El capítulo final (o no)

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Hector Rondón Lovera - El Porteñazo

Abundan en las redes y medios de comunicación impresos los análisis de la situación política actual en el país. Todos, arriesgando mucho o poco, ponen sobre el tapete su predicción acerca del desenlace o porvenir de la trama en la que todos somos partícipes y víctimas. La realidad es que el animal político chavista se ha vuelto predecible, o al menos simplista en sus métodos para conservar el poder, y esa conducta que a muchos les pueda parecer errática tiene una escalada que hace bastante aterrador el panorama ante una posible transición política.

Con la pérdida del espacio parlamentario, el Chavismo ha visto comprometida su capacidad de mantener la hegemonía institucional de la que gozaba hasta hace escasos 6 meses. Esa hegemonía permitía al ejecutivo gobernar a placer, y a pesar de siempre haber existido una deformación notable del marco legal, la legitimidad de origen y carisma de Chávez (junto con el dominio de la opinión popular) disimulaban estos abusos. Desde la misma ascensión de Chávez a la presidencia ha habido una tendencia por torcer el equilibrio contralor en el país. Y esto va más allá de las instituciones tradicionales republicanas (entiéndase poder parlamentario, judicial y electoral), sino que también abarca el control de otros entes estratégicos de la nación como el BCV, PDVSA y Fuerzas Armadas.

Este dominio monárquico siempre fue el objetivo principal de Chávez. Los sucesos de Abril de 2002 y el paro petrolero de finales de ese mismo año fueron hechos que sirvieron de excusa al ejecutivo para poner ilegítimamente a su servicio a los poderes públicos. La razón: el hegemón es la única forma de dar estabilidad política al país.

El período 2002 – 2012 está entre los más nefastos de la historia republicana venezolana. Mientras la violación a la ley y la destrucción progresiva de las instituciones avanzaban a buen ritmo, en la oposición no existía un verdadero contrapeso que evitara el deterioro de los escasos valores republicanos de nuestra clase política. La excusa siempre fue no contar con el apoyo mayoritario de la población, y aunque el dominio electoral chavista diera base a este argumento, la verdad es que quienes adversan al gobierno siempre han sido algo menos de la mitad del país en el peor de los casos. Sea cual fuese la razón, la realidad es que el Chavismo no encontró mayor obstáculo para hacerse una camisa a la medida que le permitiera llegar al estado actual de las cosas.

Los últimos 4 años se han caracterizado por un descenso de la popularidad del Chavismo, hecho que se ha acentuado durante el gobierno de Nicolás Maduro. Podemos divagar en las razones, pero estaremos de acuerdo en que el colapso del modelo ha sido la principal. Venezuela se halla en una de las crisis más importantes de los últimos 50 años. Acompañando la descomposición social y la incapacidad productiva de la nación se encuentra la latente amenaza de un posible estallido popular motivado por las carencias que sufre la ciudadanía. No es secreto para cualquier individuo con sentido común que el primer paso para la solución de la crisis es la salida del Chavismo del ejecutivo nacional.

Opciones para la salida hay: enmienda, referéndum, constituyente, destitución, renuncia. Pero es la construcción de esa hegemonía institucional la que imposibilita encontrar una solución política o electoral a la crisis que vive el país. El Chavismo se aferra al poder en la medida que teme a las condenas judiciales que le esperan. Es por ello que son peligrosos. No van a dejar el poder ante el temor de enfrentar la cárcel por variopintos motivos que van desde narcotráfico hasta crímenes de lesa humanidad. Hay un peligroso ascenso en las violaciones que comete el chavismo para aferrarse al poder siendo la última el Decreto de Estado de Excepción: un parapeto “legal” que prácticamente faculta al Presidente para hacer y deshacer a su antojo.
Hay también un flagrante desconocimiento a la Asamblea Nacional y a sus atribuciones constitucionales (imposibilitando la enmienda y constituyente), y el recurso del referéndum revocatorio está siendo torpedeado para imposibilitar su aplicación en el presente año. Si a este juego trancado sumamos la desesperación de la población (hambre, escasez de medicinas, estrés) y el control del aparato represivo (oficial y paramilitar) por parte del Chavismo, pues tenemos el caldo perfecto para el más peligroso de los desenlaces: conflicto cívico-militar.

Bajo ese escenario es imposible predecir un desenlace. Las posibilidades van desde imposición final de un régimen dictatorial donde los ajusticiados y desaparecidos sean cosa de todos los días hasta el establecimiento de un Estado de naturaleza donde militares se sucedan al poder a través de golpes de Estados semanales. No lo sé, lo único seguro es que el Chavismo no tiene intenciones de dejar el poder por vías institucionales, ellos ponen las armas, sólo falta que la ciudadanía ponga los muertos.

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