La Ciudad de Cristal

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Capítulo 7

La caja musical y sentido pésame

Me levanté del suelo un poco confundida, pero no quería, pensaba o pretenderia saber que había hecho la noche anterior con tales objetos, así que los tomé y los arrojé en la papelera del baño, me di una ducha y bajé a prepararme el desayuno más cuando paso por la sala y veo la caja musical me doy cuenta -para mi sorpresa- que había cambiado de posición.

Ya no se encontraba en la mesa de la sala sino encima de la chimenea, y además de todo volvió a cambiar su aspecto físico en sólo dos mínimos detalles: la niña del caballo gris desapareció y uno de los caballos blancos se había tornado completamente negro. No me quede detallando mucho estos cambios ya que tocaron el timbre en ese momento, abro la puerta y -para mi alegría- me encuentro con José quien me recibe con un beso para luego entregarme unos claveles blancos.

Fui a la cocina a preparar un buen desayuno para ambos y nos sentamos frente al televisor, disfrutamos el tiempo hablando y comiendo y cuando nos dimos cuenta estabamos dormidos en el sofá con los pies puestos sobre la mesa de la sala. Me sentí tan feliz y segura entre sus brazos que me acurruqué más entre ellos -como si fuera una niña en busca del calor de su madre- y sonreí un poco. No se bien cuantas horas pasamos dormidos, y tampoco quería contarlas ya que por primera vez en esos días -tan extraños y un poco aterradores- me sentía bien. Pero ese momento empezó a arruinarse cuando empiezo a sentir empujones en el hombro, como si me intentaran despertar pero trato de acomodarme mejor y hacer caso omiso a esa molestia, pero cada vez se hacían más intensos y cuando por fin empecé a abrir los ojos, veo una nota sobre la mesa que solamente decía: «mira la tv en el canal 8», extrañada por el contenido de ese trozo de papel despierto a José y le pregunto si lo había escrito él, pero no sabía nada al respecto, así que prendimos la televisión en el canal 8 justo en el momento que estaban pasando las noticias locales, entonces anunciaron:

» Es un día triste, una de las mujeres más influyentes de la ciudad, la señora María Goméz fue encontrada muerta en su propia casa, el descubrimiento del cadáver fue hecho gracias a la visita de su amante, quién no quizo revelar su identidad ni concedernos una entrevista, la pérdida de laseñora Goméz es grave ya que hace poco meses atrás había financiado la apertura de una planta de energía  nueva para la ciudad, esta tarde será el funeral, los padres de la difunta pidieron que no se le hiciera ninguna prueba de toxicidad al cuerpo»

Apagamos la televisión cuando terminaron de anunciar su muerte, me quedé sin palabras y mirando fijamente a la meza, las únicas palabras que recibí de consuelo por parte de José fuero : » mi sentido pésame», le pedí que se retirara y me despidió con un beso, subí a mi habitación y fui directo al baño en búsqueda del frasco de morfina y la aguja pero no estaban, me pregunté entonces si esos objetos sólo habían sido parte de mi imaginación o si realmente existieron.

Me di una ducha, me vesti con un traje negro y me dirijí en taxi hacia el cementerio, el día comenzó a nublarse, mientras caminaba por la puerta de entrada hacia donde se encontraban mis familiares y demás amigos de mi hermana. Me quedé en silencio mientras el padre daba el respectivo sermón, los amigos de mi hermana y mis familiares decían lo mucho que la extrañarían y los buenos tiempos que pasaron, yo no hablé para nada pues había optado por la opción del sabio silencio como muestra de respeto con mi familia, cuando el entierro terminó todos se dirigieron a la sala velatoria en búsqueda de refugio por la lluvia que hacía acto de aparición en ese momento, mis padres me llamaron para que los acompañara pero les dije que se adelantaran; cuando me encontré sola con la tumba aproveché de hablarle a mi «querida» hermana mayor esa tarde lluviosa.

Miré aquella tumba con desprecio y frialdad, mientras pronunciaba sólo estas palabras: «descanza en el eterno abismo, miserable», arrojé las ortigas que había llevado para ella en ese monto de tierra que contenía el cuerpo de una de las personas que más odiaba en el mundo, honestamente su muerte me resultaba muy reconfortante, la lluvia aumentaba de intensidad pero no me iría corriendo de allí, quería disfrutar ese momento como nunca antes y cuando me sentí del todo satisfecha levanté mi cabeza hacia el cielo y empecé a reírme como nunca lo hice antes, abrí mis brazos, cerré los ojos y bailé con el viento hasta caerme en el suelo lleno de barro.

Aún así seguía riendo hasta que finalmente me levanté del suelo y me fui a mi casa, al llegar subí a tomar una ducha, me arreglé el cabello y al bajar -para mi sorpresa- encuentro que la caja de música estaba tocando su canción de cuna y en el sofá se encontraba sentada M.

– ¿Qué haces aquí? -le pregunté confundida.

– Supe lo de tu hermana, creí que necesitarías consuelo ¿o me equivoco?

– No te preocupes M. Estoy bien ¿te ofrezco algo de beber?

– ¿No crees que es hermosa esa canción? – me responde sin quitar la vista de la caja musical.

– Si lo es, ahora…

– Parece que tu hermana no se está divirtiendo mucho ¿no crees?

No entendía a lo que se refería hasta que noté que la caja mostró al caballo negro con mi hermana montado en él  y con una cara de lamento y horror, caí en el suelo aterrada mientras M se ponía de pie y se volteaba sólo para decirme: «¿Quieres jugar conmigo?», la sala se tornó completa oscuridad por completo y nuestros cuerpos eran los únicos que brillaban entre ella, pero el cuerpo de M se convirtió en un lobo que no tardó en abalanzarse sobre mi para intentar devorar mi rostro.

En ese momento desperté sobresaltaday llena de sudor, Max estaba ladrando como loco y cuando miro el techo estaba el enorme ojo escarlata y una voz siniestra que pronunciaba: «te estaré vigilando», en medio de mi grito aún sonaba la caja musical con aquél semental negro como el carbón y cuyo jinete expresaba su eterna agonía.

Continúa Capítulo 8

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