MERCEDES FRANCO

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Por Ricardo Gil Otaiza

Profesor de la Universidad de Los Andes-Mérida-Venezuela y escritor.

Crónica caribana

La literatura, como producto de la civilización, entra en ciclos perfectamente delimitados. Es así, pues, como esos círculos del tiempo de los que nos hablaran hombres como Carlos Fuentes y el mismo Julio Garmendia, regresa a su punto de partida, a su propia génesis como proceso creador. Las crónicas de los viajeros de Indias, de las que nos hemos deleitado a través del tiempo, no dejan nunca de estar presentes en el imaginario del narrador y del poeta, mucho menos en el del lector consustanciado con sus propias raíces telúricas. Cuando nos adentramos en el proceso de formación de nuestro país, hallamos con admiración que muchos de sus precursores fueron excelentes escritores; eso dando por descontando un espíritu poético que llega a nosotros convertido en una especie de atmósfera muy propia de estos parajes americanos.

La literatura, como producto de la civilización, entra en ciclos perfectamente delimitados. Es así, pues, como esos círculos del tiempo de los que nos hablaran hombres como Carlos Fuentes y el mismo Julio Garmendia, regresa a su punto de partida, a su propia génesis como proceso creador. Las crónicas de los viajeros de Indias, de las que nos hemos deleitado a través del tiempo, no dejan nunca de estar presentes en el imaginario del narrador y del poeta, mucho menos en el del lector consustanciado con sus propias raíces telúricas. Cuando nos adentramos en el proceso de formación de nuestro país, hallamos con admiración que muchos de sus precursores fueron excelentes escritores; eso dando por descontando un espíritu poético que llega a nosotros convertido en una especie de atmósfera muy propia de estos parajes americanos. 

Leer por ejemplo a Cristóbal Colón en su Diario de a Bordo,  o a Alejandro de Humboldt en sus Viajes a las regiones equinocciales del Nuevo Continente, o los libros de viajeros insignes como Agustín Codazzi, Francisco de Miranda, Henry Pittier, entre otros, es adentrarnos a un mundo maravilloso donde lo cotidiano es absorbido por la magia del paisaje, y por el candor de las costumbres de los pobladores de estas tierras. Es más, la lectura de esas crónicas implica el goce estético comparable sólo a la lectura de una buena novela, donde los personajes reales o imaginarios se mezclan en una amalgama extraordinaria hasta perderse los límites entre la verosimilitud y la fábula.Acabo de leer la más reciente novela de la escritora venezolana Mercedes Franco, Crónica Caribana, y debo expresar acá, de entrada, sin reticencia alguna, que se trata de la novela más hermosa que se haya publicado en nuestro país, por lo menos en las últimas décadas. Nos cuenta la narradora la historia del marino genovés Gian Battista, quien en se embarca desde La Española en una formidable aventura, sólo comparable con lo que nos han contado los grandes clásicos del género universal. Cuando les decía al inicio que en la literatura se cumplen las mismas leyes que para la civilización, me refería a que en estos momentos se están poniendo en boga las novelas de aventuras, tal como sucedió en siglos pasados. Es así como durante el último año se han publicado varios títulos afines: Historia del rey Transparente, de la española Rosa Montero; Ursúa, del colombiano William Ospina y El turno del escriba, de las escritoras argentinas Graciela Montes y Ema Wolf. Sin embargo, cuando cotejo las cuatro lecturas no me quedan dudas de que la Crónica Caribana las supera, no sólo por el excelente lenguaje barroco que alcanzó la autora, sin caer en estropicios ininteligibles que a nada conducen, sino por tratarse de una historia compleja narrada de una forma simple, lo que permite el disfrute de cada una de sus páginas. Por otra parte, logra Mercedes Franco una excelente obra total en apenas 174 páginas, donde no hay desperdicio alguno.

Crónica Caribana nos presenta una buena historia, desarrollada en ambientes caribeños de la época medieval.  Supongo que la indagación previa por parte de la escritora fue descomunal, porque no hay detalle de la jerga marina que se le escape, así como tampoco, la descripción de exóticos paisajes que hacen de la novela una verdadera delicia. Además, consigue la autora meterse en la piel  de un aventurero genovés, donde no escasean los detalles personales, sus gustos sexuales, así como la cosmovisión de alguien que se lanza a la mar a ciegas, con la sola esperanza de llegar a la isla Margarita —atraído por su riqueza en perlas—y así poder unirse algún día con su amada Franca en la añorada Génova. Su periplo de viaje se transforma en una verdadera tragedia personal, donde está a punto de perder la vida varias veces, no sólo en el naufragio de la Stella Maris, embarcación que fletara a los fines ya señalados, sino a manos de algunos de los tripulantes de la nave, que resultan ser espías de una complicada conspiración política y económica para eliminar a Martín Alonso, Veedor Real. Llega con vida a La Serrana, una isla poblada de siniestros personajes fantasmales, y sobrevive por largo tiempo, posteriormente es rescatado y logra arribar a La Habana donde le esperan muchas sorpresas y aventuras.

Sin ánimo de contar acá toda la historia, porque no tendría ningún sentido, es importante resaltar que la novela es fluida, bien estructurada, el personaje central es rico en matices: a veces cambia de humor y se muestra despiadado,  en otras, se nos presenta como un ser inocente y desvalido, a quien todos los acontecimientos terminan por colocarlo al borde mismo de la ahorca. Sobre todo es un ser dubitativo, cuya mezcla de emociones lo llevan a convertirse en receptáculo de oscuros deseos pasionales, y en exponente de terribles pensamientos y acciones.

Siento que con la Crónica Caribana logra Mercedes Franco su máxima expresión artística, al punto de poder alcanzar con ella su consagración literaria. No he leído aún críticas literarias sobre la novela, pero estoy seguro de que las mismas le serán favorables al lograr inscribir  en los anales de nuestra historia literaria una estupenda página, que nos llena de orgullo como venezolanos y como creadores. ¡En hora buena!

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