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Estábamos en Latinoamérica, terminamos en África

Llueven las excusas para justificar el voto del 7 de octubre: un abanico de autoengaños y argumentos paticojos para racionalizar los resultados. Ganó Chávez. ¿Cómo es posible? ¿Quién puede identificarse con la violencia y la destrucción? ¿Cómo puede el ciudadano común bajar la cabeza y someterse –peor, consentir a que lo someta– una banda de milicos incapaces y corruptos?

El balde de agua fría se hace soportable gritando, “¡fraude!”, un argumento desesperado e irracional cuando se entiende cómo funciona el sistema de voto electrónico en Venezuela. Cuando tal delirio se cae a pedazos, los venezolanos acuden a complicadas teorías de conspiración a nivel nacional: hordas de motorizados y apparatchiks capaces de movilizar dos millones de personas en unas pocas horas. Cuando la ilusión se derrumba, cuando la posibilidad de recuperar una democracia más o menos funcional se ve echada por tierra, el trago amargo se vuelve más digerible con algún video de YouTube que busca negar la realidad: es mentira que la mayoría de Venezuela quiere esto.

Este proceso de justificación cognitiva –es imposible que la mayoría haya votado por esto-, aparece por el complejo venezolano de siempre sobrestimarnos. Venezuela es un país que siempre ha pretendido competir, que siempre se ha creído a la vanguardia de Latinoamérica y del mundo. Si viajas a Barcelona (España) y regresas fascinado a contarles a tus amigos que en la Fiesta de San Jordi la gente compra y regala libros en la Rambla, tenlo por seguro que tu amigo caraqueño te ripostará que existe (¿o existía?) un intercambio de libros organizado por Relectura en Chacao. Que es increíble, que hasta Rafael Cadenas fue. Si hablas del Festival de la “noche blanca” que hacen en Europa, tu amigo te detendrá para informarte que no les llevan nada: acá está la ruta de los museos.

Venezuela está en la vanguardia mundial, porque acá vino a tocar Korn cuando ya nadie en el resto del mundo escuchaba esa banda. ¿Que Peter Gabriel tiene una cornucopia gigante en el Secret World Tour y animaciones? Pues acá somos vanguardia, porque vino Justin Beiber. Toma.

Evidentemente, la lógica del venezolano que aspira al primer mundo, que va a Madrid y te dice que es “igualito a La Candelaria”, no puede aceptar resultados electorales como los del 7 de octubre sin que le explote la cabeza. La vanguardia que somos en Venezuela vota como Suiza, no como Suazilandia.

Sincerémonos, por una vez: Venezuela pasó de estar en Latinoamérica a estar en África. Acá hubo “democracia participativa”, “campaña electoral” y “elecciones” dignas de Zimbabue. Ventajismo en la campaña, apropiación del dinero del Estado, chantaje laboral y afectivo, amenazas, despliegues inmensos a nivel nacional… ¿No es así como gana las elecciones Mugabe? ¿Prometiendo una barra de pan al pueblo hambriento si traen pruebas de que votaron por él?

Venezuela no inventó nada. Por eso es que a nadie a nivel internacional le extrañan las descripciones de nuestro flamante “proceso electoral”. Para los demás, es normal que nosotros votemos como en Zimbabue. No hay nada de extraño en ver la cara de Chávez forrando al país entero, pagado con dinero del Estado. ¿No es eso lo que hacía Mubarak? En Egipto también había elecciones. Y nadie iba por allí denunciando que no pudieron votar como en Finlandia, que los militares obligaban a la gente a votar por el partido del gobierno.

Los resultados electorales sólo han sido un diagnóstico de cómo estamos. Sí, es un golpe duro para quienes soñábamos con una modernidad venezolana o con una democracia social a la europea. Sin embargo, es la fría realidad: a muchísima gente, a la mitad del país, les gusta esto. Sí, es posible que hayan conminado a unos miles a votar por el candidato que no querían. Pero si el pueblo es tan cobarde y tan pusilánime como para dejarse acorralar y que lo obliguen a votar, ¿no merece ser gobernado a la africana? ¿No merece una verbena de mal gusto como celebración de la victoria, llena de referencias misóginas que el pueblo corea sin problema?

¿No será que esta es la Venezuela de verdad, y que los demás no hemos hecho sino engañarnos? Me parece más realista asumir esto con franqueza: a Venezuela le gusta Chávez y todo lo que representa. No vemos problema alguno en vivir en un simulacro de estado fallido africano, con su limosnería, corrupción y violencia. Estos son los valores que hemos plebiscitado el 7 de octubre. Hemos naturalizado el ventajismo, ilegalismo y el abuso electoral (de ahora en adelante es un supuesto dado que Chávez va a robar todo el dinero que pueda de PDVSA para sus campañas, y la oposición que se joda), las manipulaciones de “la maquinaria a lo africano y la destrucción de la independencia de poderes.

Nuestra “democracia” ha quedado condenada, al menos por un tiempo, al ejercicio vacío de significado y manipulador que hacen los autócratas africanos. Y nuestro país seguirá esa ruta, la ruta zimbabuesca de los apagones, de la escasez, de la inflación.

Dejemos de engañarnos, entonces. Tal vez, si asumimos esta realidad, podamos empezar a construir algo.

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