas sin responder, suspendidas en el aire. ¿Cómo era posible que Bertrande no supiese que el hombre era un impostor?…¿lo sabía?…habría que explorar algunas pistas. Arnaud era un tipo bien parecido y encantador, Bertrande no era muy feliz en su matrimonio. Además no hay que olvidar que era el siglo XVI, la vida de una mujer en el campo sin el apoyo y compañía de un hombre debía ser bastante difícil. Su estado civil era ambiguo, no era soltera ni viuda. La idea de empezar una nueva vida desde cero, tal vez ser feliz por fin, debió ser algo demasiado tentador. ¿Por qué no?

3. Otra vuelta de tuerca

Comienza como un thriller, la desaparición de Nicholas Barclay, un adolescente Texano. Imágenes de archivo, videos caseros, testimonio de la madre, hermana, en fin, su entorno familiar de redneck sureños. Las desapariciones de niños, el dolor de las familias, son siempre buenos ganchos para atrapar nuestra atención, logran rápidamente nuestra empatía. Todo bien por ahora, aún no llega el bostezo.

Luego viene la historia de Frédéric Bourdin, ese mentiroso compulsivo, canalla, cínico, que habla frente a la cámara y con sus justificaciones nos hace sonreír, y poco a poco nos damos cuenta que seguiremos viendo El Impostor (2012), el documental opera prima de Bart Layton hasta el final. Sentimos que todo va bien, tiene ritmo, es ágil, las sorpresas abundan y no dan respiro. Es lo que podríamos llamar un delicioso ejercicio de cine en toda regla. No en vano ha sido aclamado por la crítica, algunos dicen que es uno de los mejores documentales del 2012…el bostezo no aparece, suspiramos convencidos que la presencia del impostor francés es motivo suficiente para continuar, es un granuja cautivador.

De pronto aparece un investigador, empiezan a hacerse preguntas. El impostor francés tiene dudas, no comprende como una familia acepta lo inverosímil como verosímil, algo está pasando. Es en ese momento cuando el cristal se rompe, cuando el documental adquiere toda su gloria, ese nivel que amenaza con convertirlo en obra maestra.

Las preguntas lanzadas al aire son cachetadas, golpes bajos que poco a poco nos van dejando sin aliento. Empezamos a sentirnos mal, a sentir ese amargo sabor de boca que llega cuando intuimos el horror, la desazón, el desasosiego. Las sonrisas se disipan, aparece la pesadumbre. El thriller se desvanece, el humor de ese aprendiz de Zelig francés deviene mueca, ya no sonríe, nosotros tampoco, ahora es un documental sobre ese horror que no vemos, que intuimos, que presentimos, es inevitable, las respuestas las empezamos a dar nosotros, los espectadores cuando atamos cabos y no aceptamos las versiones sentidas de los implicados.

Bart Layton no da respuestas, hace lo que todo maestro debe hacer: llevarnos al abismo sin apenas darnos cuenta.

NOTA:

Las historias de Claude X, Tom Castro y Martin Guerre son demasiado vastas y complejas como para tratar de abarcarlas en algunas pocas líneas. Sólo traté resaltar lo que me interesaba, y en el caso de Tom Castro me apegué a la interpretación de Borges por ser la más apasionante. Todas tienen demasiada filigrana, demasiados callejones, aristas, y supongo que para el interesado abundan las referencias en papel y claro, como siempre, sobre todo, internet es nuestro amigo.

1 Comentario

  1. Hay una versión cómic de la historia de Tom Castro que apareció en un numero de los años 80 de El Vibora. Era excelente. Altamente recomendable, aunque dificil de conseguir.
    Saludos.

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