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Crónica del Festival de San Sebastián 2011: Último Capítulo

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Crónica del Festival de San Sebastián 2011: Último Capítulo


A modo de conclusión, la experiencia del Festival superó con creces nuestras expectativas, tras la primera incursión a Donostia en el 2010. La edición 59 mostró mayor consistencia en la selección oficial, así como en el resto de sus ciclos y retrospectivas paralelas, encabezadas por la sólida programación de Zabaltegi, donde pudimos apreciar las joyas de la corona y las perlas de la cosecha de autor del 2011, desde Berlín hasta Cannes, pasando por Venecia y Sundance.

Con el retorno al país vasco, aprendimos a valorar aun más el trabajo de los colegas del medio, quienes nos brindaron lecciones de ética, tenacidad y rigor con su ejemplo.

Los reporteros de la fuente en Europa saben hacer su oficio, viven de la investigación y no se conforman con lo mínimo. Esperan lo mejor de la cultura audiovisual y cuestionan lo peor de la industria internacional, sin caer en falsas imposturas intelectuales y poses de divo.

Con ellos, compartimos encuentros maravillosos, enriquecedores e impredecibles en ruedas de prensa, al calor de discusiones y debates intensos sobre las películas. Aquí, por suerte, ninguno formula preguntas estúpidas del tipo criollo.

De igual modo, descubrimos por dentro la manera en como funciona la maquinaría de la organización, bajo una aceitada red de conexiones entre periodistas y miembros del protocolo.

Por ende, logramos conseguir entrevistas y fijar citas para conversar con los invitados del concurso. Antes desconocíamos la forma de pautar a un director o a un actor. Aplicábamos mal la metodología, íbamos directamente a la fuente y nos perdíamos en el camino por desinformación. Ahora el resultado es distinto gracias al accesible sistema implantado por la administración del presidente, José Rebordinos.

Además, encontramos la brújula de la alimentación, después de la degustación culinaria del año pasado, cuando en vista de la pésima orientación y olfato, acabamos comiendo chino, hamburguesas, tapas terribles y fast food. En cambio, durante la estadía del 2011, almorzamos y cenamos en lugares gratos con menús suculentos.

Aparte, las recomendaciones de los amigos surtieron efecto y dieron en la diana, como la bocatería “El Campero”, sugerida por el estimado Daniel Pratt . Su especial de pollo no tiene desperdicio. Las media lunas eran mis favoritas del desayuno. Por la noche, nos aventuramos por la especialidades de la casa y nunca salimos decepcionados.

Por desgracia, no podemos decir lo mismo de algunos platos fuertes de la carta de San Sebastián. Es el caso,hablando del tema, de la socorrida nueva sección de “Cinema Culinary”, una promesa incumplida de proyecciones con catas de vino y pasapalos incluidos. Asistimos una vez, apenas recibimos un bombón de licor en la entrada y jamás retornamos. Por fortuna, las cintas del repertorio gastronómico embelesaron y gustaron a los paladares exigentes de propios y extraños.

En cuanto al grueso de los contenidos, percibimos un cierto aroma a estancamiento por los predios de la industria ibérica, un olor medio rancio por el lado de América Latina(empezando por Argentina y terminado por México), y una evidente falta participación por parte del supuesto oxígeno de recambio del cine venezolano,desaparecido por completo del mapa y de la orbita internacional, a no ser por pequeñas y minúsculas apariciones de estrellas enanas y fugaces. Simples fuegos de artificio y potes de humo de un gremio autoindulgente y ahogado en su eterno baño de crema para realizadores endogámicos, conectados a la flor intestinal de PDVSA a través de sus filiales petroleras de la mentada y sacrosanta plataforma. Léase el CNAC y la Villa. Una generación complaciente con el estado y únicamente preocupada por filmar a costa de venderle el alma al fausto( de la revolución). Saluden al diablo de mi parte.

Sea como sea, las brechas son enormes de norte a sur y de este a oeste. Europa, Estados Unidos y Asia lucen como mercados establecidos a pesar de la crisis. Pero sus películas esquivan los temas duros y buscan responder a la depresión con propuestas elementales y básicas de manual, a excepción de ciertos casos aislados.

Por ejemplo, Johnnie To emprende una vigorosa relectura de la depresión económica y la caída de la bolsa en “La Vida sin Principios”. Se proyectó el miércoles. El jueves aconteció el jueves negro. Cinta profética.

A nivel de narrativa y construcción del relato, aquejamos la persistencia del melodrama choronga y moralista, con desenlace de familia unida y redención por medio del amor o el afecto. Al respecto, es una tesis compartida por títulos sintomáticos de los tiempos conservadores y reaccionarios, como “Le Skylab”, “El Árbol de la Vida”, “11 Flores”, “La Voz Dormida” y la misma “Kiseki” de Kore Eda.

En la acera de enfrente, surge el faro de Alejandría de “Martha, Marcy May, Marlene”, estudio de la esquizofrenia alentada por el sectarismo escondido detrás del hogar dulce hogar.

Otro punto en común lo constituye la revisión del argumento universal de la mujer infiel por vía de Arturo Ripstein, Terence Davies y Sarah Polley. Es la clásica resurrección del espíritu naturalista de Flaubert en “Madame Bovary”, ícono del feminismo moderno y liberado.

De las mujeres del conjunto, destacamos el empeño pacifista de Nadine Labaki al denunciar el origen machista del conflicto religioso en medio oriente, y celebramos la minimalista crítica social de Ana Katz en “Los Marziano”, comedia agridulce acerca de la división de clases y el absurdo apartheid de las urbanizaciones de los suburbios(los famosos “countrys” de “Truman Show” localizados en Buenos Aires). Bofetada al materialismo histérico y el fracaso de las utopías de Menem, Cristina y compañía. Un país lleno de agujeros negros como el nuestro.

Mientras tanto, los hombres permanecen ahogados en un mar de contradicciones y horrores narcisistas, a la luz de trabajos y desmontajes del egocentrismo hiperviolento y onanista, de la talla de “Shame”, “Tiranosaurio” y “Rampart”.

En el plano experimental, los británicos, los franceses, los griegos, los japoneses y los alemanes dictan cátedra de vanguardismo 3D, sensibilidad artesanal, contención minimalista y expresionismo digital.

Técnicamente palpamos el agotamiento del género documental, del cruce de la ficción y la no ficción, de la nostalgia banal por el glamour y de la escuela de Barcelona, identificada por el hueco y el vacío de un séptimo arte mentadamente de avanzada, hecho por y para hipsters.

En tal sentido, Isaki Lacuesta quiere reencarnar la densidad pictórica de Erice y Guerín, pero no lo queda y les llega a los talones con su fallida “Los Pasos Dobles”, paradigma de su burbuja estallada y distanciada de los auténticos problemas del momento.

Por analogía, el catálogo ibérico del Festival nos decepcionó por su alejamiento de la circunstancia política de la actualidad. Por oportunismo, los autores españoles semejan a la pandilla de Chalbaud, al rodar telenovelas de época con marcado aliento de folletín antifranquista concienciado y correcto.

En suma, el saldo es positivo en lo macro y negativo en varios aspectos globales y particulares. No por nada, recibimos el fallo del jurado como un baldazo de agua fría. Ganó Isaki Lacuesta, perdió Kore Eda y Memo le pasó factura a su enemigo declarado, Arturo Ripstein.

Los españoles debían alzarse con la Concha, pues así lo había determinado un sector minoritario de la organización, encargado de cocinar el gato por liebre de Lacuesta, con su película ampliamente denostada por los entendidos y el público.

“Los Pasos Dobles” es un film demodé y generoso en reduccionismos antropológicos, estéticos e intertextuales. Peca de neocolonial y se pretende lo opuesto. Es un mea culpa disfrazado de ejercicio etnológico y pictórico. Se contenta con desplegar su apertura afrodescendiente, en un remedo del portafolio racista de Leni en el continente negro. Es la versión intensa de “Los Dioses deben estar Locos”. De hecho, un niño se bebe una Coca Cola a pico de botella en una apuesta. Si era un chiste, no lo entendí y me lo tomé como un trago amargo de la publicidad encubierta. Por algo, es una película harto subsidiada por el estado español. Y la premian por irse a África de cacería de cuevas. Por favor.

Mejor es “La Havre” de Aki Kaurismaki, superior a la de Mallick. Un viejo hace un concierto de rock para mandar a un chico africano a casa de su madre en londres. Pero las películas así, honestas, francas y frescas no se llevan las Palmas, ni los Osos, ni los Leones, ni las Conchas, reservadas para la glorificación de la complejidad falsa y el trascendentalismo de comiquita.

En consecuencia, las materias pendientes de Donostia son depurar su jurado(conformado por fotos fijas de revistas frívolas), integrar a los llamados “invisibles” o apocalípticos , conjurar los espectros de la corriente indignada, e incorporar a las olas del “hazlo tu mismo” en clave 2.0. (condenadas al ostracismo por miedo y prejuicio).

El futuro de los Festivales es la gratuitidad, internet y la desactivación del engranaje de la cursilería y la ridiculez de los consentidos de las primeras planas.

El cine deber ser lo importante, no el culto a la personalidad.

Hasta el próximo año, Donostia.

Gracias por todo.

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