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La última frase

                                                     

He perdido el don, he perdido la fuerza, la emoción de encadenar palabras. Pienso en Bukowski, pienso en Gutiérrez. OK, no pienso en ellos pero trato de pensar. Bukowski lo logró, las tuvo feas, pero al fin sus libros se reprodujeron por todos lados, y ha llegado a varios idiomas. Es considerado el padre de un género: el realismo sucio. Aunque a él, como a todos estos payasos que se dedican a la escritura, no le gustaban las etiquetas. Gutiérrez esta luchando, pero aunque diga lo contrario, ya es simplemente un contador de historias con una formula bajo la manga. «Escribir rápido sin tiempos muertos» «Lograr una literatura que no parezca literatura» Y por supuesto escribir de marginales o de situaciones marginales. «Llevar el personaje al limite». Todo eso tiene un 20  a la hora de escribir sus libros. Pero, sin duda se repite, esta muriendo.
Le dije a un pana que prefería mil veces escribir que cantar. Cantar es en vivo; escribir es un trabajo en solitario, y siempre puedes revisar las veces que quieras antes de publicar una historia. Además, le dije, escribir me sale de adentro, es innato. No hay problemas, es como si tomara un vaso de agua. Claro que pararme frente a un público de gente encendida y llena de ánimo es una sensación quinientas mil veces más placentera, como la vez en aquel coliseo de Portoviejo, donde nos presentamos Hijos de quien, Mortal decisión y nuestra banda Acero en un festival de hard core. Pero como ya lo he dicho, cantando siempre puedo hacer la cagada, en la escritura estoy a salvo.
Laura saca la cabeza por la ventana del carro.
-Vas a venir con nosotros.
-No tengo ganas. Prefiero irme a dormir.
-Lárgate a dormir entonces, cojudo.
Pero no fui a dormir, sino a casa de Jota. Estaba reunido con otros, bebiendo y escuchando rock clásico. Había cuatro mujeres, y seis hombres, conmigo siete. Dos de las chicas estaban buenas, con cuerpos de afiche, las demás puro bofe y desperdicio parlanchín. No íbamos a lograrlo todos, era obvio. Me hice en solitario unas cuantas preguntas al respecto. ¿Quería de verdad liarme esa noche con alguien? ¿Tenía dónde llevarla?, y ¿cómo llevarla? Después de dos tragos bien puestos de vodka, respondí positivamente a la primera pregunta. Pero entonces las siguientes, se tornaron un problema, no tenía dinero ni coche y peor un lugar disponible. ¿Qué era lo lógico? Si, exactamente eso. Quedarme en la misma casa con mi posible conquista.
Soy un tipo seguro, las mujeres captan esa actitud y llega a sus circuitos como una flecha de feromonas. No soy un ganador pero puedo desempeñar ese papel cuando se me antoja. Rescaté algo de lo mejorcito. Su cuerpo podría levantarle la estaca incluso al cagón de  Juan Gabriel. De cara no era gran cosa, pero nada de que preocuparse. Cuando le pedí sutilmente que subiéramos a la habitación de arriba, a mirar las estrellas por el balcón, (sé que es un recurso trillado, pero yo me mantengo en una línea muy delgada entre la mentira y una verdad inventada), me preguntó por Laura. La conocía, estudiaban en la misma universidad. Y me había visto varias veces en la entrada de la universidad esperando a Laura.
Le dije que habíamos terminado. No era verdad, pero tampoco era mentira, era una predicción del futuro. Con Laura andábamos pésimamente, las cosas ya no funcionaban, en parte por mí. Le dije que eso era un factor importante para que hubiera decidido sacarla a bailar. Que me había gustado y quería conocerla. Después de aquello y un par de copas, se convenció, subimos, y vimos las estrellas. 
Quisiera contarlo bien, pero temo que sería adularme. La resistencia, los orgasmos que le arranqué, la luz de las estrellas que se colaba por el balcón. El cuento que ella me echo después, triste y festivo, de su vida. Los cigarrillos, las pequeñas promesas.
Los escritores son una mierda me dije, cuando me vi arrinconado al respaldar de la cama asqueado de lo que pasaba. Me levanté a mear.
Salí antes que todos de la fiesta, ni siquiera me despedí del anfitrión. Al entrar a mi cuarto, me pregunté si de verdad Bukowski había podido vivir de esa manera. Tragos, orgías, pobreza, ¿cómo sobrevivió su cerebro en ese despelote?, para luego arrancar unos cuantas páginas de la mejor prosa del planeta en muchos siglos. No pude responderme, me conforme con escribir una cosa mediocre, que no supe si era un cuento, amague de ensayo o  biografía. Lo único que me tranquilizaba era haberlo escrito en dos minutos, deliberadamente mal. Eso y la última frase eran lo mejor.  Jota X

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