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Mi turno: Hermano

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A mí me gusta ver películas habiendo dejado un tiempo después de que se estrenen porque me gusta escuchar a la gente hablando y me gusta leer las críticas y reseñas, que van dándole forma a los prejuicios que todos tenemos antes de cada película. Y todos los tenemos. La mayoría de la gente que fue a ver Hermano lo hizo por la repentina explosión de la farándula caraqueña que, de la nada, empezó a hablar de una película venezolana que había ganado en el Festival de Cine de Moscú, evento del cual es muy probable que la mayoría de la gente que la promovió y que fue a verla jamás había escuchado. La publicidad fue tan importante en el fenómeno Hermano que, sin ella, tan sólo habría sido otra película abandonada en el menú del buhonero de confianza, ni siquiera digna de ser quemada por poca rentabilidad. Esta gente que fue a verla en su primera etapa tenía tres premisas en la cabeza:

  1. «¡[Inserte nombre de celebridad caraqueña aquí] mandó un tweet diciendo que era buenísima!»
  2. «Ganó un no-sé-qué en un Festival de Rusia. ¡Hay que verla!»
  3. «Es una película venezolana. ¡Hay que apoyar el cine venezolano!»

Esta tanda de gente, no obstante, contó con pocos decepcionados, pues la popularidad de Hermano se multiplicó y forzó a las principales compañías de cine a sacarla del Trasnocho y a ponerla en sus salas. Ya en este momento, muy pocas personas no habían escuchado sobre la película y sobre su argumento: barrio… delincuentes… drogas… mafia… lenguaje… pobreza… y fútbol. Un tema que pudo haber sido cualquier otra cosa a no ser que el Mundial no estuviese en progreso; no sorprendería que la próxima Madre, o Abuelo, o Tío gire en torno al béisbol y aparezca entre octubre y enero.

Esta segunda ronda de cinéfilos abarcaba un ámbito muchísimo más amplio que el primero, y este grupo tenía entonces distintos prejuicios:

  1. «La están pasando en el cine»[1]
  2. «¡Es sobre fútbol!»
  3. «Hablan nuestro idioma»[2]
  4. «Es una película venezolana. ¡Hay que apoyar el cine venezolano!»

En vista del monumental número al que creció la gente que la vio en este período, era inevitable que apareciesen los primeros desencantados. Fueron demasiado pocos los que dijeron lo mediocre que era la película, lo poco original, lo predecible… y fueron muchos los que, en cambio, dijeron: «¡no puedo con ese final!», «¡lloré demasiado!», «¡es muy buena, tienes que verla!». Yo había querido verla desde el principio pero, como dije, dejé que se cocinaran todas estas críticas antes de verla yo mismo, porque sabía que tendría demasiados prejuicios negativos. Sin embargo, con todas las cosas maravillosas que ya había escuchado, mis prejuicios lograron voltearse radicalmente. No soy ingenuo y, por supuesto, no deseché el principal de ellos: «Es una película venezolana sobre barrio, pobreza, drogas y crimen». Ya en este punto la tercera tanda se había iniciado, que somos, básicamente, los que no pagamos por verla, los escépticos primitivos, los pesimistas. La vemos con una predisposición mestiza, sin saber qué pensar ni qué esperar realmente, pero la vemos, luego de semanas sin participar en las conversaciones que la involucraban. Otra película venezolana ha ido surgiendo mientras tanto, Habana Eva, que también se ha llevado glorias en el Festival de Cine Latinoamericano de Los Ángeles (y por la que estoy esperando a ser de la tercera tanda, o de ninguna considerando lo que acabo de ver), y los medios artísticos saltan a hablar del boom del cine venezolano, de que lo que le viene es futuro, de las pequeñas promesas en dirección, producción y actuación, etc. etc. Se conforma, pues, un nuevo prejuicio: «Hermano ha sido capaz de inspirar a la industria cinematográfica. Debe ser una obra revolucionaria». Estas dos ideas preconcebidas son las que tenía yo antes de Hermano, un amasijo de lo bueno y de lo malo que había escuchado sobre ella. Yo admito que la vi predispuesto, sí, predispuesto por el prestigioso juicio del Festival de Cine de Moscú, y estaba preparado para concluir diciendo que fue sólo otra película venezolana… pero terminé convencido de que es mucho menos que eso.

La primera escena me emocionó, a los pocos segundos de entrada la película, no le encontraba problemas: bien actuada, bien ambientada, buen sonido, buenas cámaras. Pero se les dio la vuelta a todas mis buenas expectativas con unos segundos más de filme.

Empezaré con la música, y no me refiero a los géneros (estaba preparado para escuchar bastante reguetón, teniendo en cuenta la atmósfera, y bastante música inspiradora, teniendo en cuenta el tema). Recibí lo que esperaba, pero como si me lo hubieran lanzado con una patada. El volumen estaba descontrolado y opacaba a los personajes, pero toscamente; las canciones empezaban fuera de lugar y muchas tenían poco que ver con la escena en la que se colocaban, y mucho menos que ver con la película como un todo (¿Rolling Stones? por favor). Esto último resulta curioso cuando, en las escenas más dramáticas, en las que podrían incluso requerir algún tipo de armonía, no la hay; apenas pajaritos y tráfico a la distancia y nada más. Y se entiende ese mensaje absolutamente realista, se entiende… pero no hagas el efecto de silencio dramático en esos momentos, una vez que has abusado equivocadamente de la música en situaciones que no necesitaban de ella y que, en ese espíritu tan «realista» tuyo, jamás tendrían.

Lo mismo ocurre con la edición de sonido y, ¿por qué no?, con toda la edición. Es posible (y lo digo porque lo hice buscando una manera para entretenerme mientras veía la película) señalar puntualmente los segundos exactos en que se cambia cada uso seguido de la cámara. Uno sabe que una escena no fue grabada de manera continua por la diferencia brutal entre el sonido de uno a otro cuadro, cosa que sólo puede deberse a que fueron usadas o bien cámaras distintas, o bien una misma cámara con una configuración diferente. Cualquier película de bajo presupuesto puede lograr ese juego en una misma escena sin los groseros cortes del sonido en los que hay silencio en un principio, y un instante después se escucha una corneta que ha estado sostenida por al menos diez segundos. La crítica a la edición no termina aquí. En cuanto a la vistosidad del filme, sólo me referiré a la escena del partido final, en donde no niego que el seguimiento que hacen las cámaras del juego esté bien hecho, pero que, de nuevo, convierte a la escena en un mosaico de imágenes descuadradas e incongruentes que, en un primer momento, están grabadas con la cámara usual que se ha usado en el resto del filme pero que luego cambia esporádica y alternativamente a una de alta definición (digo yo) en la que los colores son más intensos y la calidad incuestionablemente superior, para después regresar a la mala calidad habitual, como si fuese un sucio collage infantil embadurnado de pega y con sus guijarros medio despegados. Collage, dicho sea de paso, que mostramos a los adultos y ellos aplauden, pensando que «tan sólo se trata de un niño, al menos hay que reconocerle que hizo el intento». Es tan brutal el aplauso a la imperfección que, en el artículo en inglés de Wikipedia sobre Hermano[3] (escrito por un gran entusiasta), se dice muy orgullosamente que la película tiene 8.1 en IMDb con nada más y nada menos que 71 votos[4]. ¿Por qué estar orgullosos de esta mísera aparición en IMDb y no tratar de hacer una película que obtenga 8.1 pero con más de 70 mil votos, y que supere a Amores Perros y a El secreto de sus ojos? Ah, México y Argentina sí pueden, pero nosotros tenemos que contentarnos con los desaciertos.

A propósito de la actuación, sólo diré que ha sido sobrevalorada. No encuentro a nadie que actúe particularmente bien, pero no lo digo por el talento inherente del reparto (se tiene la sensación ineluctable de que no son malos actores en absoluto, pero que carecen de algo vital), sino por la falta de motivación que tienen los personajes. De esto tienen la culpa tanto los guionistas como el director: los primeros por no formar correctamente a sus creaciones, y el segundo por no cubrir efectivamente las lagunas que dejaron los primeros. ¿Por qué Maximiliano iniciaría una masacre contra los huelepegas por unos zapatos? ¿Por qué Julio terminaría odiando tanto el fútbol tras la muerte de su madre? ¿Por qué odiaría tanto a su hermano, que no tiene la culpa de nada? ¿Por qué la muchacha que estaba embarazada[5] ama tanto a Daniel; es más, para qué existe siquiera su personaje? ¿Por qué el director del Caracas F.C. contrataría a un hampón que no respira más que odio y venganza durante toda la película? Y así pueden continuar las preguntas. Se pudieron haber hecho personajes más simples y aún mantener intacto el mensaje de la película, pero por alguna razón los creadores insistieron en abarcar demasiado y dejaron que se les salieran los personajes por entre los dedos, y esto no es culpa de los actores sino de los libretos que les hicieron actuar.

Por último, no quiero dejar un vacío en cuanto al tema y al mensaje. De verdad que se comprende la intención de la película, es bastante clara, sobre todo porque el mensaje ha venido observándose en todas las películas venezolanas hasta esta fecha. Más que acostumbrados, estamos hartos. Sí: sabemos que hay mucha pobreza. Sí: sabemos que las drogas en los barrios son un problema. Sí: sabemos que la violencia está fuera de control. Sí: muchas adolescentes quedan embarazadas. Sí, lo sabemos, lo vivimos cada día; lo último que necesitamos es ir al cine y ver lo mismo, y mediocremente ejecutado. ¿Por qué ese mismo tema y ese mismo mensaje pueden ser plasmados en el célebre video de OneChot, por ejemplo, y aún así parecer original y más profundo, y sobre todo artístico? ¿Dónde están esos realizadores con esa particular sensibilidad y visión de la que carece Hermano? Siento que luchar contra la utilización del tema marginal sería gastar energías, pero no puedo dejar de preguntarme ¿por qué resulta tan necesario y vital para el cine venezolano mostrar la realidad de Caracas? ¿Acaso ya no tenemos para ello a Globovisión, o a Alberto Ravell y a Nelson Bocaranda ahogándonos con esa realidad por Twitter? ¿Qué es este realismo del cual no podemos zafarnos en el ámbito artístico, que parece ser tan fundamental como el aire? Hay muchos medios catárticos en el arte; entiendo que filmar la realidad pura y sin tapujos te haga parecer un emisario de la conciencia colectiva del venezolano, y entiendo que el espectador autóctono se sienta identificado profundamente, lo que no entiendo es por qué lo tienes que hacer tan mal, ni cuál es la insistencia en plasmar la realidad de esa manera, cuando las metáforas y las alegorías se inventaron para que las usaras, y para que abusaras de ellas si te da la gana.

Apenas terminé de ver la película, me preguntaron al verme la cara si lo que esperaba era una película gringa. ¿De verdad hace falta que diga todo lo malo que hay en esta observación? ¿Por qué tenemos que conformarnos con arte mediocre, como Hermano? ¿Por qué en el resto del mundo se pueden crear guiones como El laberinto del Fauno y Le fabuleux destin d’Amélie Poulain; adaptaciones como Pride and Prejudice y The Lord of the Rings; escenas ejemplares como el Dunquerque en Atonement y el final profundo y explosivo en Fight Club; epopeyas inmortales como Casablanca y Shichinin no samurai… y aquí no, ni nada remotamente parecido? La literatura latinoamericana no se conformó con la tradicional mediocridad del continente y, en cambio, creó sus propios movimientos, literalmente revolucionando al mundo literario a nivel universal. ¿Qué hace falta para que el arte, y el cine venezolano, en este caso, hagan lo mismo? ¿Realmente tenemos tanto mal gusto para encomiar películas como ésta? ¿Realmente somos así de inmaduros?

31 de agosto de 2010


[1] Para el común denominador, cualquier cosa que pasen en pantalla grande es buena. Además implica la prescindibilidad de los subtítulos, que parecen resultar tan odiosos para mucha gente.

[2] Palabras como «huevón», «marico», «vaina», «mamahuevo», etc. calan sorprendentemente bien.

[3] http://en.wikipedia.org/wiki/Hermano_(2010_film)

[4] Hoy ya tiene 107. http://www.imdb.com/title/tt1588358/

[5] Una subtrama absurda e innecesaria de la que se pudo prescindir, pero no se hizo así para reflejar mejor la realidad marginal.

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