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Réquiem por Lina Ron

De todos los tabúes de la civilización occidental la muerte es el más divertido, el que más hipocresías levanta, el que más despierta el lado cretino de las personas. La forma en que nos relacionamos con la muerte es social, por compromiso, como si morir fuera el equivalente a una fiesta de quince años a la que todos debemos acudir ataviados de un traje formal a presentar nuestros respetos a la quinceañera y bailar un vals con ella.

Por eso DETESTO los funerales, en especial los de mi familia.

En abril de 2002, mientras Chávez caía y se volvía a levantar, yo, con 18 años, estaba en el Hospital Victorino Santaella, junto a mi mamá y mi tía, esperando la muerte de mi abuela, afectada de Tuberculosis. Cuando falleció, el 12 de abril, se desató el show: gente que no había pasado ni un día de los cuatro meses que estuvimos ahí con ella, apareció para decir ridiculeces varias. Trajeron flores y hasta globos. GLOBOS!!!!!!

Por aquellos días no se había desatado la fiebre de los mensajitos de texto, y sin embargo a mi teléfono llegaron decenas de mensajes de primos que nunca había visto, de gente que ni sabía que eran familia mía, diciendo bobadas como: «Lástima por la vieja. Pobrecita«, «Dios la tenga en su gloria y lleve por el camino de la luz«, «Dios recibe en su seno a la personas de buena voluntad«, «Sabemos que tu abuela está al lado de nuestro señor Jesucristo«, «Que la virgencita la reciba y le dé cobijo«, «Sabemos que en el más allá se encontrarán de nuevo«. Peor escritos, claro.

El funeral fue peor, una de las experiencias más desagradables de mi vida. Mis tíos, que ni se molestaron en ir a visitarla a Nirgua, dónde mi abuela tuvo una amarga vejez marcada por la pobreza y la soledad, estaban ahí, hablando paja y llorando sobre su urna. Todos vestidos de negro, todos con cara de tragedia, todos afectando una mueca, todos acercándose a mi mamá para soltarte mierdas religiosas.

Yo estaba en una esquina, fumando como un psicótico, con una franela de Korn. Hacía semanas había ido a su concierto y todavía recordaba su música, que por aquel entonces me parecía la vaina más arrecha del mundo, hoy, apenas y si los escucho. Y pensaba en mi muerte. Ese día decidí que no quiero funeral. Básicamente porque no entiendo los funerales. Y menos entiendo el luto. ¿De que rayos sirve vestirse de negro durante ocho días?, ¿en qué ayuda que dejemos de oír música y hacer celebraciones durante un mes? ¿Eso revive al muerto?

La muerte es, no es buena, no es mala, sólo es. Existe. Es un hecho. Todos morimos y ya. Lo único que uno puede desear es que antes de morir la vida haya valido la pena. Por eso fumo, bebo, tiro… Por eso no creo en Dios. Por eso me dan lástima todos los guevones que andan promoviendo medidas anti-tabaco dizque para permitir que los fumadores no nos enfermemos y tengamos una vida larga. Por eso me encanta Jackass, todo un reto al miedo a la muerte y al dolor que nos siembran desde niños.

Cuando muera, espero que todos a quienes yo les importe, se bajen una botella de ron y hagan una fiesta en mi honor. Espero que todas las mujeres que he amado se reúnan a conversar un rato sobre mí, que se rían de mis complejos, que me recuerden con una sonrisa y que sepan que las quise y que lamento si no pude hacerles feliz o dejarles algo, ellas a mí me dejaron todo y sólo por eso creo que mi vida valió la pena. También desearía que se desnudaran y se pusieran a tirar entre ellas, para verlas desde el más allá y reírme un rato y gozar con una orgia lésbica, mucho más agradable como imagen de despedida que los fucking angelitos en pañales.

A mí me hacen el favor y me creman, o me entierran en una urna forrada con afiches de Shu Qi desnuda y me ponen un playlist con mi música favorita. Además, como Nelly Furtado es una mercenaria que acepta dinero para tocar dónde sea, así sea en una dictadura, pues a ver si me la consiguen para que cante un rato para mí.

En fin… Lo que sea (y puedan), pero por favor, no permitan que todos los que me detestan se presenten a llorar, Y MUCHO MENOS A REZAR (SOY ATEO, NO JODA) para despedirme.

Las personas se mueren con su legado.

Carlos Andrés Pérez se murió con su corrupción, con sus violaciones a los Derechos Humanos, con su pésimo gobierno, con el asesinato de cientos de civiles por órdenes suyas. También se murió con sus méritos, que los tenía.

Lina Ron se muere con un gran mérito: su honestidad. Era una mujer honesta y frontal y eso, en tiempos de (gitanos) hipócritas se agradece. Pero también se muere con su violencia, con su discurso de odio, con su desprecio por todos los que no fueran como ella, con sus agresiones a periodistas, con su provocación a todas las movilizaciones ciudadanas que se hacían desde el sector opositor, con la enorme fractura que dejó entre los venezolanos más pobres, a los que utilizó a diestra y siniestra para ejecutar actos de violencia. Se muere con el dudoso honor de haber jugado con las necesidades de las personas sin vivienda, a las que manipuló para promover invasiones. En fin, se muere como vivió, como Lina Ron.

Yo no tengo rollos en decir que celebré la muerte de Carlos Andrés Pérez y la de Pinochet. Celebraré la muerte de Fidel, de Videla, de Baby Doc… Y lo siento, pero si no fui hipócrita cuando murió CAP, no lo seré ahora cuando murió una de las grandes responsables de esta situación de violencia social que nos envuelve.

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