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Sobre la derrota de la Vinotinto ante Chile


Los partidos se ganan, empatan o pierden. La publicidad quiso hacer de la vinotinto una maquinaría invencible, junto con el poder, y la sencillez del deporte le brindó un auténtico revés a las imposturas, clichés y determinismos del mercadeo de la selección, instrumentalizado por las marcas comerciales y políticas, para subirse los números y las ventas.
El público compró la idea, la moto y se subió al carro de los triunfalismos anticipados, cuando la ocasión exigía asumir la postura contraria, la de la humildad, como lo hubiese hecho un combinado maduro y consciente de sus limitaciones.
Pero incluso hasta el Brasil de Kaká, conoce de derrotas históricas en su patio. Nosotros, urgidos de victorias para sentirnos mejor, adelantamos resultados y contamos ingenuamente los pollos antes de nacer.
Así, la oposición, el gobierno y la sociedad civil se sumergieron en un estado de euforia colectiva, próxima a la fantasía y alejada de la realidad.
Típico de la mentalidad alienada.
Compartimos videos de esperanza vana por redes sociales. Tarek regaló a los funcionarios de la boliburguesía los puestos de privilegio para admirar el circo romano. El chavismo invitó a su palco de honor a los nuevos capitalistas de la camiseta roja rojita, quienes como Magglio Ordóñez ponen los cobres para construir y edificar los potes de humo del presente y el futuro.
Anzoátegui volvió a creerse la mentira de llegar a conquistar el podio del centro de las miradas mundiales y globales.
En pocos minutos, la película al estilo de «Bienvenido Mr. Marshall» comenzaría a desmoronarse ante la consistencia del equipo rival.
Los muchachos de Farías abrirían el marcador con un gol limpio, solo anulado por la mezquindad del arbitro. Desde entonces, auguramos lo peor.
La defensa cayó en las imprecisiones infantiles del pasado, y la ofensiva siguió brillando por su ausencia. La desconexión se palpaba en el ambiente entre la zona de atrás y adelante.
Arango fue aquel fantasma desaparecido en acción de vieja data. Vega tuvo la obligación de convertirse en el héroe, de cara a la depresión de los escuderos de Vizcarrondo, aquejados por un extraño complejo de inferioridad.
César Farías tomó tarde las decisiones y la Roja lo mató con su fórmula matemática de costumbre. Trabajar a la calladita, a la chilena, a la espera de descubrir una grieta, una falla mínima, una equivocación para asestarle la estocada a su víctima.
A falta de cuatro minutos, los verdugos desencadenaron su furia y clausuraron la función con un certero, seco y macizo golpe de guillotina. Jamás nos repondríamos del impacto. La oncena criolla lucía como la gallina degollada del cuento, caminando por inercia y sin rumbo.
Otra diana llegaría para dar cifras definitivas al encuentro con la derrota, con el miedo, con la probabilidad de quedar por fuera de Brasil 2014.
Es una lección, de gratis, propinada para enseñarnos a los niños el error del exceso de confianza.
Aplica para el fútbol y también para los próximos retos de la nación.
Ojalá la procesemos en función de la inminente contienda electoral.
Bailar y tirar cohetes, es caernos a cobas, es celebrar prematuramente una superioridad todavía por concretarse en las urnas.
Lo ideal es agachar la cabeza, continuar en la pelea y no bajar la guardia hasta el minuto noventa.
Piénsatelo.
Es una metáfora de la Quinta República. Una utopía mediática, una promesa demagógica de modernidad en fase de estancamiento.
Bonita en el papel aunque le cuesta consumarse.
El efecto Adidas nos empavó.
Lo mismo cabe para la cancioncita nefasta de «sí se puede».
En el argot de la comunicación corporativa, lo llaman backlash.

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