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Los Fantasmas del Señor Scrooge: la depresión, la avaricia y el temor a la muerte

Robert Zemeckis lidia con tres fantasmas en su nueva película: la satanización de la técnica del sistema de captura de movimientos, el espíritu burlón del esquivo texto original, y el espectro de la reciente depresión colectiva.

A todos ellos, el director sabe responder con elegancia, astucia e inteligencia en “A Christmas Carol 2009”, denostada y subestimada por la crítica ortodoxa, sin si quiera reparar en su enorme bagaje cultural de estimables referencias cinéfilas, a caballo entre el Bergman de “Fresas Salvajes” y el “Nosferatu” de Murnau, reconvertido en un alter ego de Jim Carrey en 3D, aislado en su torre de marfil “caligarista” de la tercera edad.

Irónicamente, lo secunda el Drácula de Copolla, Gary Oldman, en el papel del pobre dependiente del codicioso protagonista, quien aprende su lección moral, a punta de golpes de humanismo y sensibilidad neoclásica, al recordar al Ford de “Las Uvas de la Ira”, al Chaplin de “La Quimera del Oro”,al Erich Von Stroheim de “Avaricia”, al “Ciudadano Kane” de Orson Welles  y al Capra “It’s a Wonderful Life”, posiblemente la mejor cinta del autor, y de la historia, sobre la posibilidad de redención del hombre en el contexto de las celebraciones decembrinas. Por lo demás, un tema ajustado no sólo a su tiempo, sino a la medida del tradicional mea culpa Hollywoodense, desde la época de los padres fundadores de la meca. Léase Edison, Griffith y Borzage, impulsores del melodrama folletinesco de orientación puritana y concienciada, de ayer a hoy. En la actualidad, vendría a ser lo mismo, pero bajo la premisa corporativa de la responsabilidad social.

Así se explica la obvia contradicción de un blockbuster antineoliberal,financiado por Disney con un presupuesto de avalancha colosal y digital. El Ratón Mickey marca distancia con el pecado de la usura, aunque no deje de cobrar sus millones por concepto de recaudación de taquilla. De hecho, el Pato Donald reconfirma su posición de liderazgo en el box office, gracias a la astucia del creador de “The Back To Future”.

En cualquier caso, el realizador vuelve a salirse con la suya, al desarrollar otro experimento de animación de punta al estilo de “Polar Express” y “Beuwolf”, sus dos fallidas incursiones en el lenguaje de la estética informática, cuyas figuras parecen aquejar de un permanente síndrome de arterioesclerosis por el obvio endurecimiento de sus fibras y de su torpe movilidad, casi al límite del video juego por encargo o de la serie “Barbie” para niñas y de la franquicia “Max Stell” para chicos acostumbrados al placer de la realidad virtual a través de las consolas de PCP, Wii y Play Station. Verbigracia, el film puede llegar a lucir, a ratos, como una extensión del famoso “Guitar Heroe”.

A pesar de sus defectos audiovisuales, la pieza se erige en la obra maestra de su género, por encima de la aparatosa “King Kong”, cuando el actor de Gollum se puso el traje de sensores para recrear al simio gigante de Peter Jackson.

Aquí el comediante de “La Máscara” hace lo propio, a efecto de dar vida a los personajes del brillante cuento de Charles Dickens, síntesis de su profundo malestar contra el egoísmo y la ambición desmedida de la sociedad victoriana. Un par de males y demonios, acrecentados al calor de la posmodernidad individualista, a exorcizar de la faz de la tierra, según el promotor del largometraje, para garantizar la perpetuidad y la felicidad del sueño americano, tras el colapso económico de la bolsa de valores. Sin duda, se trata de una tesis bien discutible.

De cualquier modo, el cineasta lejos de proponer un remedio o un plan de salvataje para paliar el estado de recesión, apenas cumple con elaborar un diagnóstico de la situación, mientras busca aportarle una solución salomónica, a vuelo de pájaro, dentro de los rígidos cánones de la industria, a fuerza de “happy endings” y finales populistas cargados de color esperanza, donde la demagogia del pare de sufrir y del mensaje de autoayuda son impuestos como una obligación del mercado de consumo.

Al margen de ello, el cineasta sabe proyectar nuestros miedos y pesadillas en la pantalla, al concebir un arquetipo goyesco de los mezquinos culpables y responsables de la caída de la reserva federal entre el 2008 y la asunción de Obama. Con humor y con sobrada valentía, el cineasta los sienta en el banquillo de los acusados, para abofetearlos y encausarlos durante una hora y media, cercana a la catarsis de un juicio público, a la manera de “100 Años de Perdón” de Alejandro Saderman, cuando saldamos cuentas con los rateros de la devastación financiera de 1994.

Por ende, si las instituciones no funcionan y no sirven para poner en cintura a los forajidos de la banca, pues el séptimo arte llena el vacío y exige su derecho a replica, para denunciarlos, señalarlos, objetarlos y conjurarlos.En tal sentido, cabe entender el estreno de los últimos documentales de Alex Jones y Michael Moore.

Salvando las distancias, “Los Fantasmas del Señor Scrooge” capitaliza el descontento en boga hacia las empresas de seguros y las entidades de ahorro y préstamo, con la idea de reivindicar y remozar los pilares filantrópicos  de la utopía positivista del orden y el progreso.

Por tanto, Zemeckis nos compromete a mirarnos en el espejo deforme de un anciano decrépito, al borde la extinción, asediado por los espectros de su materialismo histérico. Una flama burlona lo regresa a su infancia perdida y a su juventud, a la usanza nostálgica y existencialista de “Wild Strawberries”. Un robusto genio de la lámpara, símbolo y trasunto del cuerno de la abundancia, lo confronta con su entorno. Para concluir, una reencarnación de la muerte de “El Séptimo Sello” lo lleva a identificarse con la miseria del otro y con su sombrío futuro inmediato de expiración en soledad.

Acto seguido, termina la pesadilla y comienza la conversión del alma en pena, hasta devenir en un alma caritativa, rodeada por niños desvalidos y empleados reconfortados.

El desenlace resulta justificado y apegado a la norma del relato homónimo, más allá de su desconexión con la cruda realidad. La verdad incómoda es , por supuesto, distinta. Por fortuna y para algo, existe la alternativa del sala oscura.Quizás muchos la critiquen por pecar de complaciente en su definición políticamente correcta.

Yo , por mi lado y humildemente, me conformo y aplaudo la iniciativa, por invitarme a pensar en el presente, por sumergirme en un mundo paralelo y por su evidente honestidad.

A fin de cuentas, es una delicada película de Disney, y no un pesado tratado de Marxismo para niños, por la senda de “Vampiros en la Habana”.

En suma, es el retorno del esmerado y consecuente Robert Zemeckis de “Forrest Gump”, “Death Becomes Her”, “Contact” y “What Lies Beneath”. Un cineasta espectacular y denso por momentos, capaz de superar las barreras del idioma y del logocentrismo de su generación. De ahí la relación del aislamiento inmutable de “Cast Way” con el riguroso trabajo de abstracción de “A Christmas Carol 2009”, centrado en el poder semiótico de la imagen.

Su aguda polisemia permite abrir los campos de lectura e interpretación a diestra y siniestra, en procura de digerir problemáticas y fenómenos característicos del siglo XXI.

No en balde, “Los Fantasmas del Señor Scrooge” pertenece a un conjunto de antaños del estadio, donde también suenan los ecos de “Gran Torino”, “Up” y “Benjamin Button”.

Es el curioso caso de una tendencia contemporánea abocada a defender el valor histórico de nuestros abuelos, de nuestros ancestros y de nuestros hitos.

Algunos lo verán como un retroceso reaccionario.

Por mi parte lo respeto como un legítimo reforzamiento de nuestra memoria , de nuestro patrimonio, de nuestro acervo y de nuestra identidad frente a los embates del pensamiento y de la ideología adolescente, preocupada exclusivamente por el ahora y por el presente. Pero nunca por el para siempre. Cualquier semejanza con la Venezuela del tercer milenio, es mera coincidencia. 

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