La música es, esencialmente, ritmo

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Las definiciones tradicionales de música tienden a separar este arte en diferentes elementos, a saber, ritmo, melodía y armonía. Cuando se aborda el análisis musical, por ser análisis se tiende a dividir el producto discursivo en partes, lo cual es perfectamente lógico. Pero esta división tiende a ser un poco reduccionista: hay muchos elementos que se dejan por fuera, como el timbre, la intensidad y la forma.

Pero más que una crítica de todo lo que se deja tácito cuando hablamos de «elementos de la música», pretendo hacer ver que todos los elementos fundamentales de la música pueden sintetizarse en uno solo: el ritmo. Ustedes pensarán ¿cómo así? ¿Y la melodía que es tan importante? ¿Y la armonía? ¿Y todos los elementos tácitos que mencionaba? Todos pueden reducirse al ritmo.

Aunque pueda parecer que el ritmo es el elemento más primitivo de todos, es sumamente difícil de conceptualizar. Efectivamente, más que primitivo, es el más primordial, es el elemento que hace a todos los demás. Mi definición de ritmo es más o menos la siguiente:

«Podemos definir el ritmo como orden y proporción del sonido en el tiempo. El ritmo es la forma cómo el sonido se organiza en el tiempo. Igualmente podemos hablar de ritmo en lo visual, e igualmente implica organización y una determinada proporcionalidad, sea esta regular o no.» (1)

Este concepto nunca me ha llenado, y siempre quiero cambiarlo o ampliarlo, sin embargo no resulta fácil. Tengamos en consideración lo que nos dice el texto Fundamentos teóricos de la Música:

«El concepto que generalmente se ha establecido del ritmo es muy amplio. Muchos lo ven en la propia naturaleza: en el movimiento recurrente de las olas, o de las hojas de los árboles al ser impulsadas por la brisa, así como en los movimientos de los seres orgánicos. Desde otro punto de vista se aprecia lo rítmico: en los movimientos ordenados (racionales y funcionales), y en las acciones coordinadas de la actividad diaria del hombre. En el arte el ritmo es un fundamento estético que constituye un factor imprescindible en la obra artística. (…)
En la música el ritmo se manifiesta en las múltiples combinaciones de duraciones de sonidos y silencios, ordenados periódicamente por la recurrencia de acentos. Un ritmo puede manifestarse por la repetición obsesiva de duraciones iguales, por la sucesión de duraciones muy diferentes, por el enfrentamiento simultáneo de figuras rítmicas contrastadas, por la recurrencia de diseños de una propiedad determinada, como en la música de danza.» (2)

El ritmo es fundamentalmente organización, espacial o temporal. Al parecer debe involucrar cierta regularidad, periodicidad o patrón para existir; aunque en la música tanto el ritmo regular, como la ruptura de éste, son recursos expresivos, e igualmente, en la irregularidad, hablamos de ritmo, porque éste involucra la duración y porque igualmente sigue existiendo una organización arbitraria de ésta.

Rythm. Por karvasz.

Como se hace ver en la cita anterior, todo en la naturaleza tiene ritmo, fundamentalmente, porque todo genera patrones temporales, que al formar estructuras, se convierten en patrones espaciales. Igualmente, las estructuras existentes «vibran» y generan patrones temporales, que influyen en el entorno y en sí mismas. Esto lo bosqueja Fritjof Capra en el texto que compartí en el post anterior: El ritmo en el universo y en la vida, y el placer de experimentar el ritmo lo abordé en mi texto Percibir el pálpito del universo.

Y ¿qué tiene que ver todo esto con la música y todos sus demás elementos? Mucho. La materia prima para elaborar la música es el sonido. ¿Qué es el sonido? Son ondas mecánicas, que se propagan a través de la materia, y que al ser percibidas por nuestro oído, son interpretadas como sonido, en todos sus múltiples matices. El sonido es onda, es vibración, y por lo tanto es, fundamentalmente, ritmo.

Ahora bien ¿por qué algunos sonidos son afinados y otros no? No se puede hacer una melodía con golpes de tambor, o golpes a lo que sea, porque esos sonidos no tienen altura específica. Una de las clasificaciones fundamentales del sonido que estudia cualquiera en música es la distición entre los sonidos de altura determinada e indeterminada. ¿A qué se debe esto? Para ello debemos distinguir entre dos propiedades de la onda sonora como tal: la amplitud y la frecuencia. Estas son propiedades físico-acústicas como sabemos. La amplitud corresponde a la presión que ejerce la onda sonora sobre la materia, y gráficamente se representa en el eje vertical de la onda, se mide en decibelios (dB), y auditivamente corresponde a la intensidad o volumen del sonido. La frecuencia es la cantidad de oscilaciones de la onda por segundo,  la unidad de medida es el Hertz o Hercio (Hz), es decir, una onda de 1 Hz, realizará una ondulación por cada segundo; y auditivamente determina la altura del sonido: a mayor frecuencia, más agudo es el sonido. Cuando un sonido tiene una frecuencia regular, entonces, es un sonido de altura determinada, puesto que escuchamos una afinación perfecta. Dicho de otro modo, la altura determinada se da solo cuando las ondas generan un patrón rítmico regular, y es con alturas determinadas que podemos construir una melodía.

Los sistemas de afinación constituyen una organización específica de las alturas, y se cree que están íntimamente ligados a los sistemas tonales de cada cultura, que según se ha estudiado parecen tener todos una profunda raíz en la tríada mayor, evolucionando más tarde en las escalas pentatónicas, y de ahí a las escalas más elaboradas. La tríada mayor también es el fundamento de la armonía, la más abstracta y elaborada de las propiedades de la música, pero que tiene profundas raíces en el ritmo de la vibración sonora, de una manera muy poco casual, y que la humanidad abordó de un modo sorprendentemente intuitivo. Una tríada o acorde mayor, es la combinación de tres sonidos, siempre en la misma proporción, por ejemplo: Do-Mi-Sol, Fa-La-Do, Mi-Sol#-Si… La estructura de la tríada responde a otra propiedad natural del sonido: los armónicos.

Cuando una nota o sonido de altura determinada vibra, produce naturalmente otros sonidos menos audibles, que se dan siempre en la misma proporción de frecuencias (más agudas que la «nota fundamental»), pero en distintas intensidades. Estos son los armónicos (en inglés, overtones).

Hablamos de proporciones o patrones, por lo tanto hablamos de ritmo. Esta propiedad es de suma importancia, puesto que es ella la que determina la armonía, consecuentemente la tonalidad o sistema tonal, y sorprendentemente, determina también el timbre.

Como mencioné, los armónicos se dan siempre en la misma proporción de frecuencias. Si el sonido fundamental es un Do, los primeros armónicos que resultan son Do (uno más agudo), Sol, Do (siguiente octava), Mi. Ya puse el ejemplo arriba del acorde de Do mayor: Do-Mi-Sol. No es casualidad. Los sonidos que nos suenan «bonitos» o «agradables» juntos, es por cierta sincronicidad con respecto a los armónicos del sonido fundamental, o más grave. El elemento fundamental de la armonía, el acorde mayor, encierra la sincronicidad entre varias frecuencias, encierra ritmo.

Modificando la estructura del acorde mayor, obtenemos el acorde menor, disminuido y aumentado. No en vano, los acordes disminuido y aumentado, cuyas notas constituyentes son menos compatibles con los armónicos del sonido fundamental, son los que nos suenan más tensos. A medida que se van agregando otros sonidos a los acordes (séptimas, novenas, onceavas…) y dejan de ser tríadas, nos suenan más tensos o «densos», no en vano estas notas agregadas se conocen técnicamente como «tensiones armónicas». Jugando con los efectos de tensión y distensión de los acordes, es que se construye el tejido armónico, el arte de combinar las notas simultánea y progresivamente. Por lo tanto, jugamos con ritmo y sincronicidad entre ritmos. La armonía, puede verse como una polirritmia entre frecuencias.

El placer fundamental de la música pues, está en el ritmo, y en la combinación de varios ritmos o sincronicidad. Como vemos, en los diferentes elementos y sus combinaciones se dan múltiples sincronicidades y meta-sincronicidades de las que a veces no somos totalmente conscientes, pero están allí. Más allá de todos los elementos que pueda usar un intérprete, está también la sincronicidad que existe entre diferentes intérpretes y entre el(los) intérprete(s) y el público. Como decía Nachmanovitch, en el acontecimiento musical «los ejecutantes, el público, los instrumentos, la habitación, la noche puertas afuera, el espacio, se convierten en un único ser palpitante».

(1) Fereira, R. y Pérez, V. Audiopercepción: Guía de Conceptos. Edición independiente. Maracaibo, 2011. p. 15
(2) Bidot, J. M. y Ramos Blanco, G. Fundamentos Teóricos de la Música. Tomo I. Editora Musical de Cuba. La Habana, 1985. pp.215 – 217.
*Entrada publicada también en mi blog personal.

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