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El Puerco Mocho

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El Puerco Mocho

La Revolución entro con sus oscuros engranajes rechinando una música mecánica de óxidos y smog a aquel país y por donde pasaba dejaba solo una estela de edificios a punto de caer, de harapientos pobladores y de mafiosos que manejaban a su antojo el volante de un vehículo sin frenos y fuera de la vía. Había que destruir el pasado y construir el paraíso bajo la figura del líder monumental, eterno y de reelección infinita. Pero el paraíso nunca llegaba, lo más aproximado era la gente ya casi desnuda, famélicos adanes y evas en sucios cueros que despanzurraban bolsas de basura en las calles a la búsqueda de cualquier cosa digerible.

Así paso la maquinaria por la finca de Don Manolo, antigua productora y abastecedora de mercados y bodegas, ahora ex propiedad de un magnate, burgués, contrarrevolucionario, traidor a la patria que se fue del país a criar sus puercos en otras tierras. La finca fue dividida, las fértiles tierras y la casa para los militares, bajo la égida de Militar contento, gobierno, de cualquier color, erecto y dispuesto a satisfacer sus inapagables deseos.

Los animales fueron divididos entre los miembros del partido único y ninguno fue salvado para la procreación y la multiplicación de la especie, sino que todo fue devorado con desaforada gula y avaricia. Todos, salvo el inmenso semental porcino, al que la propaganda revolucionara mantenía a fuerza de comida barata y dosis diaria de esteroides, para la foto con el líder de similar corpulencia y para pregonar a todo el mundo la capacidad productiva y reproductora de felicidad de La Revolución.

Pero un día, otro animal símbolo de la patria, la gallina de los huevos de oro, propiedad exclusiva del mandatario, dejo de expulsar sus ovaladas y doradas posturas con la misma frecuencia, e inversamente proporcional a los dilatados intervalos de tiempo se reducía el volumen de sus descargas. Tanto así, que ya a la gallina se le forzaba al aborto y ya sus óvulos estaban comprometidos por deudas a rusos y chinos. Una enclenque y desplumada gallina caminaba dando tumbos en su corral y ya no había mucho con que importar la comida de pésima calidad con la que alimentaban a los súbditos, entregándoles bolsas y cajitas a cuenta de sumisión y pleitesía.

A uno de los asesores, a quienes el mandatario pagaba con los restantes pedazos de los huevos dorados para pensar por él, le sugirió la idea de sacrificar al puerco. El inmenso jerarca entro en cólera al escuchar la sugerencia y el asesor lo calmo explicándole el procedimiento que se extendía hacia su próxima reelección. En diciembre de ese año, se le cortaría una pierna al descomunal animal. La carne más blanda y suave seria repartida equitativamente entre militares y el politburó, la carne más dura sería entregada a las nuevas mafias comerciantes para publicitar que el comercio y la economía funcionaban a la perfección, y el resto, pellejos, grasa y huesos, serian vendidos al pueblo a precios muy accesibles para la sobrevivencia. El Mandatario bailo con alegría con su pareja después de escuchar aquella idea y le entrego más conchas al genio del asesor. Y allí no se quedaba la idea, el asesor le dijo que tenía que construir un equipo para inventar una prótesis que ayudara a caminar nuevamente al animal. Mas baile y más conchas. Y así se hizo aquel fatídico diciembre para el pueblo. Las filas de famélicos para comprar los innobles tejidos porcinos eran inmensas y eran edulcoradas con canciones de Silvio en altisonantes parlantes que les hablaba de mariposas multicolores, córneos equinos, estrellitas y flores que brotaban de los fusiles y de las camas de amor clandestino. Y si el desespero se apoderaba de ellos recibían sus dosis de golpes y hasta una pobre embarazada fue acribillada por reclamar la parte suya y la del bebé que venía a dar sus pasos sobre el espinado camino. Los internacionalistas, en sus opíparas degustaciones alimenticias y etílicos festines, en otros países, aplaudían y escribían con exacerbado orgullo los logros de una revolución que había que ser exportada y seguida hasta por los imperios.

En diciembre del segundo año, le fue separada la segunda pierna y se inventó la silla de rueda para puercos, como artefacto filantrópico y ecológico de suma importancia para la humanidad. El tercer año una suerte de patineta cama en la que el puerco podía moverse por el movimiento y la fricción de sus pesuñas en el piso de la porqueriza.

El cuarto año fue el más crítico y ya el animal parecía un peludo chorizo con cabeza porcina que apenas abría los ojos y los cerraba cuando lo alimentaban por sonda.

El quinto año, el asesor sugirió sacrificarlo totalmente y hacer nuevamente propaganda de la filantropía y del espíritu del líder para detener el dolor de aquel animal maltratado debido a los bloqueos internacionales y al ataque despiadado de sus adversarios políticos que querían defenestrarlo, precisamente en aquel año, en el  que las predecibles elecciones debían conllevarlo nuevamente a continuar luchando para que su revolución fuese un modelo para el planeta y para todo aquel que se encontrara, en estos tiempos,   mirándolo desde alguna otra galaxia.

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