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La soledad del fumador

El 12 de diciembre de 2011 dejé de fumar, después de diez años haciéndolo y un intento fallido de dejarlo. Han pasado casi dos meses y ando con un guayabo del tamaño del estado Amazonas (ese pobre estado que las Misses no quieren y que el 95% de los venezolanos no conocen). Me di cuenta de mi despecho el viernes en la mañana, cuando, sentada en un banquito de la plaza Brión de Chacaito, observaba con más envidia que nostalgia a un afortunado ser que fumaba, plácidamente, con esa mirada pensativa que caracteriza a la mayoría de los fumadores.

Si el dios de los súper poderes se me aparece algún día, toda acaparadora, le pediría dos súper poderes: descongelar corazones y poder fumarme una cajetilla de cigarros al mes. Recordé también, sentada en el banquito, a una amiga que conocí en la universidad. Ella es una cosa diminuta con piel de porcelana. Fumaba, bebía, consumía todas las drogas del mercado, y como si nada, amanecía como una lechuga. Y así debemos aceptar la condición que nos tocó: unos son de la raza de Keith Richards, y el resto simple mortales con organismos precarios y débiles.

Hace tres años vi a mi amiga, después de mucho tiempo. Me dijo que se había tratado, y que ahora estaba sana, pura mariguana. Me alegré por ella, porque creo que la mariguana es la droga más sana, por lo menos, mucho más que el amor, el alcohol y el tabaco.

Inciso

Hace años, en la residencia donde vivía en Puerto La Cruz, celebrábamos el cumpleaños de un amigo, y un chamo, de la residencia de en frente, se lanzó de un séptimo piso porque la novia lo había terminado. Junto al cadáver, quedó un star tak prácticamente integro, y al parecer el pana estaba muy tomado. Por supuesto, la fiesta se terminó. (Ahí tienen un caso de amor-alcohol).

Al año siguiente, este amigo cumplió años nuevamente. Pero esta vez, estaba perdidamente enamorado de una prima mía que había venido de vacaciones por semana santa. Ese día, era el día cuando le iba a pedir el empate (por alguna razón no fundamentada, hay quienes piensan que hay menos probabilidades de ser rebotados en su cumpleaños). Listo, la fiesta comenzó. De repente, el mejor amigo del cumpleañero y mi prima se habían desaparecido. Tensa calma. Alguien le dio el pitazo al cumpleañero, mi amigo subió por las escaleras hasta la azotea, donde encontró al par dándose los besos.

Desde ese momento, la fiesta cobró proporciones de drama griego. Por un lado, estaban los chismosos-come tosticos dándose vida, el mejor amigo con una expresión en la cara como de arrepentido satisfecho, mi prima con cara de ponchada y “no tengo culpa de estar tan buena” y yo con cuatro pela gatos consolando a mi amigo, quien suspendió la fiesta y lloraba, literalmente. (Aquí tienen un caso de solo amor).

No sé, a mi me da por pensar que un mariguanero no se hubiese lanzado de un séptimo piso ni hubiese suspendido la fiesta. Aunque no fumo mariguana, haber sido fumadora por tanto tiempo, y ver cómo son las cosas en realidad, me hacen estar, totalmente de acuerdo, con la legalización de la mariguana. Me parece un absurdo desperdicio de dinero y una soberana estupidez que todavía esté prohibida. ¿La permiten para fines médicos y no para esparcimiento? Hipocresía pura y dura. Venezuela debería fumarse un porro del tamaño del continente asiático a ver si coge mínimo y deja de auto flagelarse.

Fin del inciso

La primera vez que reflexioné sobre mi amado vicio/placer, fue cuando una buena amiga me pidió que le hiciera el favor de escribirle un texto argumentando los pros y contras de fumar que le había pedido la Fundación Carolina de España para otorgarle una beca y así lo hice (Lo irónico es que a ella se la dieron y a mí, que también apliqué, no). Para ese entonces (2008), yo ya había leído “Puro humo” de Guillermo Cabrera Infante y me puse objetiva/romántica/merecemos fumar en los parques aunque sea/no sean tan sectarios. Cuando un monstruo de la talla de Cabrera Infante escribe un libro de 496 páginas sobre el tabaco, se te envenena la sangre. (Y ya sabemos que cuando Guillermo describe una papa, terminas enamorado de la papa, así que si eres un rabioso anti-tabaco, no leas el libro.)

Supongo que lo que más extraño son las “pausas”, me explico: Cuando estoy haciendo trabajos mecánicos es cuando pienso más intensamente. Cuando camino, manejo, barro, paso coleto, actividades por el estilo, pienso en las cosas estas que escribo, pienso en ciertas personas, se me ocurren “ideas” para cuentos, etc. La cosa pasa a mayores cuando me seco el pelo o lavo los platos, puedes ver mi cuerpo pero yo no estoy ahí. Bueno, cuando fumaba, interrumpía lo que estuviese haciendo, salía al balcón o a cualquier parte, fumaba, pensaba o me perdía en algún recuerdo.

(Ya en este punto imagino lo que están pensando: Adriana dejó de fumar y ahora no piensa y por eso escribe estos bodrios injustificables y cursis. Ahora nos quiere venir a cortar con este cuchillo de palo ¡Ese es el síndrome de abstención que la lleva loca!) Y, probablemente, tengan razón, pero si me lo permiten, continúo con el numerito éste. Gracias.

Y por eso es que para mi fumar era un placer solitario. No tenía problemas en fumar con otros, pero si me ponías a escoger, hubiese preferido sola y poner mi mejor cara de poeta maldita. Siempre buscaba el sitio más solitario para hacerlo, para disfrutar de mi cigarro, y también para no fastidiar ni contaminar a los otros y está bien, acepto la discriminación hacia los fumadores, el cigarro hace daño, punto, por eso lo dejé. Los años dorados de los fumadores terminaron hace tiempo, cuando las mujeres embarazadas fumaban o se podía fumar en los aviones. Nunca olvido haber leído a Cortázar lamentarse porque ya no se podía fumar en los cines. Maravillosos, viejos tiempos. Game over.

Ahora, en este triste siglo XXI, a un paso están de internar a todos los fumadores en una isla cual leprosos. Y por favor, no confundan la afirmación anterior con amargura. Repito, creo que la discriminación hacia los fumadores es la única que se justifica. Los fumadores son malos, malísimos. Por eso es que cuando un fumador divisa un balcón le brillan los ojos, porque sabe que ahí estará en varios momentos durante la fiesta, y si puede cerrar la puerta aún mejor. Los balcones son sitios mágicos, sinónimos de libertad, yo los coleccionaba.

Jamás fumé en un baño, me parecen sitio patéticos para hacerlo, ahí se pierde lo romántico de todo el asunto. Cuando entras a una sala de fumadores de un aeropuerto es cuando entiendes que la industria tabacalera es una desalmada (esto lo digo en serio). Un fotógrafo o pintor debería retratar la cara de un fumador fumando después de un vuelo de siete horas. La bencina le da un sabor horrible al tabaco, puro yesquero old school para mí. También fumar llorando o a las afueras de una clínica cambian el sabor de los cigarros. And that is all I have to say about that.

Bueno, aquí lo tienen, soy una Jonky . Lo cierto es que B. y yo íbamos a terminar nuestro affair como Romeo y Julieta. Decidí ser cobarde y plegarme al sistema. Sin embargo todavía me queda el inmenso placer de fumar escondida, quién sabe, a lo mejor… Pero si se me aparece el dios de los súper poderes las cosas cambiarían drásticamente. Aunque si el pana se pone popi y me obliga a escoger un solo súper poder, tal vez, escogería el poder para descongelar corazones con un rayo laser (I have a terrible taste, sue me).

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