Una deidad terrenal a mis pies

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El fuego avivante enciende cada rincón de la casa
Preña de intensa luz a las sombras apartadas de ella
Y ella, duerme placida en el inmenso sofá verde oscuro
Al abrir la puerta que rechina en sus viejos maderos
Mis ojos enceguecen al ver la luminosidad creciente
Del fuego resplandecer suspiro a suspiro sobre su desnudez.
El calido respiro de las llamas arropa su hermoso cuerpo
La protegen de la calamidad moral y la frialdad en sus posturas
Que provocan aquel frío quemante tan desagradable
Que congela nuestra cordura y condena toda cultura.

Ella relame sus labios dócilmente y pienso con lujuria
En su dulce sueño de burbujas orgásmicas que estallan
Sin cesar en su sexo y en la cima de sus senos
Cierro lentamente la puerta y maldigo cada estruendoso rechinar
Mis pies flotan en el aire hasta llegar a las orillas
De aquella escultura que envidia afrodita
Coloco los lentes sobre la mesa, aflojo sutilmente
Mi corbata y me entrego a la contemplación de su ser
Afronto con mis débiles creencias la magnificencia
De una deidad terrenal a mis pies.

Se desploman las aburridas razones de mi existencia
Absurdas para la hora del vivir y del amar.
La pequeña brisa de mis manos ansiosas por querer tocarla
Llega hasta su piel de nácar como un leve soplo
Electrizando los poros y acariciando el interior de sus muslos
Ocasionando la continua y delicada fricción de sus partes erógenas
Ella tiembla y es adorable. Su ternura es insólita y aun duerme.
Miro cada recodo de su entrañable y seductora silueta
Apaciguada en el diván de mi sala de espera.

Siempre ha estado allí y la he atacado con el marfil de la indiferencia
Dejándola sola y abierta al placer de los reflejos de su cuerpo
Bañada en espejos que no hicieron mella en mí conciencia
Ahora anhelo toda su belleza, deseo sumergirme en su lozanía
Y evocar el tiempo donde el amor era armonía entre lo dos
Donde la fuerza y la excitación, exaltaban la bestia interior.

Admiro el fuego rojizo que aviva mi ser y respiro por última vez
Me doy vuelta, con mis ojos hambrientos buscando su jugosa carne
Con mi boca jadeante zambulléndose en sus labios de carmín incitante
Y ella despierta abruptamente con una mirada que jamás pudo pertenecerle
Debajo en un cojín sobresale un brillo y ella saca de ahí un cuchillo
Que penetra en mi cuello, desgarrándome la yugular y acabando conmigo
Dos segundos en los que comprendí que en el amor juegan más de dos
Y para fulminar el odio y el hastío solo basta con asesinar al vecino.

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