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Globos de Oro 2012: El Crepúsculo de los Dioses


Noche de predicciones cumplidas, decepciones varias, caras largas, discurso aburridos y chistes repetidos por parte del moderador en los Globos de Oro, donde la crisis y la depresión fueron los fantasmas de la velada a conjurar y exorcizar a través de las dos previsibles películas ganadoras: “El Artista” y “Los Descendientes”, metáforas del miedo de Hollywood al cambio, de su temor al fracaso y de su necesidad de reinventarse para poder subsistir, pero sin abandonar sus patrones clásicos y académicos.
En efecto, la soporífera ceremonia de ayer confirma la tendencia de la meca, al apostar por sus fichas de la tradición, mientras permite la subida del podio de la generación de relevo conservadora e integrada a la industria.
Por un lado, de ahí las victorias de las vacas sagradas para calmar a la vieja guardia y afianzarle el toque de legitimidad cultural a la gala de etiqueta : el rancio regalo de consuelo al Rey Midas de Steven Spielberg por “Tintín”(cuando se lo merecía “Rango”), el eterno deja vu de Meryl Streep( en lugar de Viola y Gleen), el tercero de Martin Scorsese(quien echó abajo los pronósticos de los apostadores) y el último de Woody Allen, cuya identidad volvió a brillar por su ausencia. El autor de “Medianoche en París” jamás asiste a la pavosa y decadente celebración seudo viscontiniana y versallesca de la prensa extranjera radicada en Estados Unidos, ahora encima con la espada de Damocles de la recesión económica. Nada de ello pasó desapercibido en la puesta en escena de la gala.
Por el otro, fuera del grupo de las barajitas repetidas, lograron imponerse los candidatos nóveles, advenedizos y recién llegados de la corte de la corrección política: el exabrupto de la rubia insípida de Michelle Williams por “My Week with Marilyn”, el triunfo cantado de Jean Dujardin por “El Artista” haciendo el papel del tonto europeo consagrado por el esnobismo del star system al estilo del olvidado payaso de Roberto Benigni por “La Vida es Bella” y la repetición del cliché de “Lo que el viento se llevó” en la estereotipada reivindicación de la “criada” madura y de “Color Púrpura” de “The Help”, versión de autoayuda del cuento de “La Cenicienta” para el público retroprogresista y demócrata del siglo XXI.
La izquierda caviar, en una de sus típicas imposturas, jugaba a coronar y premiar a la “nana” frente a la élite de las damas y caballeros de sociedad, a la manera de los “radicales chics” de Nueva York, deconstruidos por Tom Wolfe.
Antes organizaban fiestas con Leonard Bernstein para recaudar fondos en pro de las “Panteras Negras”. Al menos se cuidaban de contratar personal de servicio de origen latino y blanco, para no molestar a los invitados de Harlem y el Bronx. Ahora, las almas caritativas del concierto exquisito, retroceden a los tiempos de la segregación sudista, para fingir su apertura con las minorías desplazadas de Los Ángeles. En un retroceso histórico, vuelven a tranquilizas sus conciencias con el voto por la nana emancipada. Nostalgia por el guetto, falso aire de reconciliación racial y la dieta acostumbrada del “show” étnico de la diversidad. De la cosificación de la alteridad a la domesticación del apocalipsis. Todo en sintonía con la época del discreto encanto de la burguesía de la familia Obama, elevada al altar de las dinastías presidenciales de abolengo. Son la proyección vigente de la fantasía mutante de la regeneración de los Kennedy. Primero plebeyos y luego señores de la nobleza.
En tal sentido, la maquinaría de filtración de la disidencia, se anotaría una cesta de tres puntos desde la frontera de los barrios pobres con la beatificación de Morgan Porterfield Freeman, de manos de Sidney Portier, el caballo de Troya de los estudios para apaciguar al mercado afro y el modelo de decencia colonial del arquetipo del esclavo redimido de “La Cabaña del Tío Tom”. De retorno a los dilemas de la esclavitud en pleno tercer milenio.
Barack sigue siendo apoyado por la mediática a lo lejos. A menudo, el “mainstream” es así de oportunista y oficialista. Pasa con el Miss Venezuela, sucede en el contexto de los estrenos y estrellas. Cuesta resistirse al encanto de los poderosos. La principal lección moral del domingo, amén de la consolidación de la hegemonía del patrón Harvey Weinstein, aka “The Punisher” o “The Boss”. Después hablaremos de él.
Interesante porque los Globos de Oro del 2012, parecían una copia de las entregas de galardones de principios del siglo XX. Es la paradoja de vender como fresco el encanto “anticuado” y vencido de los “adorables primitivos”, con Meliés, Chaplin, Ford, Fairbanks y los silentes a la cabeza del reparto. La contradicción de confrontar a los tanques del verano en tercera dimensión, con “blockbusters” en homenaje al período mudo y de barraca de feria, aunque en 3D.
Son los cambios “Gatopardianos” de “Hugo”, “Tintín” y “El Artista”. Tan sólo una ilusión de metamorfosis, para superar las burbujas del presente, aunque con poca oportunidad de trascender a futuro. Luce como la moda de la temporada condenada a fenecer en el próximo verano. Lástima.
Por ende, faltó mayor humor negro e inspiración del lado del conductor, Ricky Gervais, para desnudar y deconstruir la farsa de las cientos de incongruencias de la transmisión en vivo. Incluso, lo desafiaron y hasta Madonna lo dejó en ridículo. ¿Repetirá con su actuación moderada y desprolija del fin de semana? Lo ponemos en duda. Nadie rescató su triste desempeño. Escupía frases aprendidas de memoria y con la mitad de la gracia del 2011. Llegó a su zona de confort y debe renunciar al puesto. Es lo mejor.
En paralelo, empezaron a desfilar los despropósitos sobre el marco del estrado. Los de la Prensa Extranjera conspiraron y nos dieron un madrugonazo con el golpe de estado de “El Artista” en la categoría de música.
“The Punisher” se salió con la suya y metió por los ojos de los electores a la favorita menos lógica. Es muda, y para rematar, su banda sonora recibe cachetadas de medio mundo. De hecho, quiere representar el drama de la caída del cine silente, pero utilizando música de otro contexto histórico, como el caso de la partitura original de Vértigo(1958).
La banda sonora de “Vertigo” la compuso Bernard Herrmann en la posguerra. The Artist la vuelve a utilizar, cual comodín, para ambientar una época distinta. El efecto es desagradable y desastroso. Un anacronismo mal empleado.
La propia protagonista de Vertigo, Kim Novak, condenó el uso de la música de Bernard Herrmann en “The Artist”. No es su único inconveniente. Por último, el final de “The Artist” es un poco falso, forzado, impostado y condescendiente con la crisis pasada y actual de Hollywood. Por algo la glorificaron y justificaron en los Globos de ensayo del Óscar. Ellos cometen los errores. Veremos si la academia enmienda la plana.
Continuaron los desatinos con la concesión a la diva del pop. Miradas de incredulidad bañaban el proscenio. Dustin Hofman andaba con cara de perro, como obligado, y Leonardo Di Caprio quería armar su “Pandilla de Nueva York” y resolver el entuerto a cuchillada limpia. Producto de la escasa oferta del menú y de la escasez de la champaña. Los tragos no surtieron efecto positivo en la visita. Por ironías de la vida, hubo un contraste fascinante.
La gente ovacionaba y se reía con los galardones de la televisión. Un placer reencontrarse con Lange, Sofía Vergara, Laura Dern. Los premios del cine eran acogidos con ligeros rostros de desenfado y escepticismo. Molestó la omisión de Meryl a su colega, Gleen. La tensión podía cortarse con una navaja alrededor de la atmósfera tensa y espesa. El numerito del francés, Jean Dujardin, quiso agradar a la platea y tampoco funcionó. Con seños fruncidos, aceptaron la locura de coronar a Michelle Williams por encima de la protagonista de la enorme comedia, «Damas en Guerra».
El veterano y venerable dinosuario de Christopher Plummer le cerraba el camino al avance del automóvil de «Drive», conducido por el impresionante, Albert Brooks. Los del Parque Jurásico subían los pulgares por la misión cumplida. Contuvieron al piloto bizarro. Jubilaron y enterraron al inofensivo intérprete de la tercera edad.
Por fortuna, en cuestión de segundos, George Clooney sacó la casta y demostró su habilidad innata para romper el hielo y acabar con el reinado de la solemnidad “choronga”, manifestada en cada discurso de agradecimiento al patrón respectivo. El más nombrado: Harvey Weinstein, alias de “The Punisher”, el promotor de “El Artista”, de Madonna, de “The Iron Lady” y “My Week with Marilyn”. Fue otra noche redonda para los hermanos de cara al Óscar. Así prolongan su estadía en la cúspide de la Prensa extranjera y la academia, tras su éxito el año pasado con “El Discurso del Rey”. ¿Consecuencia de sus conocidas campañas de publicidad en el medio?¿ Resultado de su millonario trabajo de lobby?
La gente de la Fox Seachlight también compartió protagonismo, por el repunte de “Los Descendientes” hacia el desenlace del partido de trámite. Alexander Payne recogió con una moderación y seriedad propia de los Coen, el trofeo por la mejor película dramática. La audiencia aplaudió por compromiso, porque conocían el veredicto con antelación. El mismo Alexander Payne aguardaba sentado por el resultado favorable.
Por tanto, el balance es negativo en la comparación con el de la edición 68. La del 69, número problemático, desembocará en los anales de los peores capítulos del galardón, a merced de su improvisación, de su moderación diplomática y de su falta de ingenio, de creatividad, de sorpresa.
Ya los Globos no son una alternativa ante los Óscar. Se contentan con servirles de calentamiento y de período de prueba a los premios de la academia. Ni una palabra de las redes sociales, ni un mínimo interés por calar en Twitter o por reconocer los grandes retos de la era contemporánea.
Se sumergieron en la crisálida de la evasión del sueño americano. Apenas la emergencia de “Una Separación”, le brindó un toque de realidad al refugio del escapismo. Su director casi pedía clemencia y comprensión por su origen iraní. El mensaje era: no soy un terrorista, soy un hombre de paz. Pero la guerra sigue su curso en el medio oriente. Culpa de la nula gestión de Obama. El Bush disfrazado de personaje educado.
En el palacio de Versalles de los Globos de Oro, los ganadores se refugiaban en su bunker, pensando en la ficción de la bonanza y la prosperidad. Se alegraban del éxito de “El Artista” y abogaban por el renacimiento del cine a través de su legado. Por una noche, imperó el hechizo del tiempo de la disipación y evaporación de la pesadilla de la caída de la bolsa.
Por desgracia, el hundimiento se contuvo por minutos, por fracciones de segundo. Afuera, los piratas y los comanches esperaban a los invitados para desayunárselos.
A las seis de la mañana y con ratón, “El Artista” y sus amigos despertaron del encanto. Todavía seguíamos en una película en blanco y negro de 1929, a la luz del crack.
¿Es el 2012?
Bienvenidos de vuelta a la década de los treinta.
La historia se repite como tragedia y farsa.

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